Aunque no hayamos ido a Nueva York antes de septiembre de 2001 todos sabíamos cómo eran las Torres Gemelas. Infinidad de películas y series rodadas en La Gran Manzana hicieron que las conociéramos como si estuvieran en nuestro barrio. Y lo mismo pasa con la Fontana di Trevi o el Golden Gate. Los encargados de encontrar localizaciones para rodajes tienen la responsabilidad no sólo de buscar el mejor lugar para que se desarrolle una secuencia, sino que a la vez eligen qué lugares serán inmortalizados en imágenes en movimiento.
El cine, tanto como la fotografía, es archivo y documento de nuestro pasado. Incluso más, ya que el movimiento infunde a las imágenes una capa añadida de realidad. Películas y series de ficción nos enseñan cómo fueron y cómo son lugares que quizás nunca visitaremos, o que ya ni siquiera existen.
Madrid, plató de cine
Madrid, como muchas otras grandes ciudades, ha sido retratada repetidamente a lo largo de la historia del cine. Produce cierto vértigo comprobar cómo ha cambiado la capital desde que en 1950 Edgar Neville rodara El último caballo. En ella Fernando Fernán Gómez recorría la ciudad junto a su querido Bucéfalo entre el tráfico que inundaba por ejemplo la Gran Vía.
Ese mismo lugar quedó, muchos años después, inmortalizado en nuestra retina por Alejandro Amenábar en Abre los Ojos (1999). Una imagen escalofriante de la calle Gran Vía completamente vacía, algo que nos parecía de ciencia ficción décadas antes de la pandemia y Filomena.
La lista de imágenes cinematográficas de Madrid es muy larga, aunque quizás el director que más veces la ha convertido en plató y a quien más asociamos con ella, es Pedro Almodóvar. Poco dado a retratar las zonas más reconocibles, Almodóvar muestra los barrios y su gente: Malasaña en los ochenta en Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980), el Barrio de la Concepción en ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984), la calle Conde Duque en La ley del Deseo, donde Carmen Maura dice su célebre “Riégueme, no se corte”, o la Plaza de las Comendadoras en su última película, Madres paralelas.
Precisamente esa misma plaza fue una de las localizaciones elegidas por Julio Medem para Lucía y el sexo (2001), película mítica de su filmografía, como lo es El día de la bestia (1995) en la de Alex de la Iglesia, que dejó grabada en nuestra imaginación la silueta de las por entonces bastante nuevas Torres Kio, como símbolo del mal.
Actualmente otra generación de directores ha tomado el relevo y algunos, como Jonás Trueba, también se han erigido en retratistas de Madrid. Los Ilusos (2013) nos presenta un Madrid en blanco y negro sobre el que planea una cierta nostalgia del pasado cercano en que el cine vivía en películas de celuloide. Pero quizás la película de Jonás que más recoge la esencia de Madrid es La Virgen de agosto (2019), en la que seguimos a Eva durante 15 días de verano que culminan en el día de la Paloma. Lavapiés, el Viaducto, Las Vistillas protagonizan esta película y conforman el Madrid que Jonás conoce y habita.
Localizaciones de interiores, cómo viven los otros
En La Virgen de agosto, Eva se queda en la casa que le deja un amigo en el centro de Madrid. Un piso típico de una persona normal en la capital. Pero el cine también nos enseña cómo viven “los otros”, aquéllos a cuya clase económica no pertenecemos.
A veces se trata de mostrar la pobreza más absoluta, como la presentada por Buñuel en las casas de los habitantes de Las Hurdes en su documental Las Hurdes, tierra sin pan (1933). Los barrios pobres de cualquier parte del mundo resultan un revulsivo ante la clase más o menos acomodada que olvida frecuentemente cómo se vive en lugares como los suburbios de Bombay (Slumdog Millionaire, Danny Boyle, 2008), o los infrapisos de Corea (Parásitos, Bong Joon-ho, 2019).
En esta última las diferencias sociales marcan el argumento de la historia, y además del piso del que procede la familia protagonista se nos muestra cómo vive la clase más pudiente. Un lujoso chalet en el que aspiran a vivir. Muy parecido a los que vemos en series de televisión como Élite (Carlos Montero y Darío Madrona, 2018-2022), donde los ricos residentes en Madrid se esconden en una periferia boscosa plagada de mansiones con jardín y piscina.
El conocimiento recogido a través de imágenes queda grabado en nuestro cerebro con intensidad. El cine transmite ideas, cuenta historias y nos enseña el mundo. Su conservación es también la conservación de un archivo histórico de nuestra forma de vivir y de cómo ésta cambia en el tiempo y en el espacio.
Texto © Alex Darko
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