El jardín de las delicias del Bosco es desde hace siglos un admirado lugar de encuentro para las miradas curiosas, pues lo que mejor hace el tríptico es tentar incluso al más imperturbable a fisgonear entre sus escenas de disparate. Pero no es sólo célebre por la atracción que ejerce esta peculiaridad, además, el jardín bosquiano ha provocado un notable influjo artístico, generando multitud de obras en autores más acá del medievo y de total contemporaneidad. Recientemente Matadero, a través de la Colección SOLO, dedica un espacio a esta realidad haciendo un repaso por distintas obras de arte que han sido inspiradas en esta obra del Bosco. Y esto invita a la reflexión. Pues ser modelo para una producción artística tan vasta y posterior, significa que El jardín de las delicias alberga un valor aún vigente para nosotros que demuestra su actualidad a través de estas obras modernas a las que inspira, ¿cuál es este valor tan actual que late en el delicioso jardín del Bosco?
Ningún artista trabaja sobre el vacío, sino que bebe de la fuente de la cultura en la que vive y la expresa con cada obra de arte concreta que realiza. Así también el Bosco. La claridad y el paisajismo de corte renacentista dan fe de ello, así como la motivación cristiana de esta obra. Entonces, ¿qué es lo revolucionario en esta obra del Bosco? A menudo se ha puesto de relieve que lo rompedor del autor, como pensaba Sigüenza, es el carácter humorístico que se desprende de las escenas o, también, como han recalcado muchos historiadores del arte, que el estilo del tríptico anticipa géneros más propios del arte actual, como el surrealismo. Sin embargo, el cariz cómico y la distorsión imaginativa de las figuras aparece también en otras obras del Bosco, como ocurre en el Tríptico del carro de heno o El juicio final, mientras que El jardín de las delicias debe atesorar algo inusitado, a diferencia del resto de obras bosquianas, si ha provocado tal retahíla de obras en el arte posterior. Trascender la cuestión estilística hacia lo radical de la obra para especular qué sentido puede aportar a la historia y el pensamiento requiere de una lectura más filosófica.
Y tan sólo una primera toma de contacto desvela que el tríptico nos brinda una imagen de la humanidad. Pero no limitándose a dibujar una imagen parcial o relativa a algún aspecto accidental del ser humano, como habría sido una representación costumbrista con un ambiente social concreto de seres humanos en sus quehaceres, o la presentación de un acontecimiento histórico perdido entre la vasta historia de la humanidad, algo que de hecho hace en otras obras como muchos autores, sino que en El jardín de las delicias el Bosco revela la esencia misma del ser humano. Esto es así porque el tríptico, enmarcado en la cosmovisión cristiana propia de la época del Bosco, pinta al hombre en su origen y en el ejercicio del movimiento que le es propio, una vez es separado del amparo divino y puesto en libertad. Tras su creación en el panel izquierdo, el ser humano es expulsado culpable de su paradisíaca morada y, desasistido ahora por Dios, sólo le queda poner en práctica su humanidad mediante su libre actuar, el cual se dispersa en el tablón central -tradicionalmente llamado jardín de las delicias-, en esas pequeñas escenas que han hecho las delicias de los espectadores a lo largo de los siglos y que son una metáfora de lo propiamente humano. El espacio de fantasía que pone aquí en pie, queridamente inventado, permite al Bosco generar una serie de imágenes alegóricas que, como si de una abstracción se tratasen, recogen lo común al hombre en todos los ambientes reales, sociales y mundanos en que se da la humanidad. En definitiva, estas escenas despliegan una misma esencia humana. Y no es la sola muestra de una representación del ser humano, sino la forma antropológica concreta que se desprende de ella en esta obra del Bosco, la que introduce un valor novedoso.
Pues, aunque como es sabido el designio del Bosco en esta obra es moralizante porque pinta la indecencia humana en las escenas terrenales y avisa en el panel derecho del castigo infernal por ceder al vicio, lo cierto es que bajo el signo de lo pecaminoso este ser humano no destaca por moverse con una intención inmoral una vez libre y exiliado del paraíso, sino más bien por caer en la inmoralidad al actuar irracionalmente. Muerto el padre los niños salen a jugar al jardín y dan rienda suelta a sus impulsos a través de las ideas más banales. Desde aquellos bañistas empeñados en introducirse en un huevo gigante, pasando por los costaleros de la caracola en su original procesión dedicada a un cachorro y un pájaro, hasta llegar al despropósito del buceador al revés con un raro fruto sobre los genitales. Es un sinsentido. No es que el tablón no esté cargado de cierta simbología, como la presencia de los búhos o los frutos silvestres, pues de interpretar estas referencias bien se encarga la exégesis de los teóricos. Es más bien que cada movimiento humano da la impresión de no tener una razón más allá de su misma eficiencia: es un hacer «porque sí». La vida humana se fragmenta en un conjunto de actividades que no contienen más razón que la de ser el efecto de los impulsos más bastos, provocando la glotonería o la lujuria tan rebosantes en el jardín, y eso les hace destilar verdadera insignificancia, que es lo común a todas las escenas. Si esta pintura contiene una alegoría de la humanidad, entonces la sugerencia del jardín de las delicias al observador es que bajo el curso de la vida ordinaria subyace la raíz del absurdo. Acaso lo extraño con que miramos a estos antropomórficos seres no sólo los ridiculiza haciéndolos graciosos, también es similar a la extrañeza con que percibimos en la vida real tantos comportamientos que carecen de sentido o que han perdido con el tiempo su significancia. La sociabilidad y la cultura se deshacen como una simple construcción ilusoria que esconde tras de sí la agonía de los impulsos corporales más rudimentarios, ¿asistimos a los primeros síntomas de la pérdida del sentido que con tanta fuerza emerge en el pensamiento moderno avanzado? Si es así la modernidad del Bosco cobra mayor trascendencia en un plano menos explorado.
Por este camino, más allá del estilismo novedoso, asoma en esta obra un pesimismo antropológico de genuina modernidad: el autor muestra lo mundano como absurdo. Podría decirse que el Bosco sólo pretende con su pintura poner una nota humorística, pero ¿no es instrumento habitual de la comedia descubrir la sinrazón latente en lo cotidiano? Las quijotescas escenas del jardín desmitifican el sentido de la existencia cotidiana y las relaciones interpersonales tanto como el propio Don Quijote de la Mancha auguraba una nueva época caricaturizando las solemnes escenas pertenecientes al mundo caballeresco anterior. Y de si entonces aflora la concepción moderna del hombre en el tríptico del Bosco, buen argumento a favor de ello son las obras actuales de la Colección SOLO inspiradas por el jardín, pues esto parece ser el hilo conductor de todas ellas.
Estas creaciones artísticas de nuestros coetáneos son una extensión de la forma del jardín bosquiano a través de una relectura actualizadora de la obra, enlazando con el tríptico para enfatizar de manera explícita problemas filosóficos del «ser humano moderno», este último aún sugerente e incipiente en la obra del Bosco. Si decíamos que la irracionalidad instintiva que subyace al mundo civilizado se deja ver por el jardín, algunos como Mu Pan o Dave Cooper exploran esta animalidad radical. Desenfreno bélico en A Wonderful Day y frenesí orgiástico en Bosco Cooper, guerra y sexualidad como los dos modos en los que se canalizan nuestros estímulos motores esenciales, el placer y el dolor. Y, si el mal o el bien son marca de la casa humana, ¿por qué diluirlos con la revelación del carácter animal del ser antropomórfico? Lusesita de Laura Lasheras, desarticula el entramado racional que sujeta esa dualidad de los conceptos de «mal» y «bien», mostrándolos en bruto, en su pureza primigenia en lo animal, donde brotan mezclados como lo macabro turbador y lo dulcemente encantador. No es que estas obras tengan que guardar tal finalidad fundamental -si es que hay obra de arte que pueda tener algo como eso-, pero sí que al menos lo murmuran al espectador. Y el sentimiento que provoca el arte es la mejor de las puertas hacia el pensamiento.
La insinuación se deja notar en otro aspecto, el que atañe a la existencia humana vista en primera persona. Conectados a la irracionalidad de las fuerzas instintivas que sustentan la civilización humana, están aquellos problemas filosóficos ampliamente tratados por el existencialismo. Qué le cabe esperar al ser humano, disperso en un exuberante jardín donde puede hacer lo que quiera, hasta que el cansancio acaba equiparando todas sus acciones bajo el mismo patrón: el sinsentido en el que se fundan. Su libertad radica en que la vida se sustenta ni más ni menos que en la nada, un vacío ajardinado que, como tal, puede llenarse con cualquiera de los fines que cada humano se proponga perseguir. Pero en esta secuencia de juegos efímeros -metáforas de las situaciones vitales y las metas que nos proponemos a lo largo de nuestra vida-, lo único que permanece es el vacío que se descubre cada vez que se disipan. En el jardín el ser humano se ve solitario, rodeado de un inmenso horizonte de lo mismo. Las animaciones de Heaven x Hell Series de Sholim convocan a este movimiento reiterativo sin fin o ESPECULUM de SMACK, que además lo materializa con motivos actuales como el marketing de la sociedad de consumo o el sometimiento del individuo a la vigilancia. El hombre es ahora el Sísifo. Cuando el hastío existencial hace mella en quien ha vivido lo suficiente como para percatarse de que el mundo no es más que un plano en el que se repite lo mismo una y otra vez, entonces aflora esa angustia heideggeriana o sartriana, una invitación a la desesperanza provocada por una perspectiva de futuro insalvable. En buena medida libera este desaliento Umbráfono II de Enrique del Castillo, donde la inquietud que produce su sinfonía se asemeja a la que suscita la sospecha de que, bajo el ensueño de la colorida tarde en el jardín, reposa en realidad el inhumano abismo del absurdo.
No es un secreto que a la filosofía contemporánea o al mismo existencialismo le ha sido señalada su cercanía con cuestiones del pensamiento cristiano y la filosofía de épocas anteriores. Si como decíamos, el Bosco bebe de la fuente de los valores de su época tanto como demuestra su modernidad en esta obra, ello nos incita a repensar una vez más las bases de nuestro mundo moderno actual. Sin duda la imagen moderna del hombre -manifiesta ya en el Renacimiento- se caracteriza por su emancipación de la divinidad y la inauguración de tal libertinaje se muestra en el jardín bosquiano. Aquí la irracionalidad se une al vicio al distanciarse el hombre de quien le dotaba de su fin, pues abierto el tríptico, la creación expuesta en su portada queda oculta y brota el bello jardín de las delicias que abandona al origen como un lejano recuerdo. Y esto se extrema con la progresiva secularización del pensamiento moderno que finalmente mata a Dios, visible en Homo-? de Filip Custic: el hombre ya es Alfa y Omega. Huérfanos de un origen inteligente, se abre la ausencia de una finalidad esencial a la naturaleza humana, corroyendo el sentido pecaminoso, pero respetando la irracional tierra sobre la que se asienta el solitario superhombre en el cosmos. De hecho, es representativo que ninguna de las obras actuales de esa selección haga un trato directo de la portada del tríptico del Bosco.
Texto © Jorge Pérez Megías
Imágenes © Wikimedia Commons | Eljardindelasdelicias.art
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