Hace un par de años fui a pescar por la noche con mi primo Carlos y sus amigos. Era la primera vez que iba a pescar.
Recuerdo que llegamos a la playa y tardamos en bajar todo el material de los coches un par de horas, quizás algo más. Al principio, y viendo la cantidad ingente de cosas que había en los maleteros, pensé que estábamos descargando un barco por partes, lo íbamos a montar entre todos y nos íbamos a pescar a alta mar, pero no, todo ese material era solo para estar sentado en la orilla.
Hay muchas cosas que me llamaron la atención de esta experiencia, pero la primera fue la ropa que había que llevar puesta.
La indumentaria de un pescador de élite nocturno, lo mismo te vale para pescar una dorada que para entrar en combate. Trajes de camuflaje, gorros de lanas, linternas frontales, guantes y botas. Cualquiera que nos viese y no fuese pescador, pensaría que estábamos realizando una representación del desembarco de Normandía.
Siempre he tenido la absurda idea de que los peces se sacaban del mar con una caña o red, pero viéndonos vestidos así, empecé a pensar que igual los cabrones salían andando del agua y había que luchar con ellos cuerpo a cuerpo.
¡Cuidado, ahí sale un besugo, dale fuerte en el lomo con la caña!
La noche de pesca se puede resumir en dos etapas, la etapa divertida en la que descargas el material de los coches entre risas y expectativas, y el resto de la noche.
El proceso es sencillo, uno llega a la orilla, tira la caña, le pone en la punta un cascabel, un palito luminoso para ver si se mueve la caña, y te sientas en una silla mientras un viento te golpea de lado y te llena la oreja de tierra.
Lo del tema del cascabel es un tema delicado. Entiendo que en un lago sin corriente esto sea un sistema efectivo, pero en el mar el cascabel no deja de sonar desde que lo pones, es algo absurdo. La única diferencia entre el sonido del cascabel cuando es movido por la marea, o cuando se mueve porque un pez ha picado, es ninguna.
Escuchar el sonido de un cascabel de forma perpetua es algo muy agradable, se lo recomiendo a cualquier persona que quiera acabar con sus ganas de vivir.
Luego viene lo del palito de luz. No sé qué enfermo mental inventó los palitos luminosos, pero no debía de andar muy bien de la cabeza. Si lo miras mucho tiempo haces que se te meta en las pupilas para siempre. Ahora mismo estoy escribiendo esto y sigo viendo un palito luminoso en el fondo de la pantalla. Es algo demencial. Cuando cierro los ojos lo veo con más nitidez.
A las dos horas de estar “pescando” ya me hacía preguntas del tipo. ¿A cuánto estará el kilo de dorada en la pescadería cómo para tener que sufrir toda esta agonía? ¿Qué carajo hago yo aquí si no como pescado? Creo que esto no lo he dicho, pero es verdad, no como pescado, no es que no me guste, es que soy capaz de comerme un plato de calamares y clavarme dos espinas. Hay gente que mastica, pero yo me alimento al modo gaviota, no mastico. La última vez que me comí una Pijota frita acabé en el hospital con un tubo metido por la nariz y dos médicos metiéndome unas pinzas por la boca. Digamos que desde entonces, cualquier tipo de pescado me da miedo y respeto.
Creo que en algún momento de la noche me quedé dormido y tuve una pesadilla terrorífica. “Me encontraba de madrugada sentado frente al mar con un frío horrible, tenía una oreja enterrada en arena, y estaba rodeado de personas vestidas de camuflaje, palitos de colores y cascabeles que no dejaban de sonar”.
De vez en cuando se escuchaban voces en la oscuridad:
— ¡Hoy no se pesca nada! ¡Nos hemos equivocado de cebo!
El mundo de la pesca es un mundo pesimista. Estas cosas no las cuentan, pero es verdad. Es como irte de copas con Schopenhauer.
Yo no sé cómo piensan los peces, pero si yo fuese uno, y por la noche en la orilla sonaran cascabeles y hubiese palitos luminosos, empezaría a sospechar de todo.
— Besugo ten cuidado, escucho mucho cascabel ahí fuera, igual es una romería, pero no comáis nada sospechoso como un langostino pelado o algo tan autóctono del mar como un maíz dulce (No sé por porque se utiliza el maíz como cebo).
Como he dicho antes, llevábamos linternas frontales, todo muy cool. Cuando alguien del grupo venía a hablar conmigo para decirme que no íbamos a pescar nada, encendía la linterna para verme la cara y me quemaba las pupilas. Es bonito estar viendo las estrellas en la oscuridad y que un tipo te encienda un foco en la cara, se lo aconsejo a todo el mundo. Al principio cerraba los ojos cuando alguien venía, pero al final, y para equilibrar la balanza, encendía mi frontal para responderle, creando así un bucle de ceguera absurdo y cien por cien evitable.
A las 2 de la mañana me dieron un Red Bull. No suelo tomar esta clase de bebidas porque me ponen muy nervioso, pero pensé que la necesitaría si quería aguantar ese calvario despierto. A los pocos minutos estaba tan nervioso, que hubiese sido capaz de lanzarme al mar vestido y sacar una merluza con la boca. Estas bebidas deberían de estar prohibidas, pero de no estarlo, tendrían que venir con muchas contraindicaciones, como por ejemplo. No consumir cerca de palitos de luz y cascabeles, te puedes vuelves loco. Yo empecé a hablar muy rápido y a decir cosas muy raras.
A las 4 de la mañana nos reunimos para comer algo. Yo saqué un termo con sopita de fideos que había preparado antes de salir. Por fin algo calentito y sin cafeína. La vida volvía a parecer maravillosa. Saqué un vaso, volqué el termo y salió un fideo del tamaño de una Boa constrictor. Ni rastro de la sopa. Por lo visto, y esto es algo que por aquel entonces no sabía, si tienes la genial idea de dejar muchos fideos dentro de una sopa durante varias horas, estos siguen chupando líquido hasta que no queda nada que absorber.
Cuando se acabó la noche el recuento fue de, un muerto por congelación, yo, tres Herreras y un Sargo. Desconocía que existían estas especies, pero sonaban a que son peces que tienen muchas espinas, así que, ni me acerqué a verlas. Luego llegó la parte en la que intentan repartir la pesca entre seis, dos horas cargando el coche y vuelta a casa. Hubo alguno que incluso dijo algo como que quería ir a otro sitio a ver si la mañana se daba mejor. Yo para entonces ya estaba en el coche metido con la puerta cerrada esperando que alguien le pegara un guantazo a ese chaval y me llevara de vuelta a mi casa.
Muchísimo después, fui a pescar otra vez con un amigo, este utilizaba una técnica mucho más depurada y efectiva. Llegamos por la noche a la playa sin linternas y vestidos de forma normal. Nos acercamos a unas rocas, lanzamos las cañas, las aseguramos bien para que no se las llevara la marea, y nos fuimos a dormir al coche. Cuando volvimos por la mañana, la marea había bajado tanto, que podías ver el anzuelo con el gusano de goma sobre la arena. Esa noche no se veía absolutamente nada, pero quiero pensar que cuando lanzamos las cañas la marea estaba alta y después bajó, porque cabe la posibilidad no muy remota, de que ya a esas horas ya estuviera baja, llegaran dos idiotas sin linterna, lanzaran sobre la arena y se fueran a dormir, creando así la nueva modalidad de pesca seca, de exterior, o fuera del agua.
Por ir descartando técnicas, y porque creo que soy un poco masoquista, fui una última vez a pescar, pero esta vez era de día. Quería probar si cambiando la franja horaria la cosa era más divertida.
Llegamos a un espigón, mismo proceso pero sin barrita luminosa. Nada más llegar vi un jabalí comiendo restos de un cubo basura, al decírselo a uno de los asistentes me dijo que eso era imposible, que los jabalíes solo estaban en la sierra. Era cierto, no era un jabalí, era una rata de un tamaño desmesurado. No sé si la gente lo sabe, pero en los espigones hay más ratas que bloques de hormigón, y tienen un tamaño muy serio. Si vas a pescar a un rompeolas de estos con algo que pese menos de 30 kilos, corres el riesgo de que te lo arrebate una rata-jabalí. Yo tendría especial cuidado con niños y mascotas pequeñas tipo Yorkshire. Si eres de los que vienes a pescar en familia, amarraos en grupo o dejad a los niños dentro del coche. Además son ratas que no tienen miedo a los humanos. Supongo que será porque saben que son enormes, pero te miran con desprecio y hacen lo que les da la gana. A mí me quitaron un bocata a cara descubierta, y no se llevaron el macuto porque no quisieron.
Volviendo a la pesca. Ese día me sentía con ganas de pescar algo grande. Agarré una caña gorda, le puse un anzuelo grande, un langostino gordo de cebo y el plomo más pesado que encontré en la caja de accesorios de mi amigo. El plomo pesaba lo mismo que la batería de un coche. Cogí carrerilla y lancé con todas mis fuerzas. Pasé varios segundos mirando al horizonte para ver donde caía el plomo. Cuando lo hizo, no fue donde esperaba. Sentí un golpe seco en la cabeza y empecé a sangrar por la nariz. Al plomo le dio tiempo a subir, pasar cerca de un avión de Ryanair, que algún pasajero viera un langostino por la ventanilla y bajar sobre mi cabeza.
Eso es habilidad, otra vez al hospital por culpa de algo relacionado con un pescado. Radiografía y dos puntos de sutura en la cabeza. Se acabó la pesca para mí, es más seguro comer latas de atún y palitos de cangrejos.
No hace mucho entré en una tienda de decoración donde vendían caracolas. Me puse una en la oreja para escuchar el mar y escuché cascabeles, miré dentro y…creo que no hace falta que diga lo que vi.
Texto © Emmanuel Navarrete Díaz
Fotografía © Pink_colibri
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