Toda situación presente tiene por lo menos un elemento positivo: hay que encontrarlo y utilizarlo. “La esperanza” (1938)
André Malraux
De acuerdo con la RAE el término panfleto tiene dos posibles acepciones. Por un lado el de libelo difamatorio, es decir, obra escrita con el fin de denigrar o difamar a alguien o algo; por el otro, en cambio, el de opúsculo, o pequeña obra científica o literaria de poca extensión, con carácter agresivo. Es, desde luego, en esta segunda acepción donde ubico La Esperanza de André Malraux, la novela sobre la Guerra Civil española del famoso autor, aventurero y político francés nacido en París el 3 de noviembre de 1901 y fallecido el 23 de noviembre de 1976. Sin embargo, yo sustituiría el adjetivo agresivo por el de vehemente, entusiasta, apasionado o cualquier otro por el estilo. Con todo, todavía me quedaría corto a la hora de clasificar esta crónica sobre las experiencias de varios combatientes extranjeros en el bando republicano como un mero panfleto si no añadiría el de literario. ¿Qué quiero decir? Pues que el panfleto, si bien no tanto como definición, sino de acuerdo a la costumbre, suele ser un texto de muy corto vuelo y que no merece mayor consideración una vez cumplida su función de soliviantar el ánimo de sus destinatarios. Sin embargo, un panfleto literario es aquel que aspira a perdurar en el tiempo en función de su calidad narrativa por encima incluso de lo que suele ser, ya no solo cualquier panfleto al uso, sino incluso la mayoría de los libros que tratan el mismo tema que este. Un panfleto literario ni siquiera debe parecer un panfleto, más bien debe evitarlo a toda costa, a ser posible aspirando a ser una obra seria en toda regla, de altos vuelos, Literatura con mayúscula, aunque únicamente sea por su tamaño.
Pues ese y no otro es el caso de La Esperanza de André Malraux, un novelón en toda regla, más de quinientas páginas en la mayoría de sus ediciones, escrito, como quien dice a vuela pluma, desde abril a noviembre de 1937, sobre la experiencia de su autor durante la Guerra Civil española y, ya en particular, al cargo de la escuadrilla aérea, formada y comandada por él, llamada Escuadrilla España, operativa desde agosto de 1936 a febrero de 1937. Con todo, lo que se cuenta en La Esperanza no se circunscribe en exclusiva a lo vivido por los personajes que forman parte de la susodicha escuadrilla, la mayoría de ellos voluntarios de las Brigadas Internacionales con experiencia en el manejo de aviones, sino que también se extiende a los frentes más destacados de la Guerra Civil y en los que Malraux tomó notas durante sus recorridos a lo largo y ancho de la península. A esto también habría que incluir la información que Malraux recabó de personajes como la escritora María Teresa León, su amigo el también escritor José Bergamín (que aparecerá en la novela tras la figura de Guernico), el pintor comunista Luis Quintanilla (que había participado en el cerco del Alcázar de Toledo) y, sobre todo, el general republicano Gustavo Durán (que inspirará en gran parte el personaje de Manuel en la novela). Malraux también aprovechó las crónicas de los corresponsales extranjeros en España como las que su compatriota Louis Delaprée enviaba al diario parisino France-Soir.
La Esperanza llegó a las librerías francesas el 18 de diciembre la novela obteniendo desde el primer momento una gran atención por parte de lectores y crítica. Un éxito que respondió tanto al interés del público francés por profundizar sobre lo que estaba sucediendo en España, en una guerra a la que la mayoría de la población no era indiferente porque las simpatías hacia uno u otro bando también se repartían a ese otro lado del Pirineo de acuerdo con las ideológicas de cada cual, como al crédito como autor del que ya disfrutaba Malraux después del éxito de La condición humana (1927), donde mostraba su simpatía hacia la revolución popular china. De ese modo, se podría decir que el Malraux cumplió el objetivo que se había propuesto con la redacción de La Esperanza como miembro activo del servicio de propaganda del gobierno de la República Española, en cuyo apoyo llegó a dar conferencias y mítines tanto en su país, Francia, como en EE.UU. en repetidas ocasiones. Un objetivo que justifica mi calificación de la novela como panfleto, en este caso una airada defensa escrita de la causa republicana frente a la amenaza fascista representada por el bando nacional de Franco, pero cuya factura supera con creces lo que entendemos como panfleto gracias al buen oficio de su autor y, en especial, a esa concepción tan en boga entre los escritores de su época y militantes de todo tipo de causas, de procurar poner el arte al servicio de estas
La muerte no es algo tan serio: el dolor, sí. El arte es poca cosa frente al dolor y, desgraciadamente, ningún cuadro tiene frente a él manchas de sangre. (La esperanza)
De ese modo, la prueba irrefutable de que Malraux acertó con su novela, o lo que es lo mismo, que supo infundirle el imprescindible aliento literario para que esta trascendiera el mero propósito propagandístico, no fue otra que la percepción de la misma como un himno a la dignidad humana, a la fraternidad, una inmensa esperanza para todos los hombres de acceder a esa dignidad por la “revolución” tal y como establece Maryse Bertrand de Muñoz en su libro La guerra civil española y la literatura francesa (Sevilla, Alfar, 1995).
Así pues, La esperanza no se limita a un simple relato de batallas en las que el autor procura imprimir a sus personajes una aureola épica de la que suelen carecer las crónicas periodísticas con la intención de mostrar al mundo el sacrificio de unos hombres, ya sea porque lo que se juegan es su futuro y sobre todo su libertad, como es el caso de los combatientes españoles, o en el caso de los miembros de las Brigadas Internacionales como consecuencia de su compromiso con unos ideales, los cuales son fácilmente reconocibles para los compatriotas del autor porque se resumirían en egalité, fraternité, liberté. Ese relato con todo lujo de detalles sobre la crudeza de las batallas o la penuria de la retaguardia ocupa la mayor parte de los primeros capítulos de la novela, sobre todo los que corresponden a La ilusión lírica donde se cuenta los primeros días de la sublevación militar en Madrid y Barcelona y los primeros combates en la Sierra de Madrid y los inicios de la actividad de la escuadrilla aérea de Malraux, y a El ejercicio del Apocalipsis donde se cuenta el asalto al Alcázar de Toledo. Se podría decir que el tono de estos capítulos no difiere en lo esencial del reportaje periodístico con la diferencia de que en este caso la acción está novelada. Sin embargo, en la segunda parte del libro, en los capítulos Ser y hacer o Sangre de izquierdas, donde se habla tanto del fracaso de Toledo como del éxito de la defensa de Madrid, empieza a percibirse las tesis que inspiran a su autor y que en la tercera y última parte de la novela, La esperanza, acabarán ocupando hojas enteras en forma de diálogos entre los personajes, los cuales tratan temas morales, políticos e incluso filosóficos, todo ello en medio de la contienda, ya sea acompañando a las Brigadas Internacionales durante la defensa de Madrid, el episodio de los civiles huyendo de Málaga por la llamada “Carretera de la Muerte”, la batalla de Teruel donde la escuadrilla tendrá un protagonismo decisivo, o tras la victoria republicana en la batalla de Guadalajara, la cual le sirve a Malraux para cerrar su novela con el mensaje esperanzador del que da razón su título.
Hace un momento usted ha hablado de la esperanza: los hombres unidos a la vez por la esperanza y por la acción tienen acceso, como los hombres unidos por el amor, a ámbitos a los que no tendría acceso por sí solos. El conjunto de esta escuadrilla es más noble que casi todos aquellos que la componen. (La esperanza)
De modo que no cabe duda que La Esperanza está entre las novelas sobre la Guerra Civil Española más conocidas escritas por extranjeros, junto a Por quién doblan las campanas (1940), de Ernest Hemingway, La gran cruzada (también de 1940 aunque publicada en 1978) de Gustav Regler, o Homenaje a Cataluña (1938) de George Orwell, que tiene un halo panfletero más evidente, militante incluso. En efecto, la mayoría de las obras citadas podrán ser un homenaje a la causa republicana, incluso un canto de amor a España y a los españoles; pero, siendo como son también una mirada crítica sobre el desarrollo de los hechos, y en especial las rencillas, incompetencias e impotencias dentro del campo republicano, también son la crónica de fracaso sin paliativos. La esperanza de Malraux pretende ser todo lo contrario, por eso acaba con la victoria republicana de Guadalajara y sus personajes se debaten entre la derrota y el triunfalismo, porque quiere convencer a sus lectores que la causa de la república todavía no está perdida. Desde luego no si ellos hacen todo lo que esté en su mano para revertir lo que la mayoría de las crónicas del momento anunciaban como una victoria cierta del bando nacional en razón del apoyo internacional, el de la Alemania nazi y la Italia fascista en especial, en contraste con esa oprobiosa neutralidad de las llamadas democracias occidentales entre las que Malraux, pese a su militancia comunista, se empeñaba en situar a la República Española.
He visto a las democracias intervenir contra casi todo, salvo contra los fascismos. (La esperanza)
Y por eso también la mayoría de los personajes y situaciones que aparecen en la novela acaban pecando de un esquematismo que los alejan, por ejemplo, de esos otros de Por qué doblan las campanas de E. Hemingway o de la mirada tan militante como crítica del narrador de Homenaje a Cataluña de G. Orwell. Todavía más, ni siquiera las grandes novelas sobre la Guerra Civil escritas por autores españoles simpatizantes de la causa republicana como el tercer tomo de La forja de un rebelde (1941-46) de Arturo Barea, o la trilogía sobre la Guerra Civil de Max Aub compuesta por Campo cerrado (1943) Campo de sangre (1945) Campo abierto (1951) pecan del aliento panfletario que rezuma La Esperanza de A. Malraux por muy justa que nos pueda parecer su causa. Los libros de los españoles citados son ante todo un relato memorístico de lo vivido animado tanto por el deseo de justificar el papel de cada cual durante la Guerra como el de aportar su visión sobre las causas de la derrota republicana. Son obras, si, escritas a posteriori, si bien que al poco del final de la guerra y por lo tanto con el recuerdo de los vivido todavía caliente. La novela de Malraux, en cambio, fue escrita no solo durante la guerra, sino también para la guerra.
En circunstancias como éstas, me intereso menos en las razones por las cuales los hombres se hacen matar que por los medios que tienen para matar a sus enemigos. (La esperanza)
Es una novela de combate en la que el enemigo es el mal sin matices, por eso en ningún momento se mencionan sus razones, ni siquiera para rebatirlas, tampoco de la heterogeneidad de las fuerzas que lo componen al igual que las del bando republicano. El enemigo se engloba casi siempre bajo el epígrafe de “el fascismo” o “los fascistas”:
Hay que terminar con el fascismo: como se lo dije en Noisy-le-Sec a nuestros “conservadores”: no son las momias las que conservan Egipto, ¡Es Egipto el que conserva a las momias, señores!
Es de suponer que para que al lector extranjero no le quepa duda de a quiénes se enfrenta la causa republicana a pesar de las particularidades del bando nacional propias de la política e idiosincrasia española que podrían confundir a dicho lector. En cualquier caso, y por si todavía cupiera alguna duda al leer el libro de por qué urge derrotar a ese enemigo, este aparece siempre en como el responsable de los bombardeos indiscriminados a la población civil o del exterminio de los republicanos como en el terrible episodio de Badajoz. Hechos perfectamente conocidos por todos más tarde, pero que en aquel preciso momento, en plena guerra, todavía eran desconocidos, siquiera ya solo obviados, por la opinión pública extranjera. Sin embargo, si Malraux procura no ahorrar detalles acerca de las atrocidades del bando nacional, sí omite esos otros hechos tan luctuosos como los primeros que sucedían en el bando republicano como las “sacas” y “paseos” de los presos tras juicio sumarísimo, las quemas de las iglesias y los asesinatos de religiosos, e incluso la guerra intestina entre trotskistas y comunistas de la que George Orwell nos dejó un testimonio sin igual en su magnífica y muy ilustrativa Homenaje a Cataluña.
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