Un día negro en una casa de mentira (1998–2014), título que toma los versos iniciales de Habitaciones, del poeta y novelista francés Louis Aragon (1897-1982), recoge la obra completa de Elena Medel, detallada a continuación, desfilando por toda su joven vida desde sus incipientes creaciones cuando apenas era una niña hasta sus últimos versos madurados en la visión de una ya mujer tan clásica como revolucionaria.
Elena Medel, quien en la actualidad dirige la prestigiosa editorial La Bella Varsovia, nació en Córdoba en 1985 y ha publicado los libros de poemas Mi primer bikini (2002), Tara (2006) y Chatterton (2014), por el cual recibió el XXVI Premio Fundación Loewe a la Creación Joven, y los cuadernos Vacaciones (2004) y Un soplo en el corazón (2007), incorporando la obra de estudio, además, algunos textos inéditos o dispersos.
La autora mantiene siempre a través de sus versos (todos ellos organizados en sus respectivas agrupaciones y aterrizados de forma muy concisa) el dibujo de tres líneas claramente diferenciadas: su propia experiencia de vida, la experiencia de alguien cercano o, en tercer lugar, un planteamiento, una reflexión. Todas ellas, aunque notoriamente germinadas en sí misma, invitan a una reflexión abierta en múltiples interpretaciones, elemento clave en una poesía correcta cuyo fondo guarda tanto valor como la forma. En este caso, ambos gozan de una libertad minuciosa, que, aunque abierta en interpretación, el fondo, y en construcción, la forma, han sido cuidadosamente rectos en su correspondiente lugar, consistentes en cada poema, pero muy dispares entre sí. Parece ser que esto despunta una pieza importante de la personalidad de la autora quien, a pesar de su inconforme visión del mundo, es estricta y canónica en su forma de hablar y hacer las cosas, poniendo la cautela de alguien que conoce bien la fuerza de sus pasos, y el mimo de quien siente profundamente su obra.
«[…]
Prisionero de guerra temporal.
Condena que se cierne sin pedirlo,
Y ansia de una libertad que ahora
Es un pedazo de segunda piel».
Esto último aplica en todo momento. Medel se desnuda en su poesía, pero no con la intención de mostrarse o entregarse al mundo sino con el propósito de generar un impacto en el lector, de invitarle a una escucha abierta del mundo, y de levantar un espejo ante el cual cada uno descubra su propio cuerpo al desnudo en la reflexión de la semblanza. La música de su escritura acompaña al lector en un baile moderno de metáforas que, aunque tan racional como irracional, tan realista como figurado (Medel recurre en incontables ocasiones a diferentes figuras literarias o históricas), es ligero en su lectura y, aunque condicionada, su interpretación depende de uno mismo y no de la autora.
Es clara la maduración —que no madurez— que distingue su obra Mi primer bikini (2002), de Tara (2006) en una prosa poética característica y digna de mención, y sobre todo de Chatterton (2014), la cual, por cierto, fue más que justamente galardonada. A través de estas tres obras —y sin miedo a una creación anclada que en cualquier momento puede quedar como hoy decimos «desfasada»— la autora nos traslada a una época esbozada en sus particulares símbolos, trayendo de vuelta a Heidi y a Cenicienta, entre otros, para arrastrarnos después con todo menos cautela a la nostalgia de un mundo de recuerdos desgranados y sufridos, y finalmente a la cruda realidad que siempre nos acompaña a pesar del filtro sepia con el cual la confinamos en el álbum. Aunque Medel parece tender al criticismo gris que empaña la temática de una inmensa mayoría de la poesía, como si fuera una condición sine qua non de los poetas, sus últimos versos parecen consentir algo de luz.
Reitero, si me lo permiten, el término maduración en su sentido más académico, porque la madurez de la Medel todavía niña de Mi primer bikini es más que notable en su visión desencantada de un mundo que aprovecha la inocencia para levantar los secretos de una sociedad adulta enviciada, y así lo revela en la rebeldía de los términos más disruptivos.
«[…]
Nadie nunca
Podrá verme llorar en su clítoris de neón».
Así, es interesante participar a través de esta lectura, de una combinación de visiones del mundo, de tonalidades de fondo y forma que además de empujar al lector a un viaje a través de sí mismo y de la enigmática Medel, le invita a deleitarse en un banquete de sensaciones.
Por otra parte, y aportando la otra cara de una visión crítica, aunque siempre desde el respeto de alguien orgulloso de pertenecer a una sociedad diversa y tan amante como defensor de la cultura, me atrevería a afirmar que esta antología, igual que muchas otras muy aclamadas, no es para todos los públicos.
En este sentido, aunque considero que es de una lectura infinitamente más sencilla de alcanzar que cualquiera en una poesía más clásica, también pienso que se excede en su intención de adaptarse a un mundo disruptivo que, a pesar de todo, mantiene en una gran parte la belleza que ha inspirado a tantísimos otros autores a lo largo de la Historia. Con esto quiero decir que, aunque se entiende un estilo diferente, actualizado, puede resultar excesivamente directo en su expresión, casi ofensivo, mitigando así el encanto de una imaginación al vuelo; o excesivamente sencillo, perdiendo por el camino el tesoro de una literatura elaborada que además de entretener a su lector e invitarle a pensar, le enriquecen en una pintura impresionista de palabras tan encantadora como trabajada. Un determinado público podría acusar a la autora de pecar en un exceso de intenciones, como si tratara de priorizar su reivindicativa forma de expresión, de vender una personalidad y no una obra, sacrificando por un interés personal un arte tan antiguo como la raza humana. Pero lo tanto ocurre con la narrativa, o, cambiando de arte, con la música o la pintura, los hay quienes prefieren París y su Louvre y los hay quienes prefieren Nueva York y su MoMA.
En conclusión, Un día negro en una casa de mentira (1998–2014), es, como su propia autora, un símbolo de las ya liberadas visiones modernas del mundo, correcto, pero con personalidad, académico pero turbulento, actual. Una lectura recomendable para todas aquellas personas entendidas que se atrevan a explorar nuevas formas de expresión en un arte antiquísimo, y todas aquellas personas neófitas que busquen una lectura ágil y profunda con intención, más allá del entretenimiento. Para todos los demás, replicaría esta recomendación, pero con la advertencia de acudir a ella con la mente muy abierta y la disposición de enriquecerse a sí mismo en la discusión de los propios valores y moral, de unas bases sociales en constante evolución y del convencionalismo en su sentido más amplio. En definitiva, una lectura para personas atrevidas, que sepan entenderla, pero también cuestionarla.
Un día negro en una casa de mentira (1998–2014)
Elena Medel (Córdoba, España, 1985)
Madrid, Visor Libros, S.L., 2015
230 págs.
Texto © Javier Úbeda Ibáñez
Fotografía © Lisbeth Salas
Gran escrito.
Con todos mis respetos al autor del artículo, Javier Úbeda, y por descontado a la autora, Elena Medel, de quien he leído una novela, o algo así. Mi comentario es, naturalmente, sólo sobre lo que he leído, creo que publicado en Anagrama. Aquí va. Es -en mi opinión- un muy pobre ejercicio de expresión literaria, mediante un texto incoloro, inodoro e insípido, construido con frases cortas que podría haberse alargado 500 páginas más diciendo lo mismo, o sea, nada. No hay trama, ni contenido, ni mensaje, ni creación/innovación literaria. No hay vida ni emoción interior, tan solo. una frase inane tras otra: cualquiera de ellas podría ser suprimida sin alteración del contexto (probar a hacerlo). Es un decurso de acontecimientos, hechos y anécdotas sin orden ni concierto, vulgarmente expuestos -a veces con una consabida crítica social-, sin mayores juegos de lenguaje, irónicos o de significados. En suma, me pareció una pérdida de tiempo. No he leído sus poemas porque con esta introducción tuve bastante. Ni me apetece ni suelo hablar así de un escritor, pero eso será señal del mal sabor de boca que me produjo su lectura. Lo siento, pero esta es mi opinión. Me parece un ejercicio más de marketing editorial que no hace ningún servicio al amor por la buena literatura y los buenos libros.
Entresaco de su comentario, con todo respeto don Pedro, lo siguiente:
– «Elena Medel, de quien he leído una novela, o algo así».
– «No he leído sus poemas porque con esta introducción tuve bastante».
Los libros están ahí: para leerlos, criticarlos constructivamente o no leerlos, con libertad y respeto, independientemente de los posibles prejuicios, de cualquier tipo, que uno pueda tener con su autor/a.☺
Las opiniones (incluida la crítica literaria) están para todos los gustos: unas más acertadas que otras, aunque respetables las que se merecen un respeto. Pero una cosa son los libros publicados, y otra las fobias sobre (contra) sus autores. Los libros hay que juzgarlos, en mi opinión, independientemente de la autora o autor que los escribe. O tal vez predomine en algunos eso de: por sus obras les (los) conoceréis. La crítica sana y constructiva, libre, no tiene porqué ser reflejo de la persona o personalidad de quien escribe un libro, sino del libro en sí, aunque suponga ello un valor a tener en cuenta.
Los libros, en mi opinión, hay que juzgarlos (valorarlos) independientemente de sus autores. Ya que, si un escritor no nos cae bien, por el motivo que sea, su libro… tampoco.
En la valoración de un libro, para muchos, guarda una relación directa entre su autor/a y el libro, aunque este último pueda llegar a ser o sea un gran libro. El libro será o se valorará, para muchos, por lo que su autor/a es en la vida real. En este caso, no hay, pues, una valoración real del libro, sino que depende de las cualidades, profesionalidad, seriedad, virtudes de su autor/a.
Dirigido a los comentarios de Isabel y Javier, si es que he entendido bien sus alegatos.
En absoluto tengo ningún prejuicio en contra de la autora, Todos mis comentarios críticos son exclusivamente de orden literario, ni se me puede pasar por la cabeza cualquier trazo que aludiera a la persona. Y creo que en la breve reseña crítica doy razones objetivas, dentro de lo que es posible en un comentario sobre un texto, naturalmente siempre subjetivo. Podría extenderme bastante más en los defectos que le he visto al texto, pero no lo he hecho porque no se trataba de ello en un comentario a vuela pluma. A mi no me convence, por ejemplo, esa barahúnda de frases cortas que está ahora de moda, ni esa ausencia de rigor en el análisis de la realidad, ni ese limitado uso del lenguaje, etc. Y me molesta, por no decir que me indigna, el uso del marketing por parte de las grandes editoriales, encumbrando muchas veces a autores mediocres; aunque no sé si es peor el seguidismo y la falta de criterio de muchos lectores, seducidos por la publicidad y la aparición en los medios de comunicación de éstos. Pero bueno…el negocio es el negocio, y así funciona esta sociedad.
Hay escritores/as muy buenos/as que tienen libros no tan buenos. Son los casos, por ejemplo, de “Ordesa” (un gran libro) y “alegría” de M. Vilas, o “El bazar de los sueños” y “Mientras escribo” (un gran libro) de Stephen King. Por ello, como dicen los comentaristas, a la hora de valorar los libros, hay que hacerlo, en mi opinión, independientemente de sus autores/as. No todas las obras son buenas porque las escriba un/a autor/a de renombre, las hay también mejorables.
Hay escritores buenos, como personas y profesionalmente, con libros buenos y otros no tan buenos. Y hay escritores no tan buenos (como personas y profesionalmente), con libros de calidad y libros de peor calidad. Es importante, por ello, valorar los libros independientemente de sus autores. No todas las personas son intachables ni todos los libros tienen la misma calidad, salvo excepciones. Por ello es importante valorarlos independientemente de sus autores. Valorar un libro por lo que es su autor, en mi opinión, es injusto.
Mi comentario va en la dirección de que hay que distinguir, en mi opinión, entre libro y su autor. Valorar, criticar negativamente, no leer un libro por lo que su autor es personal y profesionalmente y no por lo que hay escrito en él, para mí, es un camino errado. Para muchos, como se ha dicho: cuando un escritor no me cae bien, por lo que sea, su obra tampoco, es decir, van paralelos. Opiniones de este estilo salen publicadas a menudo en páginas sobre determinados libros: «Tiene el libro tal que es nefasto»; «no vale nada como escritor»; «es un fantoche, un soberbio»; «solo le interesa la fama, el dinero, su libro no tiene calidad alguna…». Opiniones que habría que contrastar con las de especialistas en la materia.
He quedado sorprendido por la dirección general de los comentarios que contestan de alguna manera al mío, justamente centrados en algo de lo que yo no hablaba. Y, sin embargo, han pasado de largo sobre otros temas que me parecen mucho más importantes. En este sentido, recomiendo la lectura del artículo “Planetario de Planeta”, de Manuel Rodríguez Rivero, publicado en EL PAÍS- Babelia, del sábado 23 de octubre pasado. Creo que puede resultar muy clarificador.
Don Pedro, cada uno es libre de opinar lo que quiera, siempre con el respeto debido. No se puede imponer a nadie lo que tiene que decir o debiera decir u opinar o no. La buena libertad es fruto del respeto a los demás. Si se utiliza mal esa libertad, es cuando hay que responder con la verdad auténtica, no con la que uno tenga.