Voy al wáter y en la orina se forma un rostro que me mira insistente y melancólico. Desde siempre me salen figuras extrañas que me avisan de algo por todas partes. Ahí en la taza distingo unos ojos redondos y obsesivos, una nariz tímida y voluntaria, y una boca a medio formar que no sabe como hablarme. Se parece a un cartel del lituano Stasys que compré una vez en Cracovia y tuve muchos años en mi habitación de Madrid. Le digo a Consuelo que venga y ella también lo ve. No sé qué me quiere decir, pero estoy seguro de que es algo importante.
Y al día siguiente vuelve a aparecer, aunque quizá no tan precisa. Desde luego no tiene petulancia ninguna, más bien se muestra humilde y silencioso. Pero se preocupa por mí. Ahí debajo, en el fondo de ese pozo, como las miradas en los ojos excavados de Scopas, o como el que mira desde el fondo las estrellas según Fulcanelli, está muy libre de todas nuestras menudencias, de nuestros prejuicios. De las ideologías y las cárceles gilipollas de la mente. Ese rostro no me predica nada, solo se preocupa por mí.
Tantas veces han querido hablarme las columnas que se movían cuando yo me movía, las ruinas de Medina Azahara, los muros de Barcelona al desplazarse. Las notas de Chopin que caían una detrás de otra a lo largo de los instantes. Y yo no hacía caso o no sabía como hacer caso. A veces me venía el pasamanos de una escalera a la cara, a veces era el sonido de una golondrina loca al atardecer. Mira bien lo que haces, me decían, fíjate bien en que algo está ocurriendo. O me lo decían los árboles al avanzar de uno en uno en las alamedas.
Pero ahora, como no hice caso, o no supe como hacer caso, me viene un rostro humilde y apesadumbrado en el fondo del wáter. Desde luego no se da importancia, no pretenderá ser elegante dibujado en medio de la orina, trazado con espumas y con huecos. Pero por eso mismo me llama tanto la atención. Y quisiera escucharlo de verdad, saber de verdad lo que me dice. Porque en realidad no me habla, no me suelta palabras adocenadas que enjaulan y falsean la realidad. Me habla con el silencio, con su melancolía sin pretensiones. Por eso sé que puedo fiarme.
Por eso la segunda vez me quedé un buen rato mirándolo. Sé que lo más importante de la vida es lo que no tiene palabras ni conceptos, lo que se dibuja en mitad de una meada. Pudo decir esto Bukovski, pero no creo que lo haya dicho nunca. Porque las cosas más calladas le ocurren a cada uno en solitario. Pero yo quisiera escuchar de verdad esa cara de espuma y de adiós. Esa cara que es tan pasajera que por eso mismo me puede decir la verdad. Porque no espera precisamente que yo la inscriba en una pared, que la suelte en un discurso. Porque solo en instantes libres nos viene la vida de verdad sin gilipolleces. Porque como decía Robert Frost: Nada dorado puede permanecer. Y algo similar dijo Baudelaire pero él lo experimentó en las calles de París. Y yo lo vi en la espuma de mi orina. Y ese tipo dibujado en mi orina me habló como no me habló nadie en el mundo. Sin gilipolleces ideológicas, sin encubrimientos, sin altisonancias. Sin hipocresías y sin preguntas frecuentes. El mismo tipo es una pregunta infrecuente, dirigida solo a mí, y por eso me fascina.
Fuiste algo precario en un instante pero no te olvidaré, amigo que me hablaste en un tiempo clandestino de verdad. Descorcharía una botella contigo pero quien sabe cuando volverás a aparecer. Y ahí metido en tu sombra tú me hiciste ver otra vez, como Leonard Cohen en “If it be your Will”, lo que pesa mi vida de verdad. Te doy las gracias, viejo, un día bajaré a meterme contigo en el fondo del wáter. Y los dos seremos auténticos y sombríos.
Texto © Antonio Costa Gómez
Fotografía © Greg Rosenke