Literatura Narrativa Relato

Ave, Cesare

Giacomo Perna

“Sticking feathers up your butt does not make you a chicken!”,
dijo una alucinación muy sabia

Encontrar a Cesare fue aún más difícil que, para él, encontrarse a sí mismo, y la verdad es que de hecho él todavía sigue buscando. No es un trabajo de un día para otro. Pero su desaparición, menudo susto. Su desvanecimiento repentino desató unas cuantas horas de ansiedad e histeria contenidas, pues es sabido que en ciertos países quién sabe qué le puede pasar a uno, el peligro está ahí a la vuelta de la esquina. Siempre. Sobre todo para alguien como Cesare, entrañable espíritu. Aquellos como él, que se proponen desplazarse de un rincón a otro del mundo, promoviendo la descentralización del intercambio cultural, pues, se trata de la categoría más en riesgo. Su madre aseveró que su futura muerte se adelantó al menos cinco minutos debido al terror padecido, pero seguro que Cesare encontrará remedio al asunto con sus plantas y remedios, y su padre pues, en un extremo de desesperación, aunque escarmentado por el presagio de la idiocia, llegó a componer el número de emergencias del ministerio de asuntos exteriores, pero colgó después de quince minutos de espera y I believe I can fly silbando en sus tímpanos sin interrupción, murmurando algo tipo para qué, que fijo será una huevada de carajillo. Menudo susto, de verdad.

Y no solo para sus familiares y amigos, pues Cesare se ganó el cariño de un exiguo pelotón de desconocidos que alaban sus gestas, y algo de notoriedad le entregaron entre los círculos más esmeradamente comerciales de la futilidad. Todos se descabellaron en pavor y pánico, preguntando en los comentarios que si es que había pasado algo, activando el sonido del móvil por si acaso, pero distrayéndose en sus oficios cotidianos sin mucho pensar, acordándose del asunto a cada notificación recibida, pues hace ya demasiado tiempo que el silencio de Cesare en las redes se prolongaba. Fue un día larguísimo. Tener tantos seguidores al final es algo bueno. Además de alimentar una pizca de narcisismo y seguridad en sí mismo, véase una situación así, todo el mundo preocupándose durante al menos un momento de sus jornadas. Seguro que después de una semana o algo, alguien habría alertado las autoridades, a no ser que un nuevo Cesare se apropiara de la atención general, en este caso, quién sabe.

Todos agitados por Cesare. Y es que Cesare lo merece. Cesare es una persona increíble. Su desaparición habría significado una gravísima pérdida para el mundo. Es que es un hombre que acecha demasiadas virtudes. Una de estas es la dedicación. Un pequeño ejemplo: cada mañana, no importa dónde, ni cómo, ni cuándo, lo primero que hace Cesare es saludar al sol. Cada mañana. Hasta cuando hay nubes, y la ubicación exacta de su meca resulta difícil de captar, ahí está Cesare y sus brazos dibujando formas en los aires. Es un hábito reciente, desarrollado poco después de empezar las clases online, y alguna que otra presencial, cuando su itinerancia se lo permite, de yoga, a las que se somete cada día después del desayuno con estoica consagración, salvo imprevistos, tipo alguna fiesta prolongada hasta más allá del alba, la fatiga, la alarma que no sonó, el guayabo impertinente, una cama vuelta más pícara por la noche, el calor o el frío, la lluvia que ahí de verdad que no, o las pocas ganas, para mencionar algunos, fastidiosos contratiempos con los que al final cada uno puede tropezarse. Qué personalidad sobresaliente Cesare.

Es una persona increíble. De verdad. Y cuántos envidiándole la vida y qué alma fantástica, porque de verdad que menudo ejemplo del buen vivir. Sobre todo ahora que se encuentra cruzando el otro lado del mundo, pues sus talentos y habilidades brotaron como de un volcán. De hecho, Cesare se reveló un maestro de la adaptación y la metamorfosis que muy pocos como él. Desde que partió, se ha vuelto un ídolo para sus seguidores. La admiración ajena llegó al tope y hasta los desconocidos siguen con atención y ansia su nueva publicación inspiradora. Cada foto acompañada por una esmerada y profunda y atentamente estudiada (para no incurrir en horrores gramaticales o de forma, dios guarde) reflexión sobre el sentido del mundo y del ser, que comparte en sus variadas cuentas, gana la aprobación de todos los internautas de las redes sociales, y miles de comentarios tipo “eres un grande”, “qué inspiración”, “sigue adelante”, etcétera y etcétera. Los más raptados para el resplandor de su aura, que a pesar de su desmedida magnitud encaja muy fácilmente dentro de una imagen de 600×400 pixels y una descripción de dos mil doscientos caracteres, espacios incluidos (aunque algunas plataformas restringen significativamente el campo disponible, menudo dolor de cabeza para sintetizar), hasta se atreven a enviarle mensajes privados, pero muy raramente obtienen una interacción más allá de “visualizado”. Es que su tiempo es oro y no está para gastárselo buceando por Internet y las aplicaciones y los mensajes de textos, qué barbaridad esta tecnología que nos ha vuelto esclavos y víctimas de nuestra propia vanidad, afirma él mismo en su post diario del mediodía – horario perfecto para asegurarse notoriedad y visualizaciones, según cuanto descubrió en el tutorial sobre como alcanzar la popularidad en las redes sociales – programado puntualmente después de la cena del día anterior, a no ser que no haya wifi u otra pesadilla parecida, qué barbaridad estos países sin señal, ya no nos queda tiempo para vivir, afirma. Sin duda, tiene razón. Sus agudas críticas sociales hicieron despertar a decenas de sus seguidores cuya nariz sigue pegada con atención magnética a la pantalla digital de sus teléfonos celulares última generación, para sensibilizar a los demás navegantes de la red sobre la alienación que padecen. Resurgieron de sus letargos, afirman. Por dicha. El pequeño gran mundo que logró conectar necesitaba a alguien que esparciera el verbo. Y quién mejor que él. Sus publicaciones fueron compartidas tantas veces siempre por las mismas personas que muchos no dudan ni un segundo en definirlo, en sus excursos de doscientos cuarenta caracteres y luego unos corchetes para saber más, ásperamente centrados sobre la esclavitud tecnológica moderna, como un profeta. Cesare el profeta. Y menos mal que existen personas como él. Cesare les abrió los ojos a muchos. Alguien se atrevió a definirlo como un mesías, y la verdad que su vanidad ahí vaciló un rato, pero por dicha que se mantiene con los pies bien soldados al piso.

De todas formas, sus palabras y sus capturas, así como su estilo de vida, son un soplo de inspiración y revelación para los demás, y bueno, para él mismo también – sus propias hazañas son sus más grande inspiración, aseveró unos cuantos días antes de desaparecer. Más aún ahora, desde las metrópolis paquidérmicas y los pueblitos vírgenes y las cumbres gélidas y las playas paradisíacas y las selvas salvajes (que qué mejor adjetivo que este) que aspira visitar, cuya inspiración lo impulsa a filosofar y profetizar sobre la relación entre el ser y sí mismo, la naturaleza, los animales, los ancestros, y la importancia del viaje para redimir el espíritu de las opresiones (en general, las “opresiones”; todavía no ha profundizado el tema etiquetando una u otra cosa específica como opresiva, pero seguro que es para mantener el suspense). Su producción escrita se alimenta de palabras tipo cosmos, universo, energía, Pachamama, chakra, sagrado, backpacker, hostal, etcétera y etcétera, pilares alrededor de los cuales rodea el concepto de desconexión de la sociedad y conexión con el entorno y el ego, reconfigurándose, sus conceptos increíblemente iluminantes, dentro de una simbología ver-da-de-ra-men-te (otorgándole la atención necesaria a cada sílaba) innovadora y tocante, capaz de llegar al grano de los corazones. Hasta los más frígidos, según sus lectores.

Pero sus hazañas intelectuales no se limitan a esto, pues Cesare es un polimorfo pensador. De hecho, en sus digresiones excelsas, Cesare abarca también temas más concretos y materiales, respaldado por el saber básico adquirido en las diferentes facultades en las que pululó, combinado con los conocimientos y experiencias locales conseguidas durante su peregrinar – que no se piense que Cesare habla así por hablar. Gracias a la maestría narrativa de Cesare, joven Che de larga crin dorada recopilando sus sagaces notas de viajes a lo largo del continente, los curiosos aficionados a sus escritos pueden experimentar sobre sus pieles, desde la comodidad de sus canapés, la desigualdad que apena las vidas, o sentir como Cesare, víctima por ósmosis, empatía y apropiación momentánea de las injurias universales, el peso ahogante del desarrollo del subdesarrollo que aflige los pueblos. O despotricar durante la hora del almuerzo al enterarse de la explotación de los derechos humanos enterrados en una mina de cobre o cinc de la que Cesare escuchó hablar, todo por Cesare, su abogacía y sus denuncias. Y ni se hable de la mercantilización cultural con la que aplacaron a los locales, transformándolos en meros juguetes a la merced de los occidentales. Esto es un tema que Cesare no puede ignorar.

Y no es todo. No es que Cesare sea un pesado. Sabe bien que la vida también hay que disfrutarla, y más en esta época porque carpe diem así como recita su tercero y último tatuaje handpoke hecho por un descendiente aborigen de novena generación, de tez rojiza, por el sol inclemente del sur, y rubia cabellera, conocido hace unos días en el hostal. Y además su poliforme interés en las múltiples facetas de la realidad, cómo podía estañarse dentro de lo malo y precluirse de las alegrías. Es por esto que a menudo, entre una profunda crítica y un análisis sociocultural, sus publicaciones cambian de tonalidad. Ahí sus lectores pueden deleitarse con las variopintas recetas, rigurosamente vegetarianas, que los animales no están para nuestros caprichos (aunque bueno, hay una que otra excepción – disculpen los aficionados, pero país que visitas, comida que encuentras, y además este ceviche de bonito, una delicia, y los anticuchos después de una parranda colosal, ni se diga), que hábilmente copia y pega del internet, invitando a sus seguidores a ensayarlas en sus hogares, siendo la palta, la quinoa y el queso cajamarquino, que las vacas ahí sonríen por lo bien que las tratan, sus ingredientes favoritos, y comenten qué tal les salió.

Otro leitmotiv interesante y bien acogido por sus lectores, hallazgo reciente para Cesare, es el poderío de los brebajes, pociones, infusiones y plantas medicinales y sus miles de usos para incrementar el bienestar del templo que habita (es decir, su cuerpo, en un principio hubo algo de misunderstanding con algunos lectores ajenos a las metáforas). Los remedios naturales, junto a su dieta vegetariana y el yoga, son una panacea para el buen vivir de su cuerpo y su mente, porque bueno, mens sana in corpore sano, cómo que no. Desde que emprendió su viaje, Cesare se jacta con orgullo de haber abandonado los medicamentos industriales, venenos legalizados para el beneficio de las multinacionales (contra las que Cesare, obviamente, pugna con ardor), para entregarse al poderío de la sabiduría ancestral. En efecto, Cesare se desprendió de todas las pastillas y remedios comerciales que traía consigo, tirando todo a la basura del hostal en un acto de liberación de la dictadura de las empresas farmacéuticas y los agentes tóxicos que nos propinan, menos unas cuantas bolsitas de ketoprofeno que es lo único que lo salva de estas resacas inaguantables después de una noche de pisco sour y cocaína, unas cuantas tablitas de paracetamol por si la fiebre, que el soroche es fatal, y unas dosis de hidrocloruro de loperamida porque estas ráfagas de diarrea torrencial a menudo vuelven a visitarlo. De todas formas, Cesare solo toma estos medicamentos cuando de verdad no puede más (aunque está intentando aguantar estoicamente los guayabos, porque esto del ketoprofeno cada dos o tres días es demasiado). Por lo demás, Cesare se consuela con las medicinas naturales, conseguidas con regateos tímidos y tartamudeos indecisos en el mercado de Tacora, pues la selva se encuentra demasiado lejos. Ningún veneno comercial se atreverá otra vez a desconfinar en su vísceras, y por esto el buen abastecimiento de plantas y raíces en cómodas bolsitas plásticas, escondidas en el fondo de su mochila ultra tecnológica waterproof de sesenta litros color azul océano – aunque ahí en la ciudad de los reyes se dio cuenta que el color del océano puede variar; todo es relativo, fue la iluminación que siguió al descubrimiento.

Menudos cambios que aportó Cesare a su vida, quién se lo habría imaginado – pero es que es un chico increíble. Imposible contemplar un mundo sin él. Sería una pérdida demasiado, pero demasiado grande. Todos lo confirmaron en las preocupaciones y desconsuelos que siguieron su desaparición, y menos mal que pudieron encontrarlo, porque si no… Fueron horas de pánico. Hasta el teléfono del hostal donde se alojaba sonó varias veces, pero la poca destreza lingüística de su madre mezclada con la escasa paciencia de la recepcionista… no hubo mucho de comunicación. La pesadumbre por el otro lado del charco estaba a tope y hasta se pensó alertar a las autoridades locales, pero como los buenos filmes hollywoodienses enseñan, hasta las veinticuatro horas no se puede hablar de desaparición, y a lo mejor Cesare está ocupado en sus prácticas y rituales extremadamente constructivos para su ser. Había que concederle su tiempo.

En efecto, como sus seguidores bien saben, Cesare se está acercando a la existencia, pero a la verdadera existencia. Se trata de un oficio abrumador y fatigante. De hecho, Cesare está buscando las lianas que conectan el hombre a la vida, pero a la vida real, subraya en sus publicaciones. Desde hace poco, se dio cuenta que la vida común y corriente es una mentira, construida sobre preconceptos y dogmas procedentes de una sociedad oprimente y manipuladora, propensa al control y a la explotación de los seres humanos, pobres víctimas de sí mismos. Pero por dicha que Cesare, visionario contemplador de la condición humana, se dio cuenta de todo. Sus denuncias son espeluznantes, escalofríos para las élites mandonas que todavía no se han enterado de su activismo social media-militante. Por sus dichas, porque si no menudos dolores de cabeza.

Pero, a pesar de su profunda consagración, lo de redefinir los parámetros de la existencia es un trabajo agotador para él también. Despojarse de sus creencias y deconstruir sus convicciones, no es tarea para todos. Y sus lectores lo confirman: menudos huevos para lanzarse así hacia semejante aventura, salirse de los esquemas, despojarse de sus certezas, muchos se preguntan si lo harían (y de vez en cuando, aseveran que sí, sin duda). Hacen falta más personas como él. De verdad. Sin duda que no le falta coraje. Pero es cierto que no fue una transformación repentina. No es que Cesare se haya despertado un día y zas, a tomar por culo para el otro lado del mundo. El viaje en sí empezó hace algunos meses, pero la preparación física y psicológica fue ardua y larga – otra manifestación de su esmerado compromiso.

De hecho, Cesare llevaba años planificando su paseo por Latinoamérica, y admirando la jaula llamada mundo en la que se autoencerró el homo sapiens sapiens, con un spritz y un campari al lado del río. Su interés hacia la sociedad surgió en el colegio, cuando se adjuntaba a la multitud estudiantil cantando eslóganes y fomentando motines para evitar las clases de matemáticas. Menuda mente brillante. Semejante interés para sus cofrades desafortunados aun siendo un chiquillo sin pelos en los sobacos. Ya en aquel entonces se construyeron sus certezas, pues la sociedad era el enemigo y había que derribar sus estructuras. Qué mejor que andar en sandalias y murmurar contra el sistema. Hace falta coraje. Su interés para las situaciones latinoamericanas tardó un poco más en surgir. Fue mientras cursaba su primer año en Ciencias Políticas cuando Cesare se interesó por el nuevo mundo – re-nuevo para los ojos de quien recién lo observaba, pero es que le resultaba difícil creer que llevaba el mismo tiempo que el resto estando ahí. Es que entre un curso y otro conoció a una chica venezolana, y vaya estrategia para conquistarla, hablarle de caudillismo y revoluciones después de cada clase para ligar. Lastimosamente, no funcionó, pero al menos logró aprobar el examen de Historia de Latinoamérica, único de su carrera – es que este no era su camino.

En efecto, después de la primera sesión de exámenes, decidió abandonar, para dedicarse a la planificación de su viaje, trabajar un poco como secretario en el gabinete de su padre dos horas a la semana pero con un salario de un trabajador full-time —que no piensen que Cesare es un holgazán o un vago, siempre se sacrificó para ganarse la vida—, pensar en su próxima carrera universitaria, aprender a tocar la guitarra y a entrelazar pulseras y dejarse crecer el pelo, requisitos indispensables para todo viajero que se respete. No tardó mucho en decidir sobre su futuro académico —mientras que el pelo si tardó bastante, por los infinitos retoques; la belleza necesita tiempo y compromiso, aún más que la revolución introspectiva— y así decidió pisar las huellas paternas, matriculándose en psicología, pero sin dejar de un lado sus planes peregrinos. Lastimosamente, tuvo que abandonar esta carrera también. Es que las ciencias ciertas no encajan muy bien con su personalidad libre y pensadora. Y constructivamente crítica, sobre todo.

Pero no fue para mal, pues así pudo encontrar por fin la carrera perfecta para él, que había de prepararlo para su futuro viaje. De hecho, tuvo la suerte de divisar entre las infinitas publicidades inútiles y adictivas que hormiguean por Internet, enemigo jurado de la libertad y medio de control de los poderes fuertes sobre las masas, una posibilidad para matricularse en un curso en línea extremadamente caro —pero es que el precio refleja la calidad— de un año, que el tiempo es precioso, reconocido por algunas instituciones oficiales, pero tampoco muchas, de Estudios de Género sobre Mujeres y Hombres y Sexualidad Relacionados al Entorno de las Poblaciones Indígenas Mundiales, y la Influencia de las Redes Sociales en los Procesos de Gentrificación Modernos, título pomposo y urdidor que Cesare, humilde egresado, suele abreviar en Estudios de Género sobre Mujeres y Hombres y Sexualidad Relacionados al Entorno de las Poblaciones Indígenas Mundiales, para no cansar a sus interlocutores ni jactarse de sus diplomas. Después de solo doce meses sobre los doce disponibles, Cesare, estudiante prodigio, se graduó sin honorem ni laude, adquiriendo un esmerado conocimiento de un poco de todo, pero tampoco muchísimo —lo importante es la cantidad, jamás la calidad. Después de defender su tesina, no tuvo más dudas. Estaba listo para partir.

En las horas de su desaparición, su madre no pudo sino pensar y repensar en aquel día. Qué arrepentimiento. Qué riesgo. Dejarle cruzar el océano sin más, exponiéndolo a los riesgos del malvado mundo que Cesare, ánima gentil, intenta cambiar. Fueron horas trágicas, las de su desaparición. Habría tenido que disuadirlo, fue el pensamiento más reiterante en aquellos momentos de pesadumbre. En un extremo de desconcierto materno, la pobre hasta llegó a reprocharle a su exmarido el papel que tuvo en la partida de su hijo.

De hecho, Cesare estaba listo para partir, pero había un obstáculo, menos mal que una llamada a su padre y solucionado. Le faltaban un billete de avión y algo de plata, pues todas las ganancias de años de trabajo en el gabinete paterno habían sido invertidas en spritz y campari al lado del río, herramientas indispensables para descifrar de cerca la situación humana. De todas formas, no fue un problema, pues Cesare doctor en su disciplina, que todavía no se sabe muy bien cuál es, el padre no pudo sino apoyar su viaje comprándole un billete solo de ida y cederle su American Express Unlimited para financiar el comienzo de su búsqueda de sí mismo —de esto se trataba, de buscarse a sí mismo, como afirmó Cesare varias veces, la última en una publicación hecha desde la puerta de embarque, poco antes de despegar, dirección Lima la gris; buscarse a sí mismo para encontrarse y de ahí poder cambiar el mundo, pero primero lo básico y lo personal.

Qué persona increíble Cesare. Son las pequeñas gotas como él que forman los océanos del cambio, como dijo el sabio Cesare. De verdad. Tantos sacrificios y estudios para llegar al otro lado del mundo, cruzar un continente entero, enfrentarse con la soledad de un hostal repleto y las diferencias culturales de los barrios turísticos, luchar contra los climas ásperos con su vestimentas térmicas, desafiar los peligros callejeros de las borracheras, encarar la escasez de comida y la pobreza ajenas, todo con una gran sonrisa en la cara y la fuerza de ánimo descomunal que lo distingue. Es un ejemplo para muchos. Un verdadero ejemplo. Chapeau a Cesare, que jamás se rindió a las dificultades. Jamás su espíritu tambaleó, a pesar de las arduas pruebas que le proporcionó el viaje. Las dificultades se volvieron meros contratiempos gracias a su sexto sentido, primogénito de la desconfianza y el bienestar y el linaje urbano occidental, que le permite superar cualquier obstáculo con facilidad y hasta un poco de gracia, como si bailara la bamba —que la vida es un baile improvisado, afirmó Cesare en sus redes sociales.

Y las dificultades no son pocas. Ahí están a la vuelta de cada esquina —y menudas fortalezas inexpugnables para el mero hombre común. Pero Cesare… La primera se presentó cruda y violenta justo después del aterrizaje, cuando Cesare, desconociendo los protocolos turísticos locales, se encontró desprovisto de un tique de salida del país, y frente a la obligación de tener uno, requisito indispensable para obtener el anhelado sello de entrada, no se desesperó ni un segundo, ahí donde muchos podrían haber caído. Tras intentar de desflorar sin éxito la firmeza de la empleada aduanera con su charme, no vio otra sino agarrar su celular, activar los datos a pesar del coste elevado, y reservar un tique rumbo a Bogotá con la American Express Unlimited de su padre, qué dicha que se acordara del código. Y problema resuelto. De ahí otra prueba aún más difícil: encontrar el lugar más apto donde dormir. Por dicha que en el Jorge Chávez hay wifi, porque si no menudo dolor de huevos con el roaming. Y qué suerte que existan todas estas páginas con recomendaciones y reseñas de hostales y el intercambio de opiniones, solo se demoró diez minutos Cesare, minucioso analista de estrellas y comentarios, en elegir el lugar perfecto y mejor ubicado. Y esto que la elección no era nada fácil. Los criterios de su búsqueda eran muy estrictos, y reflejan su profunda pesquisa de sí mismo.

De hecho, Cesare no se habría contentado con cualquier hostal. Necesitaba algo auténtico que pudiera sumergirlo dentro de la cultura local y que se acomodara a su idea de confort, pues un baño privado es una obligación. Además, necesitaba aprender español, así que mejor si alrededor de bares y restaurantes frecuentados por los autóctonos, pero con personal de habla inglesa y otros viajeros como él, que luego la frontera lingüística siempre es ardua. Las excursiones y viajes de grupo no eran fundamentales, pero qué bueno que estén incluidas en el fantástico hostal que pudo encontrar. Último, pero no menos importante, la localización del hostal. Necesitaba un barrio que no lo catapultara con demasiada violencia en un entorno críticamente distinto, pues qué sentido tiene el viaje si lo que encuentras es demasiado diferente de lo que dejas. Así que rumbo a Miraflores, a interpolarse con la nueva cultura y comenzar de la mejor manera este viaje tan loco y disparatado y salvaje y a ver las sorpresas que deparará.

Qué increíble Cesare y su talento para adaptarse a todo. Vivir en un hostal no es nada fácil. Y más por dos meses seguidos, pues a pesar de sus planes, Cesare se encuentra demasiado a gusto en la ciudad de los reyes, le resulta imposible salir. Se acostumbró perfectamente a su nueva vida tan distinta pero de verdad que bien parecida a la que ha dejado al otro lado del charco, menudas capacidades. Ya es un experto conocedor de todas las aplicaciones de taxis, asiduo frecuentador de todos los bares estilo europeo, regular visitador de los mejores restaurantes (pues tiene que respetar su dieta vegetariana a base de palta y choclo, y frente a estas delicias para el paladar, pues, comparadas con una ensalada, difícil resistirse) y un práctico explorador de las calles miraflorinas, que conoce a la perfección (y también dos paseos en Barranco, la Plaza de Armas, y el mercado de Tacora, donde lo llevaron unos osados turistas que llevaban algo más de tiempo allá, pero que se prometió nunca más volver a pisar, pues demasiada gente y el peligro que se husmeaba a cada esquina, ¡por dios!). Sin duda se sumergió también en la cultura local, hasta el punto de que decidió rebautizarse César, como lo apodó una de las chicas del hostal con muy poca clemencia hacia los nombres extranjeros, para mostrar su apertura total al nuevo entorno. Un maestro de la empatía cultural.

Igual, sí pudo salir por un breve tiempo de Lima, pues los tres días de paseo a Ica y Paracas fueron ge-nia-les. Y las fotos que publicó. Una delicia para los ojos. El desierto y el mar y los flamencos y los pingüinos, y menuda fiesta al lado del oasis, el perico y el alcohol brotaban por todos lados, y el diminuto tatuaje de una llama (o un alpaca, o una vicuña, o un guanaco, que al final ni habrá diferencia, todos escupen igual, ¿no?) que se hizo en el antebrazo y el orgullo con el que lo estrena, sí que es parte de esta cultura. Por dicha que se acordó de llevarse el ketoprofeno para la resaca y el mambe para un poco de energía durante el día, que si no como aguantaba la excursión en las dunas y la fiesta después.

Su programa prevé partir muy pronto de Lima, y el billete para Bogotá está ahí esperándolo, aunque por dicha todavía está a tiempo para posponer la fecha, porque la fiesta y las rubias borrachas, ay, las rubias borrachas… Desde que Cesare (o César, hay que respetar su ardua labor de identificación con la nueva cultura), descubrió las profundas conexiones que ligan las almas y la facilidad con las que se entrelazan dentro del bar del hostal después de una ronda de tragos, le da mucha pena alejarse. Es que nunca había experimentado semejante fuerza y pasión a la hora de hacer el amor en su cuarto privado después de unos cuantos pisco sour y una que otra raya de coca a escondidas en el baño, de verdad que se le reveló el amor —y su contraposición a la monogamia, menuda condena social. Cuántas noches revolcándose en el frenesí profundamente espiritual del dele-dele-más-duro con otra alma perdida en su misma búsqueda, rigurosamente desprovisto de condón porque el látex sí que precluye la unión de los espíritus. Sentimientos únicos. Y Cesare, amante pasional. Sus conquistas perciben el calibre de su aura durante todos los tres minutos que preceden el coito (de Cesare) y, según cuanto él mismo confirmó en una charla de bar, vuelven a pensar en su grandeza a la hora de volver a sus cuartos y terminar solas, que su cama King Size en el hostal no está para compartir ni para cucharitas, pues los chakras sufrirían confusión.

Además, ahora que encontró su chamán de confianza, seguro que se quedará un poco más en Lima. A lo mejor lo seguirá hacia los Andes cuando sea el momento, pero no antes de haber reservado su billete de tren a Cuzco – Aguascalientes, que el paseo en bus es demasiado arriesgado, sobre todo en época de lluvias. Cesare fiel discípulo. Se propuso aprender todos sus secretos para poder profesar con maestría sus enseñanzas una vez de vuelta a casa. Es por esto que se desprendió de sus vestimentas de mero occidental guardándolas en la profundidad de su mochila (que luego un evento importante, nunca se sabe, y además lo que pagó para todas estas camisetas firmadas) y se arropó de chompas de cáñamo y unos cómodos pantalones estilo Aladino encontrados en el mercado vintage de Barranco, para reafirmar su libertad espiritual y su lucha contra las firmas y multinacionales. Es que son un asco, estas empresas que se aprovechan de la vanidad del hombre para facturar millones. Una amenaza para los que quieren llegar a la iluminación. Hasta se deshizo de sus zapatos, menuda tortura para sus piecitos, para armarse de unas excelentes sandalias Birkenstock que es como caminar en una alfombra de pétalos de rosa, y el estilo franciscano con la planta del pie sucia pero uñas perfectas sí que atrae a estas rubias. Qué cambio radical. Hasta en el vestuario.

Por dicha que su desaparición solo fue un susto momentáneo, nada serio, aunque muchos presagiaron lo peor. Qué bueno que Cesare podrá seguir contando sus gestas, porque sus seguidores necesitan más y más inspiración en su día a día. Este viaje le está transformando la vida, y su desaparición pues, un contratiempo que también forma parte del viaje. Otra experiencia más que lo hará crecer.

Y ni se hable de su primera ceremonia con el ya mencionado chamán, porque esta, menuda experiencia. Algo increíble, increíble como él, Cesare y sus hazañas. Tuvo el coraje de relatar todo el desempeño de la ceremonia en sus redes sociales, a pesar de que algunos lo juzgaran por drogadicto o hippie culeado, pero qué importa si es que estos son ignorantes y hay que ignorarlos, qué saben los profanos y mojigatos del sentido del cosmos que se le reveló en el Malecón Cisneros. Desde aquel día, cada domingo llega ahí para reunirse con su chamán y los demás discípulos y experimentar otra vez el poder de los ancestros, de la naturaleza y de la selva que se imponen entre los rascacielos residenciales, por la módica cifra de ciento cincuenta dólares americanos. Cada sesión. Más un sol por el agua o uno cincuenta para una Inka Cola helada, por si les da sed —lástima que no haya chicha morada, bebida de los dioses, que Cesare ama saborear frente a los locales, a pesar de que le moleste un poco el sabor.

De todas formas, su primera ceremonia fue algo asombroso, y cuántos detalles en su relato. Según él mismo contó, el chamán le entregó dos lagartijas y le pidió que cosiera la boca de una y los ojos de la otra, lo que Cesare, pese a su reticencia a herir a los animales, hizo, pues era la única forma de saber si la liana de los muertos podía revelarle el camino. Muchos quedaron fascinados por el relato, aunque algunos divisaron algunas semejanzas con las enseñanzas de un tipo llamado Don Juan, lo que es raro, porque justo en la mesita de noche del lindísimo cuarto privado de Cesare, la mucama que se encargó de chequear ahí por si estaba, que todavía no había pagado por la semana entrante, halló un libro titulado así, que Cesare devora cada noche antes de ir a dormir (cuando las fiestas y las conexiones espirituales se lo permiten), un promedio de una página y media al día. Algunos se atrevieron a poner en duda la veracidad de su historia, y los pleitos que se armaron en los comentarios defendiendo uno u otro bando de la discusión. Afortunadamente Cesare siempre lleva consigo su cámara Nikon D7500 guardada en su mochilita (jamás colgando del cuello, que Miraflores es tranquila, pero uno nunca sabe, y en este continente además) y pudo enseñar fotos y vídeos que causaron el orgullo del tenía razón yo de unos y el silencio avergonzado de otros. Qué experiencia, confirmó Cesare en las diez siguientes publicaciones concentradas en el tema, porque de verdad que semejante aventura espiritual merece más que una simple descripción.

Y además, como ya se volvió su ocupación dominguera habitual, seguirá teniendo mucho más que escribir. Las varias sesiones llevadas a cabo con el rubio chamán originario de California, pero que hace año y medio vive en Perú, le están enseñando a controlar la incontrolable liana de los muertos y sus estímulos, así que sus viajes se están volviendo más fáciles. Pero el primer encuentro con la profundidad de su ser fue algo increíble. El cuerpo se le volvió mera claraboya del alma, contó, y el alma un títere a la merced de los tambores, y de ahí el sudor y el vómito y la diarrea —qué suerte tener la loperamida, porque cagar en el malecón, un domingo, con todos los transeúntes paseando por ahí, qué vergüenza. Poquito a poquito, Cesare está reconstruyendo su ser, ayudado por su chamán y las experiencias que recolecta a lo largo y ancho de su estadía miraflorina. Y quién sabe qué le reservará el futuro, y los demás lugares que visitará, solo hay que esperar a que logre despedirse de la ciudad de los reyes, pero es que la magia que encontró ahí… Y las distracciones, por dios. De hecho, fue una distracción la que causó todo el malentendido de su desaparición, y el sobresalto que generó.

Como le explicó a su madre, aunque evitando mencionar algunos detalles, Cesare conoció una bella francesa en un festival. Los dos llevaban la misma pulsera de finto cuero en el tobillo, y unas que otras pulseras parecidas en las muñecas, así que la conexión espiritual entre los dos era innegable. No pudieron sino juntarse en el amor galáctico que el cosmos estaba generosamente moldeando, así que se dispusieron a oler perico y tomar unas cuantas pastillas juntos, para fomentar las chispas del alma a son de impulsos sintéticos. De ahí que a Cesare se le pasó la hora para enviar el consueto mensaje de buenas noches a su mamá preocupada, lo que alarmó a la pobre señora a la hora de despertar. En el frenesí del amor químico, también se le olvidó programar su publicación para el día siguiente, y ahí sí que algo no cuadraba, se dieron cuenta sus seguidores. Lo peor fue que poco antes del amanecer, cuando ya la música se había disipado y las drogas y el alcohol escaseaban, Cesare, movido por el ímpetu del amor fugaz y los lienzos que lo ataban al alma francesa, decidió seguirla hasta su hostal, extrañamente parecido al suyo —la conexión—, donde durmieron hasta la noche siguiente, sin ni juntarse en la fisicidad del amor que tanto anhelaban, pues después de tanta fatiga la pichula ablandada quería un breve letargo no más.

Pobre sol, que otra vez fue privado de su ritual saludo. Hasta tambaleó a la hora de amanecer, pues véase la influencia de Cesare sobre el universo, pero al final, por dicha, otro viajero de misma crin dorada y mismos ideales entrañables logró despertarse temprano, y ahí que el sol decidió aparecer. Menos mal, porque si no los daños sobre el ecosistema, pues…

Aun así, la tardanza del alba fue percibida por los seguidores de Cesare, que, atentos discípulos de su joven profeta, juntaron las piezas y entendieron que algo no estaba bien. De todas formas, todo pudo arreglarse al final. Apenas se despertó, Cesare pidió un cargador y por dicha que todos estos maestros de la humildad y la espiritualidad y el despojo de las riquezas utilizan el mismo iPhone, porque si no que lío a la hora de quedarse sin batería. Un mensaje a su mamá y una publicación para sus seguidores, y todos contentos y tranquilizados. De verdad que menos mal. La desaparición de Cesare habría significado un luto para el universo entero, que al parecer no puede seguir andando sin él. Por dicha que todo salió bien, y Cesare podrá seguir decantando sus sabios valores y profundos hallazgos, desmantelando la esclavitud espiritual del hombre publicación tras publicación, foto tras foto, kilómetro tras kilómetro, ojalá siga su viaje y el susto no le haga cambiar de opinión, porque si no ¿quién podrá seguir revelando los secretos del cosmos? ¿Quién podrá seguir hablando del despojo y la desigualdad? ¿Quién podrá analizar de manera tan crítica y honesta la realidad que no le pertenece aún sin lograr comprenderla? ¿Y qué tal los pobres, abastecedores de plantas sagradas, hoteleros, vendedores de cachivaches, baristas, taxistas y proveedores de drogas sintéticas que sin su aporte a la economía terminarían seguramente en quiebra? Por dicha que Cesare y su mirada crítica y su apoyo pasivo a la nueva cultura y a los abyectos siguen ahí. El mundo es un lugar mejor. Por esto, ¡Ave, Cesare!, o, mejor aún, ¡Ave, César!, que su inmersión en el nuevo mundo es innegable y hay que remarcarla.


Texto © Giacomo Perna
Fotografía © Andreas Wagner


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