Hace unas semanas, perdí la llave del portón de atrás. Se me cayó del bolsillo cuando iba en bicicleta. Es una llave electrónica que abre el portón automáticamente. Vivo en un complejo de departamentos de alquiler social en un barrio de La Haya, Scheveningen, en los Países Bajos, y el portón es la entrada común de cuatro departamentos, la entrada por el jardín. Hay otra puerta de entrada común al frente.
Esta pérdida, la de la llave, me está llevando a través de los corredores laberínticos de la burocracia holandesa, que, acabo de descubrir, es muy parecida a la argentina: Kafkiana. Y me recuerda a otro tipo de pérdida: la pérdida de poder que experimentaba cuando tenía que hacer trámites en Argentina. Lleve este papelito a esta oficina, después de hacer dos horas de cola para que me atiendan en esa oficina, me dicen que no, que ellos eso no hacen, que primero debe tener el sello de esta otra oficina, y para tener el sello hay que hacerla certificar por un escribano… Al principio uno se enoja y le grita al empleado, que no es más que un empleado que sigue órdenes, no es mi culpa, dice él, así son las cosas, hasta que una se da por vencida y hace todo lo que le dicen como un animalito de circo.
Pero eso era en una Argentina con poca práctica democrática, recién salida de las fauces de la última dictadura militar, una sociedad todavía imbuida en autoritarismo. Eso era allá, en el tercer mundo, no acá.
Llamé a la compañía que administra estos departamentos, Vestia, una corporación que todavía se está recuperando de una quiebra debido a las actividades fraudulentas de sus ejecutivos. La empleada en el teléfono no tenía ni idea de lo que le estaba hablando. ¿Llave electrónica? ¿Puerta automática? Me dijeron que me iban a llamar al día siguiente. Pasan varios días, no me llamaron. Llamo otra vez. Sí, sí, mi colega, que es el que sabe, la va a llamar. Pasan dos días, no llaman. A esto, el vecino, que fue la razón por la que instalaron ese tipo de puerta porque tuvo un derrame cerebral y anda en silla de ruedas, me dijo que llame a la compañía Service West, que fue la que instaló el sistema. Llamo a esa compañía, tampoco saben nada. Me piden el número de la llave. No tiene número, tiene letras. Le pido al vecino su llave, le saco una foto, y se la mando. Me dicen que me van a llamar. Nada.
Pasa otro día y el tipo de Vestia, el especialista, me llama. Dice que es todo muy raro, que ellos no tienen acceso a esa puerta, que fue instalada por un departamento de la municipalidad que se ocupa de la movilidad de sus habitantes. Que los llame a ellos, que él no puede hacer nada. Llamo a la municipalidad, me conectan con WMO, el susodicho departamento, y ahí me dicen que el vecino, el que hizo el pedido de la puerta eléctrica, tiene que enviarles una carta con su número de seguro social y su número de cliente y entonces ellos pueden contactar a la compañía que les hizo el trabajo para pedirles una copia de la llave.
Voy al vecino, al que encuentro sentado en la sala con la panza al aire, junto a su mujer y un viejo sentado en otro sofá, le cuento la historia, y el viejo sentado en el sofá larga un expletivo en holandés del tipo bullshit. Llama a Vestia, les dice que “ustedes recibieron 10.000 euros de la municipalidad para poner esa puerta”, a lo que Vestia responde, “nosotros no somos dueños de la caja que pusieron para abrir y cerrar la puerta automáticamente. Somos los que nos ocupamos de la propiedad, pero esa caja está fuera de nuestra jurisdicción. Tiene que arreglarse con WMO.” Pero mi vecino, Roland, me dice que van a tardar meses en mandarme la llave a través de WMO, entonces llama a Service West porque recuerda que el hombre que instaló la caja le dijo que, si necesitaba más copias de la llave, lo llame. Él es empleado de otra compañía que Service West contrató. Pero Roland no se acuerda del nombre. En Service West le dicen que llame mañana, que ahora el dueño no está y este empleado no sabe. Entonces el vecino me dice que él los va a llamar y me llamará mañana.
Mañana duró una semana más, pero, finalmente, la ayuda de Roland dio su fruto y vino “el experto”, que me costará un total de 90 euros, 35 por la llave en sí, y el resto, para pagarle al “experto” su presupuesto por hora. Resulta que viene y a los 5 minutos me dice que necesita programar la llave usando la original, y la original la tiene la madre de Ronald, y que la madre de Ronald viene a la tarde, y que él me deja la llave, menos mis 90 euros, y yo me arreglo con la madre de Roland, que es octogenaria. Y en diez minutos se iban mis 90 euros, y yo me quedaba sin llave que ande.
Yo me comunico en un holandés quebrado de nivel intermedio, y me parece que se creen que, por hablar el holandés mal, soy idiota.
Le dije que no. Que yo no le voy a pagar hasta que no tenga una llave que funcione en mis manos. Y agregué, “¿por qué no vamos los dos juntos a Roland y hacemos una cita con la madre así no tengo que esperar aquí toda la tarde?”
Fuimos, él entró directo a lo de Roland por la puerta de atrás, sin golpear. Parecen viejos amigos. Quedamos a las dos de la tarde.
A las dos, salgo al pasillo, no lo veo, pero veo la puerta automática abierta. Vuelvo adentro. Salgo otra vez, ahí lo veo, en el pasillo, haciendo una llamada. Vuelvo a entrar.
Al rato me llama: “Mevrouw! Voy a tener que volver otro día porque esta llave no anda, esta llave tiene otro código, aquí, ve, es otro número, entonces voy a tener que llamar al fabricante para que me mande otra y entonces sí puedo volver y reprogramarla.”
“Ok”, le digo. “Entonces usted me va a llamar.”
“Si, la voy a llamar en cuanto tenga la llave correcta.”
“Muy bien. Espero entonces.”
Pasaron varios días, no llamaban, entonces ahí se puso mi marido al teléfono, y así como por arte de magia se arreglaron las cosas. Vinieron, en diez minutos estaba todo instalado, y se fueron. Parece que esa era la clave: la voz de un hombre holandés autóctono. El privilegio de pertenecer.
Texto © Cuca Esteves
Fotografía © Bernard Hermant
Lamento lo que tuviste que pasar pero… ¡qué historia tan divertida! ¡Me reí un montón! Eso es algo que se aprecia mucho en esto tiempos..
muy gracioso!! es algo que nos pasa a todos
No nos podemos quejar, la reina exporto y pudo en practiva el sistema argentino. Muy buena representante tenemos. Yo vivo en el País Vasco y no sabes la de argentinadas que veo que hacen los vascos. Suerte que como Joe Rigoli, termimaste de plantar el arbolito. Jajaja. Un abrazo
Ya me parece que las argentinadas son universales. Somo todo argentino somo! 🙂
¡Gracias a todos por sus comentarios! Pero como me dijo un amigo argentino, no vamos a hacer quedar mal a nuestra patria. El problema es con los nórdicos, que se hacen los perfectos, pero no lo son, muy lejos de ello. Creo que el tema ahora no está tanto en diferencias nacionales si no en diferencias económicas. Si tenés dinero, no importa en que país estés, nunca vas a tener problemas como estos…. Ay, como dije, el privilegio de pertenecer….
Trata de no botar la llave otra vez! Algo similar me pasó cuando llegue a ese país y trámite la revalida de mi licencia de conducir. Me pude dar cuenta que fue un sin fin de pasos pero al final logre el objetivo.
La cosa es ser perseverante. Ya lo dice el dicho: Persevera y triunfaras!
Viví en Holanda y fui presa de la discriminación y mi rabia… también me desarrollé como músico en los trabajos que eran para un músico latinoamericano…. sí la burocracia ca de la mano con la discriminación. María de los Ángeles, qué buena descripción de la situación! Una mie.. ojalá puedas demandarlo por daños y perjuicios… salud!