Literatura Narrativa Relato

“When I’m Sixty-Four”, relato de Pedro Díaz Cepero

Los juegos de la mentira

Debo empezar diciendo que fue uno de mis mejores amigos, aunque no ocupara lugar prominente en los juegos a pié de calle de la infancia. Cuando nos conocimos ya habíamos dejado atrás el tiempo -que nos parecía bochornoso- de los pantalones cortos como símbolo de nuestra menudencia, y los libros se habían ido adueñando del espacio hasta entonces dominante de los tebeos. Fue el desvelo de otras inquietudes, el navegar hacia nuevas zozobras. Por ejemplo, empezamos a leer, además de las páginas de deportes del Marca, los monolíticos artículos de opinión de los diarios de información general, todos bajo la estricta mirada del Régimen. Y así se nos fue despertando una cierta conciencia política, simpatizante en algunos momentos, militante en otros, llegando a orillar en la conversación al resto de los temas. Bueno, excepto uno, el de las chicas. ¡Si las agendas hablaran de nuestras incursiones arriba y abajo de la calle Princesa de Madrid a principios de los 70!

Antonio G. Santolay, del que alguna vez he hablado en mis libros de memorias, no nació en Madrid, como la mayoría de nosotros, los del barrio. En más de una ocasión, sumidos en el vacío tedioso y nublado de esas tardes de domingo sin nada que hacer, nos había contado sus peripecias, el viaje interior y el real. Vino al mundo en una pequeña aldea de las tierras altas del noroeste de Guadalajara, territorio agreste y hostil como pocos, apenas un punto invisible en los mapas. Aun siendo muy limitados los recuerdos que conservaba, nos dejaba absortos cada vez que, su palabra flotando en nuestro silencio impaciente, abordaba sus singulares relatos. A nosotros, hijos del asfalto que éramos, no dejaban de sorprendernos sus descripciones: un villorrio perdido y desamparado a casi mil metros de altura, cuatro casas alineadas según los accidentes del terreno, entrelazadas tanto como el destino de sus moradores, unidos para desafiar la dura experiencia de la vida en esos parajes. Nos llevaba ventaja en muchas cosas, porque reconocía con facilidad las señales que la naturaleza envía: escuchaba los ecos de una tormenta en ciernes, identificaba al vuelo aves y pájaros, reconocía árboles y vegetales, rastreaba como un avezado cazador huellas y excrementos de animales…

Pero, finalmente, Antonio y sus padres se vieron obligados a emigrar, víctimas como tantos otros españoles de las inclemencias de la guerra civil, en un éxodo obligado en búsqueda de trabajo y alguna oportunidad de sobrevivir. Luego vino el destino incierto, la peregrinación en pensiones, habitaciones de alquiler con derecho a cocina, domicilios mal avenidos de familiares y, como un esqueje que hubiera languidecido después de tanto cambio, la separación de sus padres. Un caso más de vidas allanadas tras la guerra, de tragedias silenciadas en el griterío de las proclamas oficiales, de voces ausentes de los libros de historia.

Afianzamos nuestra amistad y confidencias por culpa de una anemia que le obligó a guardar cama durante un año; yo iba a verle algunas tardes, a veces faltando a las clases. Pero como no hay mal que por bien no venga, esas jornadas de flojedad y decaimiento trajeron la cosecha provechosa de decenas de lecturas, de rebote saludables también para mi. Recordamos esos días soleados de convalecencia en una de mis últimas visitas. Igual que evocamos con risas las magníficas vistas que teníamos desde la diminuta terraza de su casa. Por un momento dejábamos a un lado las discusiones sobre libros para encontrarnos y descubrir otro mundo que nos apremiaba. Teníamos delante el patio de recreo de un colegio de monjas, de chicas exclusivamente, que por entonces juntar a los dos sexos habría sido motivo de excomunión, cosa diabólica. Con nuestros tontos 14 ó 15 años de entonces contemplábamos sus ademanes, movimientos y griterío, más aflautado su eco que el de los chicos pero no menos incesante y ruidoso; una algarabía nada contenida, siempre controlada por media docena de monjas cubiertas de la cabeza a los pies. “¡Qué agobio deben pasar las pobres hermanas bajo sus hábitos… con más de treinta grados a la sombra!” -suspiraba la madre de Antonio-. Mientras tanto las chicas saltaban a la comba, enfundadas en unos uniformes grises no menos agobiantes, aún así convenientemente aleccionadas para defender la compostura del rebote -todas se recogían con premura la falda-.

Entonces, las relaciones con el otro sexo circulaban por una carretera muy estrecha, señalizada y penalizada al extremo. Casi todo estaba prohibido, y solo coger de la mano a una chica podía ser cosa de unas cuantas citas. Afortunadamente, hacíamos chanza de las restricciones a las que nos sometía esa moral rancia, seguramente más arraigada y severa para ellas, que debían ser el escudo protector de nuestras asechanzas perversas. ¡Cuántas cosas han cambiado! Ahora los ritos de acercamiento circulan por rápidas autopistas y apenas hay etapas que cumplir. En la dinámica de los contactos gana por goleada la relación virtual: los smartphones, los mensajes en tiempo real, SMS, Whatsapp…, amistades que se cuentan por cientos, fotos siempre felices, avatares ficticios… Todo a golpe de un sencillo e inerte clic. Tal vez su lado oscuro se exprese en la inconsistencia de los lazos, en la fugacidad de las propuestas, en la ausencia de compromisos, en la banalización de los contenidos, en la endeblez y permeabilidad de los sentimientos, frecuentemente liquidados con emoticonos, frases hechas y “likes” gratuitos, sin oficio ni beneficio. “Acaso por ello -me decía Antonio- ha desaparecido la ilusión de recibir una carta de amor firmada con la huella de unos labios, de encontrarte con una caligrafía familiar al abrir el buzón del correo, hoy un contenedor anodino de facturas, extractos y recibos bancarios.”

Lo más preocupante -le decía yo-, es que esas categorías de intercambio virtual exprés, esas prácticas cotidianas de trivialidad en la comunicación a través de las redes, de correspondencia aséptica, acaben haciendo mella en lo sustantivo y auténtico de las relaciones humanas.

Los diferentes destinos laborales de Antonio y míos nos hicieron perder el vínculo durante muchos años. Casualmente, a través de Internet, uno de sus hijos nos puso en contacto con ocasión de su sesenta cumpleaños. Luego nos hemos visto pocas veces, por el fastidio de domicilios alejados y obligaciones diversas, de nuevo recordando acontecimientos y vivencias del pasado, intercambiando libros y experiencias, también confrontando ideas sobre la actualidad social y política, con un número similar de coincidencias y desacuerdos.

Quedamos en organizar una buena, tal vez un viaje sideral o un encuentro entre amigos del barrio con ocasión de su 64 cumpleaños. De jóvenes nos pusimos de meta ese número como clave simbólica para reencontrarnos, un estribo en el que nos apoyaríamos para continuar viviendo. La mágica cifra tenía un referente claro en la canción de los Beatles: “When I’m Sixty-Four”. Entonces la escuchábamos en los guateques desde un sencillo tocadiscos de maleta en la voz de un joven Paul Mc. Cartney, mientras bromeábamos sobre ese horizonte tan lejano, ni nuestros padres lo alcanzaban. ¿Cómo seríamos? ¿Dónde nos encontraríamos cuando llegáramos a esa edad?

No ha sido posible.

 


 

Nuevo libro de Pedro Díaz Cepero,

LOS JUEGOS DE LA MENTIRA

-Viaje al horizonte turbulento de las relaciones humanas

 

Portada libro Los juegos de la mentiraEnseguida percibí que el formato de unas “memorias” se adecuaba a la multiplicidad de argumentos, personajes y fabulaciones que quería mostrar.

Me permitía empaquetar, juntos, tramos de la historia de España, trozos de la vida privada, meditaciones sobre la sociedad actual… Me permitía mezclar realidad y ficción, cambiar de ritmo y densidad en cada capítulo, prescindir de la cronología, salirme de la ortodoxia narrativa. Asumía la incomprensión de quienes siempre aplican al relato la misma plantilla y desechan, por ello, los productos que vienen sin código de barras.

¿Quién ha dicho que una obra de ficción debe leerse con la facilidad de una cartilla de primaria, o digerirse como un placebo, sin dejar ninguna traza en el lector? Me interesa la profundidad de los contenidos, las reflexiones sobre este siglo y nuestra existencia. Me interesa el compromiso social de la escritura, y denuncio la desigualdad y la exclusión, la hipocresía y el individualismo de las relaciones humanas. Apuesto por el poder transformador del conocimiento y la cultura.

Recomiendo al lector que se deje llevar por el tobogán de sorpresas que le trae cada capítulo. Se sabe cómo empiezan, pero no cómo acaban. Este viaje no excluye a nadie por razón de edad, y a nadie le será ajeno. Porque la realidad de la vida es el verdadero protagonista del libro. ¿Hay algún tema más importante?

SINOPSIS

Bajo la apariencia de un relato autobiográfico, el autor va desgranando los efectos 

nada tranquilizadores que la nueva era digital nos está dejando. Si en algunos capítulos asistimos al retrato sociológico y humano de los años 80/90,  en otros nos damos de bruces con la zona de obras e inseguridades de hoy. A veces parece más un relato de intriga que una narración amable de memorias. No obstante, el autor apuesta por la esperanza, sin ocultar sus dudas y su compromiso con la realidad histórica y la defensa de lo social. Nada es lo que parece y cada página es una sorpresa para el lector: la rememoración del pasado, pero también la reflexión y el abrazo a nuevas inquietudes. 

El autor nos introduce en temas poco tratados por la literatura, tal vez porque son políticamente incorrectos, molestan, restan lectores, o incluso disgustan a los editores. Pero es que, además de hacer buena literatura, de escribir bien, su intención es justamente esa: molestar, dar la coz en la herida. Solo cuando llegas al final del libro percibes el revulsivo que te ha dejado ese “viaje al horizonte turbulento de las relaciones humanas”.

 

LOS JUEGOS DE LA MENTIRA
-Viaje al horizonte turbulento de las relaciones humanas-

Pedro Díaz Cepero
Madrid, abril de 2021
252 páginas.
Tapa blanda
ISBN: 8418665580
Precio: 15’15 euros (IVA incluido)

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Texto © Pedro Díaz Cepero
Fotografía © Mabel Amber


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