Literatura Narrativa Relato

La extraña pareja

Para Antonio – quien conoce a todo el mundo

Me gusta que nos mire la gente. Fuimos al bar al que vamos siempre, y como siempre, está a rebosar. Un pequeño grupo de músicos actúa al fondo. Nos hemos metido tras el saxofonista. Él, gustándose, es el punto de todas las miradas. Como estoy directamente detrás de él, tal que si estuviera dentro de él, imagino que todos los ojos son para mí. Al instante reconozco el señuelo del escenario.

Se abre un hueco a la izquierda y, para estar más cómodos, nos dirigimos hacia allí. Todos los ojos se mueven con nosotros, parece un retrato de una película de horror de los años setenta. Siento que oigo el clic de los ojos cuando se fijan en su sitio. Me hablas del film ese, muy famoso, La extraña pareja, que nunca he visto. Cuentas que dos de los personajes son hermanas inglesas. Comparten piso y se ríen todo el rato. Me dices que, cuando nos conocimos, mi hermana, tú y yo, pensaste en esa película inmediatamente. El comentario me hace reír. Así, charlamos y nos reímos con nuestro público más allá, y es en ese momento me di cuenta de el porque nos están mirando. Eso es lo que somos: La extraña pareja.

Una mujer me escruta con una mirada clara y calculadora, la que tienen las mujeres. Al final les intereso yo – siempre se vuelve a la mujer. La curiosidad se torna en evaluación, que se convierte en un juicio ¿Qué es lo que me aporta esta relación? Incluso ¿Qué me paga él?

Si alguien quisiera saber, le diría la pura verdad, que la rareza de nosotros está en nuestra diferencia – lo que se puede describir y, más importante, lo que no se puede – los numerosos obstáculos que hubieran impedido nuestro florecimiento, pero que no lo hicieron. El orden, el desorden, el orden reestablecido.

Les diría que conoces a todo el mundo. Es decir, todo Madrid, que es el único que nos importa. Y cuando me presentas a la gente, me impulsas hacía adelante, haciendo que me siento importante, que tengas orgullo de mí. Les diría que no hay un edificio en toda la ciudad por el que podemos pasear sin que me cuentes una historia alucinante. O esa noche cuando lloré mientras hablaba contigo por teléfono, viniste inmediatamente a mi casa en un taxi y fuimos al teatro. El taxi ya olía a ti, esa mezcla específica, de cigarrillos, cuero y ajo. Puede que o puede que no les cuente que, normalmente, no permites la debilidad que significan las lágrimas, pero a la vez siempre que escuches Flamenco, llores – ¡un doble estándar! De doble estándares tienes muchos.

Además, probablemente no diría nada del hecho de que discutimos tanto como nos reímos y durante los tres años de lo nuestro, hemos discutido dos veces casi fatalmente, que me haces sentir bella, al tiempo que culpable, por el deseo que te provoco. Les diría que cuando finjo entenderte, te ríes de mí y coges mi mejilla de una manera que me da comprender que me has pillado. No sabrán, si no les digo, que la historia de tu vida hace que los dedos tiemblan con la anticipación de un escritor.

Apartando la cortina gruesa de terciopelo que cubre la puerta del bar, salimos, nuestro público tendrá que crear su propia versión de los que somos. Nos despedimos en la esquina de la calle. Voy hacia la izquierda y tú hacia la derecha. Raros, improbables, quizás somos, pero el amor es extraordinario, así puede ser que no seamos tan extraños.


Texto © Jayne Marshall
Fotografía © Clem Onojeghuo


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