Arte Pintura

Pontormo, la Florencia inquietante

Así es la vida, como la ve Pontormo. No como en el canon de Rafael. Tan ordenado todo, tan suave. Todo tan rastrillado, tan bien puesto. Con esas virgencitas sin defecto. Con esas crucifixiones tan bien compuestas.

Le llamaron Manierismo a lo que se salió del canon. A lo que mostró subjetivismo e inquietud a finales del Renacimiento. A lo que se escapó por atisbos, por diagonales. Y luego Curtius distingue sólo en la historia del arte entre clasicismo y manierismo. Y el romanticismo es solo para él una forma de manierismo. Estupenda forma de simplismo y ceguera. Habría que decir más bien al revés, que el manierismo fue un anticipo del romanticismo.

Entré en la iglesia de santa Felicitas en Florencia. Quería ver el Descendimiento de Pontormo. Estaba tan entusiasmado por encontrarme allí que le explicaba a Consuelo en voz alta y una empleada me mandó no hacer tanto ruido. Pero me encantaba tanto estar allí. Era una iglesia secreta, cerca del Ponte Vecchio, donde no entraban los turistas.

Era un “Descendimiento de la cruz”, pero no se veía cruz, ni monte, ni clavos, ni crucifixión alguna, ni a los otros crucificados. Había un amasijo de formas y de cuerpos inquietos moviéndose. Parece más una pesadilla que una realidad, tiene un dinamismo que alucina. Cada uno mira hacia un lado y extiende los brazos como le parece. El propio Cristo parece muerto de manera despistada. Me recuerda la “Confusión general”, del gran pintor y poeta polaco Witkiewicz. No se trata de salvar un mundo, sino de expresar una angustia y una desolación sin paliativos.

Uno de los personajes está en cuclillas de espaldas, en una posición extrañísima. No parece que pueda sostenerse en esa postura, se crea una tensión angustiosa. Todo el cuadro tiene un aire de angustia y desconcierto, de densidad angustiosa. Y los colores son unos colores absurdos, extraños, inverosímiles. Son colores que no descansan dentro de la idea de cada color, y desde luego no tienen nada de canónico, fluctúan fuera de su idea y de su concepto. Claro que no tenemos el canon de Rafael. No, claro que no hay ningún canon ni ninguna síntesis apacible y tranquilizadora. Porque al fin y al cabo, coño, no se trata de decirnos qué armonioso es el mundo, sino que un Dios sufrió angustias increíbles y se sacrificó por un mundo. Se trata del escándalo y la desolación, se trata de Dostoievski.

Y claro, le llaman a eso manierismo. Cuando nada encaja en su concepto, cuando nada se coloca como tendría que colocarse. Cuando nos vemos en la pura inquietud y el no comprender. Le llaman a eso amaneramiento porque lo natural según ellos es ponerlo todo armónico y equilibrado. Como si no existieran las perplejidades y los alucines y los sueños laterales.

Por eso quería ver ese cuadro de Pontormo, siempre me fascinó Pontromo. Lo seguí mucho en las historias del arte. Pero en aquellos días en Florencia lo encontré también en la Galería de la Academia, cuando descansé de ver el David de Miguel Ángel. Que destacaba también más lo terrible que lo armonioso, que no expresaba esa confianza prepotente del Renacimiento. Pero Pontormo era de una fuga, de una timidez huidiza. Él mismo sabía que no lo captarían bien, que no lo pillarían como era. Él mismo sabía que estaba siendo travieso, que se salía del guión. Y se atrevía a pesar de todo, pintaba esos seres de sus sueños indefinidos, que ni siquiera definían los colores. Que lo componían todo como si fuera la descomposición. Y por eso mismo tenían más vida secreta que los grandes maestros.

Pontormo fue un maldito del siglo XVI. Y un amanerado, como dijeron los tratadistas, porque no sabían concebir ese tipo de sentimientos. También un tío mío cuando me dolían mucho las muelas decía que estaba exagerando, que eso seguramente era sugestión. Yo era un manierista. Y sobre todo no cumplía con las buenas formas y los buenos modales. Incluso el Laoconte de la antigüedad, cuando se retuerce lanzando gritos a las estrellas mordido por serpientes, era un manierista. Qué mal gusto retorcerse de ese modo. Pero Pontormo no gritaba hacia las estrellas, gritaba hacia su interior. Se retorcía en su interior porque no estaba contento, porque lo agobiaban los sueños y las melancolías incómodas.

Por eso sus personajes se sostenían en cuclillas sin afirmarse bien en el suelo, y te miraban con rostro descompuesto, con los cabellos llenos de fiebre. El propio Cristo no parece bien muerto, ni siquiera se sabe cómo está, porque en el fondo nunca sabemos como estamos. Y Pontormo da cuenta de eso y no le importan las escuelas ni los cánones. Ni le importarían ahora los talleres artísticos, ni los talleres literarios si escribiera, ni las técnicas ni las zarandajas. Ni que esto no coincide con lo otro, ni que aquí se falta a no sé qué reglas.

La Virgen parece que flota, todos parece que flotan. Porque en el fondo todos estamos flotando, ningún ser vivo tiene el terreno firme. Y no sabe si siente dolor o qué demonios siente, con su manto que no se sabe si es azul. Y extiende su mano absurda y desarmada en el aire sin llegar a tocar nada. Porque nunca llegamos a tocar nada y Pontormo lo sabía.

Estaba deseando ver directamente a Pontormo, ver las entretelas del Renacimiento. De esa época que creyó encontrar la sabiduría y saberlo todo, pero no quiso enfocar la inquietud más que raras veces. Y a la inquietud le llama manierismo, posturas forzadas. También tú, si te pinchas con una lanza en el costado, tendrás una postura forzada. Joder si será forzada. Y extenderás las manos sin saber adonde como esos personajes y no sabrás donde apoyarlas. También tú te sentirás náufrago en una confusión general entre sueños.

Me encantó entrar en la iglesia secreta de Santa Felicitas, qué ironía, una iglesia que nombra la felicidad, donde Pontormo puso la inquietud más sincera. Y más perturbadora. Ver ese cuadro es como fumar un cigarrillo, ahora que eso es tan pecado, como hacer algo pecaminoso, como poner la mirada turbia delante de esas caras tan turbias. Pero ese supuesto manierismo es la sinceridad más tortuosa. Porque nada es rectilíneo y nada en la vida está inscrito en triángulos como lo inscribía Rafael.

Una vez un tipo me dijo que en el museo Vaticano lo que más le gustaba era Rafael Sanzio con su elegancia y suavidad, yo le dije que me fascinaba mucho más Miguel Ángel con sus energías terribles en la Capilla Sixtina. Él me contestó: yo solo vi un montón de gente torciéndose para mirar hacia arriba. Pensé: claro, si no quieres torcerte, y no quieres esforzar la mirada, solo mirarás lo que esté a tu altura limitadamente. Pero yo por fin vi a Pontormo cerca del Ponte Vecchio.


Texto © Antonio Costa Gómez
Fotografía © Wikipedia


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