Literatura Poesía

Trabajos de ser solo hierba: hermenéutica y deconstrucción, la poética del ser

Miguel Ángel Curiel

Un texto de Óscar González Palencia a propósito del poemario de Miguel Ángel Curiel, Trabajos de ser sólo hierba (Los Libros del Mississippi)

 

Debemos, a Hans Georg Gadamer, la idea de fusión de horizontes, bella expresión que alude a los dos focos culturales con que cada persona aborda la conquista del conocimiento: por una parte, el bagaje atesorado por la experiencia; por otra, la aportación derivada de la percepción del objeto cognoscible en el presente. Esta idea alumbró la estética de la recepción, un modelo teórico literario concebido por Wolgang Iser y Robert Jauss que estriba en la divisoria existente entre la intención del autor y la interpretación del lector, identificables, respectivamente, con lo que Jauss llama “horizonte de expectativas” y “horizonte de experiencias”. Ese doble eje trazado por Jauss – sin perjuicio de la soberanía de cada lector – es fundamental para acercarse al último título de la obra poética de Miguel Ángel Curiel.

Trabajos de ser solo hierba concluye o, mejor, consuma, un proceso de búsqueda que comprende los tres últimos poemarios de este autor. Jaraíz (2018) es una ontología poética, un registro lírico del ente, una expresión del yo lírico ante la naturaleza. Luminarias (2018-2019) secunda o prolonga un diario versificado que se remonta, en su origen, al año 2009, pero que, en esta segunda entrega, constituye, en esencia, una antropología lírica, una teoría del conocimiento basada, ante todo, en la búsqueda denodada de la expresión poética, una metapoesía que trascurre a través del aforismo, el versículo neovanguardista, el apunte volandero anotado en un cuaderno de trabajo, el vislumbre reflexivo y su correlato lírico, la reflexión irracionalista, la proposición lógica, el poema en prosa…El capítulo siguiente, el de la consumación, es Trabajos de ser solo hierba, una obra que devuelve a la poesía toda su dignidad, recuperando, para ella, el vínculo que, de natural, la hermana con la filosofía; con Trabajos de ser solo hierba estamos ante la pregunta lírica sobre el ser.

Poesía sobre el ser

Al devolver la poesía a su ámbito natural, – insistimos – el centro mismo de la pregunta sobre el ser – que incluye y el sentir y, sobre todo, el vivir –, la creación poética escapa de la resignada derrota de una lírica que llamaremos “del sujeto”, donde el único cosmos que cabe reflejar es el de la experiencia que queda tras el escepticismo y la desesperanza sobre los que hemos edificado – en palabras de Zygmunt Bauman – nuestro mundo líquido, un mundo que solo cabe pensar y expresar, poética y reflexivamente – según expresión de Gianni Vattimo –, con un pensamiento débil. Partimos, por tanto, de que Trabajos de ser solo hierba es poesía sólida y fuerte, alejada de los oropeles del Babel lírico del presente, muy afecto a la eufonía de lo prosaico y la prosodia de lo efímero e insustancial.

La obra comprende un recorrido lírico extenso y ambicioso. El autor transita, calzado con sus propios versos, el camino de algunos de los más importantes hallazgos logrados por la meditación humana. Cada perspectiva es un jalón de la historia del pensamiento que lo es también de la poesía (dos códigos con un mismo cometido): el paso del mito al logos, la interpretación lógica de la realidad, la semiología de las formas simbólicas a través de la semiótica hermética y, finalmente, la superación de la filosofía y de la lírica del sujeto para adentrarse en la metafísica heideggeriana en sus tres fases: la hermenéutica de la facticidad, la conciencia del ser a través del Dasein – y su relación con el mundo a través del ser-a-la-vista y del ser-a-la-mano – y la tropología de la casa, del pastor y del claro. Concluido el itinerario, Curiel constata cómo la última escala de Heidegger está por construirse: lo que permite nombrar al ser – por lo que es y, sobre todo, por lo que no es, lo cual, a su vez, conduce al yo poético, por eliminación depurativa, a intentar nombrar, líricamente, la nada – y lo que permite nombrar el universo. Y es aquí donde Trabajos de ser solo hierba pasa de la hermenéutica a la deconstrucción; donde concluye Heidegger, comienza Derrida, que entendió el universo como una realidad análoga a los lenguajes naturales, lo que hace, en aparente paradoja, que las lenguas humanas no sirvan para enunciar el mundo. Esto se debe a que, de la misma manera que las lenguas están en un continuo proceso de mutación que impide fijar los signos como algo inalterable, asimismo el universo está en permanente trance de cambio, lo que imposibilita la abstracción y, consecuentemente, el conocimiento y el hecho de nombrar el ser. Solo nos queda la opción de construir un universo literario, lírico, translaticio. Se trata de continuar y completar (o consumar) la tentativa emprendida por Heidegger en la tropología de su Carta sobre el humanismo; se trata de formular, poéticamente, el universo de acuerdo con la deconstrucción de Derrida. Queda abolido el viejo triángulo de la lógica estructural del sentido, aquella que distinguía el significante, el significado y el referente, que, a partir de ahora, se entremezclan y confunden. Queda superada, también, la teoría de los mundos posibles, con su semántica de la congruencia, con su coherencia entre lo que se dice y la realidad a la que apunta lo que se dice. A cambio de todo ello, nos queda un mundo concebido como una sucesión de signos mutables, un conjunto de textos que se iluminan unos a otros y que constituyen una realidad textual que no remite a una “realidad real”, sino que se refieren a sí mismos dentro de una realidad autorreferenciada. Sin embargo, cabe preguntarse cómo abordar un proceso de descodificación de un discurso cuyos referentes remiten al discurso mismo. ¿Va más allá de la quimera el solo hecho de intentar interpretar un código referido a sí mismo, cerrado en la circularidad de una semiología sin remisiones a ningún mundo posible? Al leer los primeros poemas de Trabajos de ser solo hierba, el lector puede tener la impresión de estar ante un universo poético intransitable por carecer de los asideros imprescindibles para llevar a cabo una lectura posible, el reconocimiento de un sentido, la percepción vaga de un eco que permita seguir siquiera la procedencia del sonido o el eslabón donde se prende el significado del mensaje. Conviene, por ello, despojarse de los viejos hábitos de la mímesis clásica, que implica la traslación de la realidad sensible, tangible, al poema, y dejar que permanezcan, como mucho, las premisas de la écfrasis manierista, cuya base teórica es que el arte – y, por tanto, la poesía – reproduce ideas, es decir, la realidad inteligible. Es este un paso preliminar primordial para adentrarse en una poesía cuya materia constituyente – muy alejada de la mayor parte de la poesía que se cultiva en la actualidad – nace de los viejos filones de las preguntas eternas.

Poética de la arjé: poesía del mito y el logos

La génesis del discurso está impregnada del espíritu del mundo jónico, allí donde nació el pensamiento occidental, justo en el instante en que la insatisfacción de la explicación mítica dejó vacante el espacio que ocuparía la reflexión, el pensamiento racional. No obstante, como atestiguan los textos que nos han quedado de aquellos pioneros de la costa del Asia menor donde la meditación queda fijada en un lenguaje translaticio, también este poemario de Miguel Ángel Curiel parece construirse sobre un sustrato de pensamiento que se vehicula a través de la analogía, del sentido figurado, del código irracionalista que es propio de la literatura, y ya dentro de esta, se elige la senda de la poesía, lo que implica un salto que liga el mundo jónico con el eleático. Hablamos, pues, de una poesía que aspira, con una atípica ambición intelectual en nuestro tiempo, a replantearse, como inicio de un discurso, la pregunta sobre el origen de todo, en postura semejante a la de los filósofos-poetas presocráticos. La respuesta a la pregunta sobre la arjé es, de todo punto original: el origen y el final de todo es hierba. El ciclo circular de lo que tiene vida, nace y muere, en el mismo punto, con esta materia sustancial que constituye el prólogo y el epílogo de lo que es y en cuyas mutaciones intermedias cabe situar todo el devenir.

Merece la pena dedicar un tiempo atento al poema que abre el libro por su contenido didáctico, por la sustancia que encierra, por constituirse en anclaje con que ganar el impulso requerido para la lectura del resto del poemario. La hierba es la arjé, el principio universal: “Mi poema / era solo hierba / – no lo confundáis con otra cosa – / solo hierba / y como hierba / se seca / arde / y vuelve a salir” (p. 9). Este proceso, vida y devenir, es entendido como “El borboteo / de la muerte” (idem.), un movimiento, el del devenir, que encuentra su símil en una pintura de Mark Rothko: “En Four Darks in Red” (idem). Es la base de una metafísica poética, de una cosmología lírica muy alejada de los supuestos tradicionales, sin motor inmóvil, sin demiurgos, sin causa primera: “Dios no entiende / lo que digo” (idem). Por lo demás, no estamos, tampoco, ante una personificación de la naturaleza, ante una especie de metafísica de las emociones, al menos, en sentido clásico; no se trata de un discurso poético que refleje el proceso sentimental, sino el estatuto natural de lo físico, de lo agreste, que es la arjé: “Cañas que se golpean y rozan. / Ninguna se ama, pero siempre están juntas”. Pero la esencia del poema y su carácter basal para el resto del libro no concluye aquí; reparemos en su título: “Verónica de Binasco”. Es el nombre de una santa, de una mística, lo que constituye una paradoja con respecto al contenido del poema que solo puede resolverse en la idea de que el propósito lírico es plasmar el mundo físico y el metafísico de la esencia y el mundo místico de la creencia. Por lo tanto, lo que nos encontraremos en Trabajos de ser solo hierba es un discurso del logos, pero también del mito – y el mito es también rito, salto de fe, irracionalismo puro, que se presta a ser interpretado por medio de la semiología hermética, sobre la que luego volveremos. Además, el título del poema establece una analogía entre las virtudes de la santa (pureza, paciencia y meditación) con la naturaleza de la propia poesía contenida en esta obra y con la actitud que se espera del lector de la misma, que deberá ser paciente y perseverante para penetrar en la densidad de un decurso lírico acendrado y reducido a la esencialidad expresiva, y requerirá meditación para guiarse por el amplio mundo de referencias que contiene el libro cuya lectura acaba de iniciar.

Una vez establecida la disposición lírica y epistemológica del libro, pasamos la página para encontrarnos con un poema que lleva por título “Polvo” (p. 10), que completa la poética expuesta en “Verónica de Binasco”. En este segundo texto, nos encontramos con “lo ácimo del poema” (idem), es decir, con una poesía esencial, sin levadura, sin ampulosidades ni vestimentas superfluas. Es, también, “el poema dentro de sí” (idem), es decir, el discurso autorreferenciado, sin remisiones a una realidad externa; pero es, igualmente, aquello que indica su título: “Polvo”, que parece aludir, una vez más, al discurso mítico, a la metáfora bíblica del origen de todo, a aquello que, a semejanza de la hierba, es la materia con que comienza y concluye todo: “Polvo eres y en polvo te convertirás”.

Pero, ¿cuál es la posición del yo poético en este universo? La respuesta se nos ofrece en “Taller de escritura” (pp. 11-12). Se trata de un poema en que se da cuenta de “Los perros de las estrellas (…)” (p. 11), en lo que parece ser una referencia a Canis Maior y Canis Minor, las dos constelaciones que siguen a Orión, el cazador, acaso el arquero al que se cita después: “Un arquero tensa su arco al sol” (ídem). Orión es, en suma, una constelación visible desde ambos hemisferios, y, por ello, imagen del yo poético cuya cosmovisión comprende la totalidad del mundo y cuya posición y proceso de creación es semejante a la labor del zahorí: “La sombra seca de la vara en una vena de aire. La habré hundido en lo seco a la espera de agua (…)” (p. 13). De este modo, la voz poética comienza su vivencia (“Paseos”, p. 13), como un ser-ahí, arrojado al mundo, Dasein, en la terminología de Martin Heidegger, cuyo pensamiento nos va a guiar a lo largo de nuestra lectura. El Dasein, de hecho, es la toma de conciencia, por parte del yo, de poseer existencia, de estar en el mundo y de contar, para todo ello, con una identidad, con un ámbito, con un marco y con un lenguaje. De la suma progresiva de estos hallazgos surge la poesía de Trabajos de ser solo hierba.

Poética de la facticidad y de la tropología del ser: poesía de la hermética y la hermenéutica

Los poemas que siguen, pues, a las piezas iniciales a las que nos hemos referido y que prologan el desarrollo posterior del libro, vienen inspirados por lo que Heidegger llamó “la hermenéutica de la facticidad”, es decir, la conciencia plena de estar vivo, no tanto como un descubrimiento empírico ni racional, sino inmediato, natural, espontáneamente vivencial. Por tanto, esa relación del Dasein con el mundo no es, en absoluto, un proceso que se preste a la idealización, sino que se muestra muy distinto de la Arcadia feliz, como se indica en el poema titulado “Apenas” (pp. 14-15), al que precede una cita de Luis Cernuda, “Et in Arcadia ego”, formulación del tópico literario relacionado con el género bucólico, ante el que los primeros versos del poema citado parecen un auténtico contrafactum: “Ahí el tejo / ofende / a / los / que / a su  sombra / se duermen – a veces los mata – Un poema se vuelve peligroso” (p.14).

En los dos poemas inmediatamente posteriores encontramos otras dos claves de lectura básicas para profundizar en la esencia de Trabajos de ser solo hierba. El primero de ellos tiene el significativo título de “Texto sagrado” (p. 16), con lo que volvemos a encontrar el vínculo, ya enunciado en el texto inicial de la obra, entre poesía y mito, entre la palabra lírica y la del rito litúrgico. En los primeros versos extendidos hasta completar el renglón de este poema leemos: “El lenguaje ara el futuro, hacia dentro y hacia fuera sales de él, por todas partes sales de lo que no has escrito”. Estos versos, bellísimos en su enunciación, pueden ser entendidos como una apelación a la interpretación abierta e intertextual de la semiología hermética, atribuida por la tradición a Hermes Trimegisto, que se funda en el principio de semejanza, que reivindica la polisemia alegórica de los textos sagrados y que inaugura, según Michel Foucault y Umberto Eco, las interpretaciones intertextuales y abiertas. Esta perspectiva no es opuesta, en absoluto, a otra que nos hace leer los versos citados como una formulación del tropo de Heidegger según el cual “El lenguaje es la casa del ser”. De acuerdo con Heidegger, el pensamiento se ofrece al ser a través del lenguaje; en la actividad natural del ser del hombre, el Dasein, el pensamiento es una ofrenda – nótese el sustrato religioso, piadoso, de la expresión de Heidegger, paralela al “Texto sagrado” de Curiel – hecha al ser, preexistente, ajeno a la actividad del hombre, pero que actúa en su seno a través de la existencia y de la conciencia de la misma (la facticidad) y para el que el lenguaje es un ámbito en el que expresarse.  En definitiva, el ser, que es anterior y exterior al pensar, se encuentra con este en el lenguaje y ese es el momento en que el hombre vive la experiencia de la facticidad y la expresa. Así pues, el lenguaje no posee al ser – nada más lejos que la relación entre sujeto y objeto -, sino que le sirve de acogimiento, de entorno, de “casa”; por lo tanto, el discurso poético, el lenguaje del ser, no puede ser declarativo, apofántico, sino que debe ser la expresión lingüística de la vivencia auténtica, la hermenéutica de la facticidad, la poesía, un código muy lejano de la semiología común, del lenguaje de la expresión ordinaria. Ese hecho convierte al poeta en el artífice de la casa del ser, en “Traductor” (p. 17), cuya actividad ofrece un “Poema estrecho. / Ojalá no puedas / traducir / esa palabra / in / trans / ferible” (idem).

El cometido del poeta, igual que el del filósofo, portadores del pensamiento, arquitectos del lenguaje, será nombrar el ser. Ahora bien, la construcción del lenguaje como ámbito, como fondo u horizonte del ser es una labor abstrusa, compleja, cuyos resultados, en ocasiones, se expresan más ajustadamente en negativo que en positivo, es decir, se busca expresar la nada – “Le rezo / a la nada” (p. 18) -, si bien este propósito es igualmente difícil de conseguir, puesto que, por todas partes, los entes aparecen en la vivencia del poeta: “La vida / da vi- da, / esa vi- da otra vi… “. Se reproduce así, por primera vez en Trabajos de ser solo hierba, ese ciclo circular de la vida regenerada que obstruye el encuentro del ser y el pensamiento en el lenguaje, que es una dádiva, pero que, por efecto del ciclo circular de la vida, se convierte en “Dávidas” (p.19).

Pero, ¿cómo se relaciona el yo poético con el mundo? ¿Cómo es esa vivencia auténtica, esa hermenéutica de la facticidad? El yo poético, como ser-ahí (Dasein), se relaciona con el mundo, es decir, con el ser presente en el ente intramundano, muy especialmente, a través del ser-a-la-vista, esto es, a través de todo lo que es cognoscible, perceptible, y, en segunda instancia, a través del ser-a-la-mano, o sea, lo que, tras ser percibido, conocido, se transforma en elemento de uso, funcional, práctico. Este proceso, en el Dasein poético, es primero percepción; segundo, comprobación de utilidad; finalmente, transformación en palabra poética: “Estas montañas / son depósitos de pureza. / Sale agua / del caño. / ¡Al fin / un / poema!” (pp. 21-22).

Sin embargo, el yo poético, el Dasein lírico, necesita clarificar su vivencia, demanda una luz en su hermenéutica de la facticidad. Esa luz no facilita una percepción sensorial ni una aprehensión racional, sino que es una epifanía, una visión en éxtasis; en palabras de Heidegger “Este ser del aquí, y solo él, tiene el rasgo fundamental de la ex-sistencia, es decir, del extático estar dentro de la verdad del ser”. Esta idea, dentro de la tropología heideggeriana, es el lichtung, el claro en el bosque que permite dilucidar la verdad más allá de la razón y de los sentidos. En Trabajos de ser solo hierba, el Dasein siente “El alma / con / su / peso / muerto. La / luz / con / el / peso / azul / del / sol” (p. 26), que es tanto como declarar una dependencia de la razón y los sentidos que imposibilitan el paso hacia la luz, hacia el lichtung, hacia la iluminación mística que permita tomar conciencia del ser. Para llegar a ese estado beatífico y lírico, hay que destruir lo aparente: “La luz / crece con la muerte” (p. 28). Es el camino poético hacia el claro: “Soy como ese campo / pelado. Troncho palabras” (idem). Una vez efectuado ese proceso de depuración que parece responder a una especie de principio de destrucción creativa que conduce al vacío, el claro y la casa se suman como ámbitos del ser: “Vacío que obliga a las palabras a llenarse. Llegaban solas a la casa y duraban apenas un instante, las horas de más luz” (p. 44). El lenguaje poético no es ni expositivo ni descriptivo ni apodíctico, ni siquiera racional: “(…) visto de frente todo gana, expuesto carece de alma, (…). Imposible describir la tormenta aunque estés dentro, o ella dentro de ti” (p. 48).

Con ello, el Dasein, el “yo” poético, se siente guardián del ser. Esa es la razón por la que el tercer elemento de la tropología de Heidegger, el pastor, se incorpora a los versos de Trabajos de ser solo hierba. Sin embargo, la correspondencia no es total, dado que lo que, en el pensador es Hirt, para el poeta es Shäfer: “El sol la arranca y sale. El Shäfer la arranca y sale. / Ahora camina por tablas de luz en el mar que va clavando. / Las flores de la leche del alma” (p. 52). Con todo, la diferencia es apenas de matiz: la connotación bíblica de la tropología heideggeriana pasa a tener resonancias de contacto con la tierra, de autenticidad de la vivencia del mundo en la poesía de Curiel.

Poética de la deconstrucción: el universo como poesía o la poesía del universo

Con todo lo dicho, tenemos establecidas las bases gnoseológicas, ontológicas y epistemológicas, y el yo poético se halla en disposición de elaborar un discurso por completo novedoso, ajeno al mundo sensible y al inteligible. Se trata del discurso poético del ser, cuya hermenéutica rompe, por completo, como ya hemos indicado, con las relaciones lógicas del estructuralismo y de las interpretaciones clásicas. Lo que tenemos, como resultante, es un universo hecho texto o un texto sobre un universo que no es ni físico ni metafísico, sino metatextual, intertextual e intratextual, o sea, un código con signos propios que remiten a otros signos de naturaleza estrictamente literaria, poética, filosófica. Es un discurso en construcción que no remite a la realidad, sino que se refiere a sí mismo, que tiene, dentro de sí, sus propios referentes. Es, pues, un mundo deconstruido, donde el sentido de los signos y las reglas que los gobiernan solo pueden esclarecerse con otros textos. Las citas de Miguel de Molinos, Paul Valéry y Jacques Derrida, expuestas al comienzo de Trabajos de ser solo hierba, son el marco global en que se encuadra este universo autorreferenciado, poblado de alusiones, menciones, y remisiones a otros autores, otras obras, otros poemas…A lo largo de las páginas de este poemario, encontramos, reproducidos textualmente, versos de Georg Trkl (p. 20), Catulo (p. 30), José Ángel Valente (ídem), Giuseppe Ungaretti (p. 93), Paul Celan (idem), amén de citas – sin contar las mencionadas –, entre otros, de Mark Rothko (p. 25); Mutsuo Takahashi (p. 40); una mención indirecta a Orígenes de Alejandría, padre de la Iglesia y al Evangelio de San Mateo (p. 54); Ovidio (p. 67); Karl Kraus (idem); Horacio (p. 94)…

La novedad experimentada por el código no afecta solo a las relaciones semánticas, sino también a la sintaxis, a la pragmática y también a la prosodia. Y, dado que ya hemos hecho una mención a los signos y sus relaciones de sentido, a la construcción del enunciado y a su modus, detengámonos mínimamente en la peculiarísima caracterización rítmica de esta obra. Lo primero que llama la atención es la diversidad métrica, que oscila entre versos reducidos a una conjunción o una preposición monosilábica hasta los versos extendidos como parte del poema en prosa, pasando por el versículo. En todos los casos, los ritmos son abruptos, sincopados, carentes, por completo, de la armonía de la regularidad. En ocasiones, el verso se trunca en encabalgamientos que impiden la conclusión de una palabra de tal manera que esta experimenta una división silábica que la lleva a concluir en el verso ulterior de la misma manera que encontramos ejemplos de esticomitia, es decir, de confluencia de la unidad métrica con la unidad sintáctica. No menos relevante es el ritmo de los sirremas, es decir, las unidades tonales constituyentes del enunciado, afectados, mayoritariamente, por semicadencias, a saber, semitonos descendentes que nos hacen pensar, durante su lectura, en el ritmo de las pisadas de un caminante por espacios agrestes, poco regulares por lo accidentado del terreno. Esa misma confluencia entre la disposición de los versos y la realidad a la que se refieren, en abierta paradoja con un discurso semánticamente autorreferenciado, se da en, en alguna ocasión, en el plano plástico del poema, como en los casos en que la distinta medida de los versos en el conjunto de la composición hace que el perfil de la misma recuerde la forma de un árbol, como en el poema titulado “Apenas” (pp. 14-15), que contiene una alusión a un tejo en el primero de sus versos y que, por el conjunto de su forma, parece aproximarse a una conífera como la mencionada. Finalmente, aludiremos, también en el plano plástico, a la curiosa alternancia oscilante entre poemas compuestos en versos cortos con los poemas en prosa, que sugieren, por la presencia continua de elementos propios del medio natural, la combinación de árboles y claros en el itinerario hollado por el yo poético.

Solo hierba   

Concluimos aquí el comentario a esta obra que debe ser considerada, por muchas razones, excepcional y que parece poner fin a un ciclo poético que, como decíamos al comienzo, comprende los tres últimos títulos de su autor. No parece, sin embargo, que este final de ciclo se produzca por el hallazgo de una cosmovisión, sino, más bien, por la consolidación de una manera de entender la poesía que – reiterémoslo – centra el quehacer lírico en los grandes enigmas de la existencia, en las preguntas eternas del ser humano. La conclusión del discurso es la misma que encontramos anticipada en los primeros versos: todo comienza y concluye en hierba. Sin embargo, la amplitud del planteamiento y del enfoque tanto en el plano formal y como en el conceptual convierten esta obra en un ejemplo muy señalado de la gran poesía de nuestro tiempo. Merece la pena adentrarse en este mundo poético, tan denso y críptico como apasionante, al que conviene acercarse con un criterio de comprensión y elucidación similar a quien se adentra en el conocimiento de una semiótica que le es por completo nueva.

Óscar González Palencia.

 


Texto © Óscar González Palencia


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1 Comentario

  • Una lectura tan intensa y llevada a cotas de tensión filosófica —por así decir— tan pertinentes y tan bien ejemplificadas, que uno diría que el lector ha tenido en sus manos los planos secretos del edificio poético… si los hubiera. No cabe descartar el efecto de manipulación (edición) de la fotografía del territorio para hacer más elocuente un mapa previo; pero las conclusiones —salvada alguna que otra afirmación algo enfática— son tan nítidas y luminosas que en verdad conducen a la obra hasta una conciencia que bien puede considerarse un “claro del bosque” y donde la condición de la luz es tal que permite ver realmente —no sólo de forma analógica— el crecimiento de la hierba, mostrar la verdadera naturaleza de su trabajo y, en suma, evidenciar por sintonía la naturaleza radical y enraizada del canto del despertar que es también este singular poema/río.