Se retiró ligeramente hacia atrás.
―Entonces ―dijo, abatido y aceptando la culpa―, entiendo que todo ha terminado.
―De ti depende ―le replicó suavemente la máquina de aspecto humano, pero sin darle opción a réplica.
Pero ¿por qué tenía que caer en sus hombros el peso de una decisión?; ¿y cuál era esa decisión? Había renegado ya de la nimia posibilidad de pensar siquiera en convertirse en héroe, cabecilla o en cualquier tipo de líder capaz de sobrellevar él solo, con orgullo y decisión, el peso de las circunstancias.
―Comprendo tus temores.
Cada vez que Cero pensaba algo aquella mujer, o máquina, le respondía sin tener que escucharle.
―Tres son tus opciones ―le expuso, y con una franqueza tal que le dejó convencido de que no era humana―: La primera de ellas acarrearía tu inmediata desaparición, pero darías paso a una nueva clase de personas que serían felices para toda la eternidad… Debo decirte que he aprendido mucho de ti y no cometería los mismos errores otra vez. La supervivencia de la raza humana estaría garantizada.
Cero malapensó en un hombre con la tapa del cerebro levantada que caminaba a cuatro patas con una correa atada al cuello.
―Quiero que veas algo.
La pared lateral se corrió de lado a lado y detrás de una cristalera un recién creado dormía plácidamente encima de una voladora.
―Es tu hijo ―le dijo con ternura―. El vuestro y el mío.
El bebé abrió la boca y gorgojó, mientras, Cero, se acercaba para verle más de cerca.
―Es… mi… ¡¡creación!!
Y lloró con ternura lágrimas de felicidad, pero también de rabia al pensar que una máquina sin duda sería la madre. Cómo había podido crearse tan rápido era algo que escapaba a su comprensión: tan solo había pasado un día.
―Son muchos los avances ―interrumpió la mujer los pensamientos de Cero―, y mi capacidad es ilimitada, casi tanto como la de Pi69.
Estrella, que se había mantenido todo el rato en un estado de pausa, en cuanto escuchó su nombre levantó la cabeza para sonreír a Cero tal y como si le estuviera viendo por primera vez y se hubiera enamorado de él perdidamente.
Cero tenía del todo decidido que la llamaría simplemente Pi.
―La segunda opción ―continuó la mujer, tan serena en su semblante como dulce en su actitud―, sería en cambio mi fin y no el tuyo, ni el de él, ni el de ella… Con lo que tienes podrías comenzar de nuevo y Pi69 está programada para sobrevivir eternamente, además de poder realizar otras funciones, como la de ser una creadora. Sin mi ayuda tardaréis un poco más pero el resultado será el mismo. Ella te puede enseñar todo lo que necesitas para ocuparte de él y de ti, y de los que vengan después.
Antes de asumir una u otra faltaba por escuchar la tercera y última posibilidad, que daba por hecho tampoco le iba a gustar:
―O podemos morir todos.
Después de secarse las lágrimas de los ojos Cero se dio la vuelta y miró primero al recién creado, luego a Pi y luego a la mujer, acercándose hasta ella. Le dio dos besos, uno en cada mejilla. Y le dijo:
―Ya he pensado lo que tengo que hacer.
Texto © Diego López Ruiz
Danos tu opinión