El último día del último mes del año se había resistido a llegar, como si quisiera darse importancia en su largo recorrido. Pero, al fin, el barco que transportaba el tiempo arribó sereno al puerto del futuro mientras el pasado más reciente quedaba visto para sentencia instalado ya en el presente del ahora. ¿Qué nuevas le traerían los vientos cambiantes del horizonte? Imaginarse el porvenir, y acertar, estaba al alcance de muy pocos: agoreros, pesimistas, infaustos y videntes. Pero para la chusma y la plebe las predicciones se limitaban a raspar la superficie de la irrealidad.
Finalmente, en parte apoyado por lo sucedido el día anterior en el Gran Parcocio y añadiendo a la ecuación los sentimientos derivados, Cero había tomado la firme determinación de ir a hablar con el Granimaginador para explicarle lo pasado con el Psicoyudante y, tal vez, convencerle de que le permitiera pasar algo de tiempo con la mundimaginaria Estrella antes de que esta se pusiera a crear. Quería dar por hecho que el Granimaginador entendería el motivo de no haberse dado prisa en concertar una reunión y valorase las dudas y el vértigo que sentía, producto del miedo a lo desconocido. Lo meditó largamente, discutiéndolo primero con ese que le daba el visto bueno cuando le daba la gana y le obligaba interiormente a hacer o no las cosas según su propio beneficio.
Resultó bien sencillo concertar una cita. Fue pulsar el botón rojo del identificador, el de las grandes ocasiones, y al instante le apareció la orden en la pantalla: “ACUDA DE INMEDIATO”
Mientras subía por el elevador lateral del edificio las piernas le temblaban, desde los muslos a los tobillos. Al ser las paredes de cristal a cada piso que subía mejor se veía Mundimagina: al frente, en el Gran Parcocio, tan pequeños como puntos negros pudo ver a unos pocos mundimaginarios tumbados plácidamente; más allá se encontraba imponente el Casino, reflejándose en él la luz; a su derecha el Gran Salocio y a la izquierda el Gran mundilugar, su hogar y el de todos. No disfrutaba sin embargo de las vistas al tener su mente ocupada en el futuro. Le tenía un enorme respeto al Granimaginador y ¿por qué no pensarlo?, pavor, un verdadero pavor. También recelaba de él ya que nadie lo había visto en persona y era quien dirigía la ciudad? El hermetismo del Gran Hombre le intrigaba poniéndole los pelos de la piel cabeza arriba. Su presencia siempre estaba ahí, pero sin estarlo, y las habladurías sobre él las rumoreaba siempre alguien que no conocía en realidad a nadie que dijera la verdad. Se le había formado una úlcera en el estómago de tanto darle vueltas.
Al llegar al piso superior la puerta del elevador se abrió y tuvo que salir apresurado: se cerraría abruptamente con el peligro que ello podía conllevar para su integridad física. En ningún caso le hubiera gustado sufrir una amputación fortuita de un miembro y morir desangrado por falta de ayuda. Había oído hablar, ¡siempre chismorreos que no certezas!, acerca de un mundimaginario que, por no guardar un especial cuidado a la hora de encarar las escaleras mecánicas del Gran Salocio, sufrió la amputación de un pie al quedársele enganchado entre dos de los escalones. ¡Por su culpa, al subir por sus propios pasos en vez de esperar a que lo hiciera la escalera, como era lo debido! Por supuesto nadie movió un solo dedo para ayudarle, ni acudió ninguna máquina a socorrerle, tan solo el retirador cuando ya se hubo desangrado. Tampoco es que le sorprendiera demasiado la historia, ni esta ni otras muchas que pudiera haber escuchado del mismo estilo y desenlace. No solo porque no creyese una sola palabra sino porque de sobra sabía que cada uno era responsable de sí mismo. Al fin y al cabo, el funesto resultado no habría sido más que la consecuencia lógica derivada de la irresponsabilidad del mundimaginario.
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