―El día de hoy será recordado ―habló primero el hombre negro, mirando directamente a una cámara frontal―, por las futuras generaciones. Y debo transmitirles a todos ustedes mi enorme felicidad por el acuerdo que hemos alcanzado. Decidles que es un gran día para todos los hombres y mujeres de este planeta. Sellamos la paz poniendo fin a la contienda que tantos años nos ha tenido enfrentados.
Si Cero pudo entender lo que aquel hombre decía fue gracias a que la imagen estaba subtitulada. Tuvo una primera sensación de que las palabras que leía no estaban conformes con los sentimientos que aquella persona mostraba. Por otro lado, el de los ojos rasgados tenía los brazos cruzados y sonreía conforme al negro le decaía el ánimo.
―La firma de este acuerdo ―siguió leyendo Cero―, es lo que garantiza la supervivencia de la raza humana.
Se escucharon sin subtítulos unos tímidos aplausos de fondo y el hombre negro bajó la vista claramente apesadumbrado.
―Es un día triste, al fin y al cabo ―lamentó, casi como si fuera a echarse a llorar―. Pero no olviden, ciudadanos, que el gran sacrificio que van a realizar es en aras del bien universal. Ustedes son, al fin y al cabo, la humanidad.
No hubo más aplausos y el hombre se retiró cabizbajo hacia atrás, adelantándose entonces el de color amarillo.
―¡¡Ustedes!! ―chilló en letras bien grandes―. ¡¡Quédense en sus casas!! Será lo mejor. Durará poco y no les dolerá.
Entornó los ojos y pudo sonreír. En ningún momento se mostraba consternado por la situación, que Cero intuía de vida o muerte. Los dos se dieron entonces fríamente la mano: uno claramente abatido y el otro animado.
Cero apagó la telegenia sintiendo por dentro un regusto amargo.
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