Llevándose primero el dedo índice a los labios, Cero le ordenó que bajara la voz. Temía que le pudiera afectar su comportamiento como daño colateral.
―Habla más bajo, o van a acabar controlándote ―se lo susurró por cautela y guardándose de añadir al reproche el hecho del lanzamiento de saliva anterior, ya que al menos había acertado dentro.
―Cuando uses la succionadora ―Tres hizo caso omiso a la advertencia― ten cuidado no vaya a succionarte el creador.
Empezó a reír sonoramente. El pecho se le encogía por los espasmos y Cero evitó malimaginar su repentina imagimuerte, pero no por simpatía hacia su compicio sino para no tener que explicar a nadie el porqué de su satisfacción en caso de llegarle la misma. Mejor mostrar sorpresa e incomprensión que deleite. Finalmente, Tres se recuperó sin que pasara lo que Cero imaginaba.
―¡Estoy imaginoso de que llegue el gran día de la fornicreación! ―Cero respondió a la impertinencia de su compicio con la hipócrita sonrisa que mostraba cuando quería eludir problemas.
―Yo lo imagino cada noche ―Tres se pasó la lengua por los labios―. A ver si este año logro fornicrear como el Granimaginador manda. El año pasado estuve a punto.
Aunque Cero trataba de avanzar en el tiempo para imaginar una fornicreación en toda regla con la mundimaginaria Estrella, lo vio como una pérdida de tiempo porque sus ilusiones generalmente no se satisfacían en la realidad. Encauzó entonces su imaginación a un futuro más cercano.
―Creo que he engordado ―cambió el rumbo de la conversación, mirándose el contorno y con aire de desánimo―. Aunque prefiero no pesarme, ya nunca lo hago. De aquí a un tiempo, además, me vienen doliendo las rodillas.
Últimamente le costaba incluso sentarse en el suelo, lo que hacía cuando no quería usar la sillamagina, como un acto de rebeldía, tan insustancial e improductivo como infantil y dichoso. En secreto había tomado una decisión irrevocable: adelgazar. Aunque ¿a quién trataba de engañar en realidad? Era imposible. Ya intentó hacer una dieta sin grasas, pero después de pasarse un año probando diferentes mundimentos de todos los sabores finalmente se convenció de que la composición de todos era la misma.
―¿A ti no te preocupa estar tan gordo?
Tres se miró con complacencia el contorno de su cuerpo. Balanceaba el cuello y los ojos se le habían entornado hasta la mitad. Intentó hablar, pero le salió un balbuceo incomprensible.
―No, claro que no te importa ―se respondió Cero―. A mí sí. Y me da por imaginar: ¿por qué todos los habitantes de Mundimagina, hombres y mujeres, estamos tan gordos? ¿Y por qué “ellos” no lo están?
Se refería a los Imaginadores. Imaginaba a menudo que tal vez podría existir además alguna relación entre la mortalidad temprana y la obesidad como causa principal, pero tampoco tenía ninguna base sólida en la que fundamentar su imaginación. Bien conocido era que las afecciones cardiacas estaban a la orden del día, y bien conocido en Mundimagina era el hecho conocido de vivir hasta morir.
―¡¡Despierta!!
Tres se había dormido mientras imaginaba y reaccionó abriendo los ojos. Tras dar un ajá como respuesta se dio un par de sopapos a sí mismo que a gusto le hubiera dado Cero. En cualquier caso, sin llegar a espabilarse del todo y por un acto reflejo llamó de nuevo al facilitador, que tardó en llegar lo que Cero en malimaginar que Tres era un inconsciente y un descerebrado, ratificando su imaginamiento cuando el pellejudo tecleó otra alcoholeza.
―¡Mejor alcoholezarse que estar todo el día pendiente de uno mismo!
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