El misionero y reverendo escocés William Hill bajó la mano entristecido. Ya solo se visualizaba una pequeña mancha en el horizonte del barco en el que estaba como pasajera la gran Constance Gordon-Cumming.
—¡Hasta siempre, Eka! —dijo él en un susurro pronunciando el nombre que Constance usaba entre sus amigos.
El señor Hill se quedó un rato más en aquel puerto pensando en todo lo que había aprendido de aquella mujer y qué maravilloso había sido tenerla tan cerca de sus misiones.
Constance Gordon-Cumming, o Eka, se encontraba en Pekín cuando William la conoció. Antes, la señorita Cumming había visitado Tahití y ahora iba de camino a la gran Japón. El señor Hill sabía que Eka provenía de una importante estirpe escocesa, los Cumming, y era por ello cruelmente criticada. Una intrépida mujer, soltera y con dinero que viajaba sola era algo poco común en los roles femeninos dictados durante la época victoriana. Por esa razón, no era bien valorada en el panorama literario, y muchos de los escritores prestigiosos de la época la menospreciaban. Sin embargo, William Hill había disfrutado de la compañía de esa gran escritora. Además, era una gran paisajista, una pintora autodidacta que había impresionado a William mostrándole sus últimos bocetos del valle de Yosemite, su anterior viaje. En definitiva, un gran descubrimiento como persona, de la que esperaba poder encontrarse de nuevo en alguna otra ocasión.
Por su parte, Constance ya había perdido la imagen imprecisa de su amigo William en el puerto y había decidido sentarse en una de las butacas de la cubierta con un bloc de notas en las manos, dispuesta a empezar a escribir las anécdotas que había vivido en China. En primer lugar, destacó su encuentro en ese país con otra mujer viajera e independiente como era ella, Isabel Bird. Ambas compartieron anécdotas en un breve espacio de tiempo pero el suficiente para admirarse la una a la otra y animarse entre ellas a seguir con la aventura de viajar sola.
Siguió bajo el sol escribiendo con su prosa ágil, amena y, sobre todo, concisa para describir el mecanismo tan magnífico que había inventado el reverendo Hill. William Hill había creado un sistema numeral destinado únicamente a ciegos y analfabetos, que les ayudaría a leer y escribir. China se caracterizaba por la gran cantidad de niños con estas características, fue por ello que, a pesar de las dificultades que se fueron encontrando, el apoyo mutuo entre William y Constance facilitó la incorporación del método en la ciudadanía.
El espíritu religioso de la escritora no le impidió hablar del reverendo en sus anotaciones, comparando sus acciones con la de otras religiones como era la budista, la mahometana o la cristiana. Era una mujer culta debido a su escuela familiar y sus amplias relaciones sociales. Todo ello hacía que Constance Gordon-Cumming fuera una mujer con una gran amplitud de miras y que admirara todo lo valioso que descubría en sus viajes.
Agotada, decidió dejar en el camarote su cuaderno y dedicarse entonces a dibujar el paisaje que le rodeaba, así pasó toda la tarde hasta que un aviso que le heló la sangre le llegó desde lejos:
‹‹¡¡¡El barco se hunde!!!››.
Enseguida el personal empezó a movilizarse para destapar los barcos salvavidas. Los primeros en enterarse consiguieron coger un puesto privilegiado en el salvamento pero Constance se encontraba en estado de shock y era incapaz de moverse. Cuando vio que la cosa se ponía mucho más seria, uno de los oficiales se le acercó para que la acompañara a salir de allí pero ella se negó en rotundo. Lo único que quería era acceder a su camarote, pero las órdenes ya habían sido dadas: nadie podía bajar de la cubierta. Todo era cuestión de tiempo y la rapidez para desembarcar a los pasajeros era lo más importante.
—Debo bajar a mi camarote, mi cuaderno de notas está allí. Si no me dejan he de quedarme aquí con usted hasta que el barco se hunda del todo —le dijo al capitán, una vez que se acercó a él, y haciendo caso omiso a las órdenes de la tripulación.
Constance demostró así, una vez más, su forma de ser, fuerte, insaciable pero sin ser pedante. Lo único que le interesaba era recuperar lo que más importante era para ella.
—Se me va la vida en ello —explicó de manera autoritaria.
Constance Gordon-Cumming publicó veintiuna obras a lo largo de toda su vida, incluyendo dos diarios de viajes, las anotaciones de uno de ellos fueron salvadas tras un naufragio y gracias a la cabezonería de la propia autora.
Texto © Mayte Salmerón Almela
Fotografía © Wikipedia
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