Ada Valero, malagueña licenciada en filología románica, nos presenta su primera novela, La vida cuando era frágil, la historia de dos adolescentes que deciden acabar con su vida. La autora nos cuenta más en esta entrevista.
¿Nos puedes presentar tu nueva novela en un par de frases? Sé lo difícil de la cuestión, es como si dijéramos a una madre que nos describa a su hijo o hija en dos palabras…
Es la historia de dos adolescentes que se suicidan tras sufrir un trágico suceso y no encontrar amparo en la única persona en quien confían.
La vida “cuando era frágil”, ¿no es frágil siempre?
Somos seres frágiles, efectivamente, pero en mi opinión hay edades en que la fragilidad es componente esencial de la existencia: el bebé, el niño pequeño, siendo especialmente frágil, cuenta por lo general con la vigilancia atenta de sus padres, con su protección. Sin embargo, considero que la adolescencia es la edad de máxima fragilidad, es una época de turbulencias emocionales que a menudo deja a los padres sin recursos, confundidos y desorientados ante los comportamientos de los hijos, ante sus transgresiones, su narcisismo. Los adolescentes, por su parte, no desean la guía de los padres, están formando su personalidad a menudo a partir de la diferencia con sus progenitores. El grupo de los iguales es su referencia, pero al ser iguales comparten esos rasgos característicos, la tendencia a la transgresión y el narcisismo. La falta de referentes los deja en una soledad que los convierte en especialmente frágiles.
Leyendo la sinopsis, habla sobre como dos adolescentes sin problemas aparentes llegan a un desenlace trágico sin saber por donde les da el aire a sus amigos y familiares ¿Estamos tan ensimismados en nosotros mismos o hay personas que saben ocultar demasiado bien sus sentimientos?
Más que ensimismamiento, por parte de los padres hay un exceso de atareamiento: horarios laborales exigentes, escasa presencia en el ámbito familiar, cansancio, necesidad de desconectar… Claro que esto puede desembocar en ensimismamiento en algún momento. Pero también en el caso de las adolescentes hay una necesidad de ocultar lo sucedido porque es un hecho asociado al sentimiento de culpa, porque dudan de su parte de responsabilidad en la tragedia y nada temen tanto como ser señaladas y quedar expuestas en su vergüenza.
¿Tu trabajo como profesora te ha servido para reflexionar y analizar el comportamiento adolescente?
Aunque no he tenido en mi vida laboral, afortunadamente, ningún caso que guarde la menor relación con los hechos que se narran, sí que en los veinte años que he vivido ejerciendo la docencia he tenido oportunidad de conocer de cerca estas edades. En la enseñanza es muy necesario saber conectar con los adolescentes y eso requiere un ejercicio de empatía que, inevitablemente, comporta análisis y reflexión.
¿Es una novela que nos dejará poso, que nos hará reflexionar? ¿Tiene algún trasfondo alentador?
Debe dejarlo y debe hacer reflexionar, indudablemente, y las reacciones que me transmiten los lectores me confirman que así sucede: el lector se siente interpelado por el modo en que los padres se distraen de su responsabilidad, sin caer en la cuenta de que la adolescencia es todavía un tiempo de inmadurez y por tanto de riesgo para los hijos; se apunta a la superficialidad de estos tiempos de redes sociales y obsesión por los “like”, a ese narcisismo generalizado de proyectar una imagen maquillada de la realidad, una imagen que quede bien en la foto y que se desmorona cuando la realidad impone su garra; se retratan familias desestructuradas cuyos miembros corren el peligro de quedar irremisiblemente dañados, bien en su autoestima o desarrollando comportamientos agresivos, faltos de empatía… En la novela casi nadie se salva, a no ser los inspectores que investigan el caso y que no logran evitar sentirse emocionalmente involucrados. El aliento debe extraerlo el lector, en realidad, desde su propia experiencia con la desgracia, desde la conciencia de que toda caída precisa de un proceso de duelo, necesario, pero no eterno, y aunque la muerte de un hijo sea una herida que no cicatriza jamás, a los padres, si saben no dejarse solos, les queda la oportunidad de apoyarse mutuamente para mantenerse a flote, a pesar de todo.
¿Estás preparando algo nuevo?
Siempre tengo algo entre manos: alguna incursión en poesía y una nueva novela todavía demasiado incipiente como para dar noticia exacta de ella. Pero me mantengo en la línea del intimismo, del análisis del mundo interior de personajes en situaciones que generan conflicto y debate.
La vida cuando era frágil
De Ada Valero. Huso, 2021
SINOPSIS
Apenas cumplida la mayoría de edad, Fátima y Rocío se suicidan. Aparecen muertas en el coche del padre de Fátima, en el interior del garaje. Han elegido la muerte dulce de la intoxicación con monóxido de carbono. Amigas del alma y vecinas desde la infancia, han vivido mimetizadas, compartiendo experiencias, inquietudes, amores, hasta desembocar en el destino elegido e igualmente compartido.
Dos voces responden a los interrogantes que provocan estas muertes: mientras una voz juvenil en segunda persona va esbozando en sucesivos intermedios de la trama la experiencia y el ánimo que mueven a las chicas al suicidio, un narrador externo desarrolla la historia del hallazgo de los cuerpos, del cataclismo que desata en las familias, de la implicación de la realidad escolar en los sucesos y de la investigación policial. Con el encaje de ambas voces se compone el mapa completo de la tragedia desencadenante del suicidio de las jóvenes.
La vida cuando era frágil está narrada desde una mirada aguda, sensible e inteligente, donde la autora se hace a un lado y no pretende brillar. No intenta hacer uso y abuso del recurso. No se limita ni se excede. No elige hacer giros ni artilugios literarios demasiado estridentes, solo nos toma de la mano y nos acompaña a transitar por el dolor que las protagonistas no supieron —no ¿quisieron?— o no pudieron superar, con la particularidad de hacernos sentir —por momentos— víctimas y, al mismo tiempo, victimarios, y forzándonos a mirar y mirarlas de frente.
A mirarnos. A dejar de taparnos los ojos y desnudarnos frente al espejo de nuestros propios prejuicios para, entre otras cosas, saber cuál es el precio que —aún hoy y de la manera más brutal— muchas mujeres nos sentimos ¿obligadas? a pagar en nombre de nuestra tan vapuleada libertad.

Texto © Silvia Fuente
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