Arte

Intruso dentro de una obra de arte – The Beanery

Para empezar, he de admitir que previo a mi encuentro directo con esta instalación, desconocía completamente tanto al autor (Edward Kienholz) como a su obra (tengamos en cuenta el sistema de enseñanza del Grado en Historia del Arte de la Universidad de Sevilla, que prácticamente te coacciona por lo general a que el contacto con el arte desde mediados del S. XX en adelante sea mínimo, a pesar de tener tiempo de sobra para regocijarte en periodos históricos tan extensos como el barroco), pero, este hecho, cambió tras una visita al museo Stedelijk de arte moderno y contemporáneo y de diseño de Ámsterdam, durante mi segunda andanza por la ciudad de las luces rojas, donde la obra fue restaurada en 2012 y reside actualmente.

Sin embargo, si hubiese sabido de la existencia de la obra, si hubiese estado al tanto de su contexto, si me hubiese percatado de cada pequeño detalle que la conformaba dando lugar en su conjunto a un complejo y elaborado mensaje, si, en definitiva, hubiese sabido dónde diablos me estaba metiendo, la percepción que mi sentidos habrían captado de aquel lugar, hubiese sido completamente diferente, lo que me lleva a pensar que nunca hubiese vivido una de las experiencias más intensas de mi vida, y “The Beanery” probablemente no hubiese sido la obra de arte que más me ha impactado conocer.

Para realizar está instalación, Kienholz representó una reconstrucción muy detallada del bar “Barney’s Beanery” de Los Ángeles (en cuyo aparcamiento fue exhibido por primera vez en 1965), fundado en el primer tercio del s. XX, con la principal particularidad de que los parroquianos (a excepción del dueño, John “Barney” Anthony) aparecen representados con relojes que marcan la misma hora (las diez y diez) en lugar de cabezas. Este simbolismo quiere representar según el testimonio del artista, la comparativa entre el tiempo surrealista y el real, que queda patente en el periódico presente a la entrada del bar; un ejemplar del ya desaparecido “Los Angeles Herald Examiner” cuya portada presentaba una noticia relativa a niños matándose entre sí durante la guerra del Vietnam.

La brutal crítica social implícita en esta comparación habla por sí sola; mientras la gente dentro del bar “pierde el tiempo, mata el tiempo, olvida e incluso ignora el tiempo” (según palabras textuales del propio Kienholz), fuera, la cruel y cruda realidad sigue su día a día de sinsentido y barbarie. Claro está por otra parte, como he señalado antes, que la impresión que causa “The Beanery” sin atender a estas referencias es completamente distinta.

Destaca en un primer momento, el hecho de que tengas que esperar en una cola para entrar a la obra, debido a lo angosta de esta (además de que el efecto que causa una vez estás dentro no sería tan fuerte si no estás completamente a solas con la creación de Kienholz). Mientras estás a la expectativa de lo que te aguarda dentro, tus únicas referencias son la expresión de pasmo e incredulidad en la cara de las personas que salen y los sonidos que se escuchan desde el interior (una superposición de audios de diferentes canciones y diálogos que se convierten en una amalgama incomprensible).

Esto comienza a generar en tu cabeza una sensación progresiva de que algo falla que no hace más que acrecentarse una vez entras, y descubres el pequeño pasillo que queda formado por la barra del bar y su pared opuesta, y que queda dirigido hacia una diminuta habitación en el fondo, estancia para la que hay que realizar un significativo acopio de fuerza de voluntad antes de asomarte a ella una vez te sobrepones a la profunda conmoción que significa la primera toma de contacto con la obra.

La sugestión provocada por la constante sensación de estar siendo vigilado por las extrañas figuras que se reparten por todo el bar es tan fuerte, que logra que tu propio subconsciente no pare de repetirte una y otra vez que no deberías estar en ese lugar, que eres un intruso en esa fracción de segundo en la que todo parece haberse detenido y que, por lo tanto, no eres bien recibido.

Recuerdo sin embargo de manera clara y concisa la lluvia de pensamientos que se me vinieron a la mente durante esos breves y a la vez larguísimos minutos (quizás segundos) que estuve dentro, intentando meditar conmigo mismo cuál era la simbología de todo aquello. En un primer momento pensé que la metáfora iba destinada a la cantidad de tiempo perdido en los bares, en el alcohol, y en el alimento al hedonismo en general, pero, este pensamiento me llevó rápidamente a un segundo que lo descartaba y en el que me cuestionaba si realmente el ser humano alguna vez tiene suficiente de todo esto (en base a la búsqueda de evasión proveniente del vacío existencial inherente que nos acompaña y se acrecienta progresivamente a lo largo de nuestras vidas), y si no se trataría más bien de un “carpe diem” orientado a lo “depravado” y lo “inmoral”.

Recuerdo sentir un fuerte olor a humedad, así como a tabaco tras posar la vista en un cenicero, mientras me preguntaba a mí mismo hasta qué punto estaban jugando la sugestión y la sinestesia con mi cabeza dentro de ese lúgubre y demencial establecimiento. Más tarde, leyendo sobre la obra descubriría que al igual que el resto del bar, los olores y los sonidos del original, eran también simulados para contribuir a la atmósfera de la representación.

Así mismo, indagué en el origen real de uno de los elementos que más llama la atención dentro de la obra, un cartel en el que queda marcado un vehemente y engorroso mensaje homófobo: “FAGOTS – STAY OUT” (No se permiten maricones). Al parecer fue colocado en torno a 1953 por el propio dueño del bar, quien a lo largo de su vida mostró en numerosas ocasiones una actitud intolerante hacia los homosexuales, llegando incluso a posar en 1962 para un artículo de la revista “Life” junto a dicho cartel. No sería hasta después de su muerte cuando el cartel fuera retirado por primera vez en 1970. Tras la presión de diversos grupos activistas gays y tras volver a colocarse y retirarse este “tira y afloja” en varias ocasiones desde entonces, se quitaría de manera definitiva en 1984.

El Stedelijk, es una visita obligada si pasas por Ámsterdam, y uno de sus principales motivos debido a sus numerosas referencias metafóricas e históricas más allá de la propia experiencia que propicia de una manera tan envolvente como intensa, es “The Beanery”.

Rafael RosadoRafael Rosado Domínguez natural de Palos de la Frontera (Huelva), Graduado en Historia del Arte por la Universidad de Sevilla y cursando actualmente el Máster en Comunicación y Cultura de la Universidad de Sevilla. Ha ejercido de guía, así como de redactor y colaborador en medios especializados en arte y música y en la actualidad desarrolla una investigación sobre la vida y obra del artista Máximo Moreno Hurtado. Guitarrista y vocalista de la banda onubense de Stoner Rock “Dunna”.
 
 

Texto © Rafael Rosado Domínguez
Fotografía © Wikipedia


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1 Comentario

  • Muy interesante,y muy buena reseña.Me resultaría inquietante ver en persona dicha obra tal como se describe,se nota que ha impactado al comentarista.