Literatura Narrativa Relato

Los Motivos, un relato de Emilio Chapí

En retrospectiva, pensó asomándose al precipicio al fondo del cual el coche rojo empezaba a arder entre las zarzas, en el momento en el que tomó la decisión debería haber sabido que esto iba a suceder. Pero este pensamiento tenía la validez que tenía, es decir poca, y ella lo sabía. Con cualquier decisión tomada si analizamos sus consecuencias a posteriori, la cadena de acontecimientos parece lógica e inevitable. Pero esto no es más que intentar derivar las causas de las consecuencias, en definitiva, una falacia. De la misma forma que no tenía ninguna utilidad culparse de haber tomado aquella decisión cuando sabía que no debería haberla tomado. Estaba juzgando su yo del pasado con la visión de su yo del presente; y su yo del pasado, llamémosle Leticia1 no podía haber tomado otra decisión que la que tomó en el momento en el que la tomó. Mientras que su yo del presente, al que denominaremos Leticia2 era una persona más sabia y con más experiencia que Leticia1, y por lo tanto más capaz de inferir las consecuencias de las causas.

Por este motivo Leticia2, después de haber escapado del piso franco de Marco y de ver el deportivo de José María saltar el terraplén para despeñarse por la ladera de una montaña, con su propietario en el interior; no debería juzgar duramente a Leticia1. También es cierto el razonamiento contrario, Leticia2 no podía hacer otra cosa que culpar a Leticia1 de esa primera decisión que tomó cuando José María se acercó a su despacho en la facultad de matemáticas aquella noche de invierno hacía dos semanas.

Aun temblando por la adrenalina que fluía con libertad por su cuerpo con cada latido, Leticia2 pensó que aquello demostraba que el ser humano es en esencia determinista, pero que el número de variables que influyen cada acto es tal que predecir cómo va a actuar en un momento dado es inútil, aunque con la frialdad que aporta el transcurso del tiempo, y la perspectiva de la madurez evolutiva, las razones se pueden sintetizar en unas pocas.

En el caso de Leticia1 se podían resumir en tres:

La primera el estancamiento al que había llegado su carrera profesional, desde hacía diez años había intentado demostrar un teorema que a estas alturas parecía indemostrable.

La segunda su reciente ruptura con Pedro, si es que se podía denominar reciente, desde el instante en el que Pedro había cogido las maletas hasta ahora mediaban dos años. En su caso también existían un Pedro anterior y un Pedro posterior, a los que podríamos denominar PedroConLeticia y PedroPostLeticia, pero eso sería complicar demasiado las cosas.

La última razón era el sentimiento acuciante de que necesitaba vivir una aventura. Tal vez esta razón se derivaba de las dos anteriores, pero en algún punto, Leticia1 culpaba a una Leticia anterior, tal vez LeticiaMenos30, de todas las decisiones que le habían conducido a pasar los días encerrada en su despacho peleando a capa y espada contra el cálculo diferencial, los puntos mesas y los límites de las funciones de aquel teorema que cada vez le parecía más irresoluble, tanto como el destino del coche que profería bocanadas de humo negro al fondo del precipicio.

Por ese motivo Leticia1 soñaba en la pausa para el café con vivir una aventura sin alterar la cotidianidad de su día a día, sin pensar que la persona antes y después de esa clase de vivencia nunca pueden ser la misma, es decir, no hay un día a día al que regresar.

Leticia2 no podía hacer otra cosa que sonreír mientras recordaba aquellas últimas dos semanas. Y así la encontró José María cuando consiguió salvar el último repecho de la ladera, sangrante y sudoroso, con la camisa hecha jirones y un zapato menos.


Texto © Emilio Chapi
Fotografía © Casey Callahan


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