Ruidos de cuchillo
Más abajo de la colina,
se mece el vientre en ruidos de cuchillo.
Hoy te reclamo el relamido,
la disciplina del desenfreno,
que reviertas mis escarchas
rompas la consistencia,
desgastar el borde del precipicio
por el que vas a lanzarme.
Y en el último segundo exclamaré:
―Tú te lanzas conmigo.
Deseante y deseado
Deseante y deseada,
todo a uno,
camino por el sabor de la nieve
que nos cubre las arterias.
Deseante, todo a uno,
el momentum,
la fuerza carnívora de mi entraña
se derrama en tus labios
y se rehace en cada viejo acople.
Deseante y deseada,
la reciprocidad de la realidad del deseo
se erige visceral sobre las pirámides eternas
y en su interior yace únicamente el dulce desconsuelo de estar solos.
Deseada,
esa herida letal que se mantiene viva,
lúcida algunas noches de alcohol y panoplias como esta,
se resbala en tus piernas de agua.
Te la tragas
y en esta cortina translúcida que atravesamos por las noches
a manotazos duros
para seguir caminando por el fango de la nieve el lunes,
desolados y deseantes,
el deseo toma el color más invisible de todos.
Creo
Y hundirse en una inmensa cama azul.
En el deseo creo
la hiedra que me suplanta
al entreabrir los labios
si muerdes aquí,
aquí
y aquí.
Creo en ser tuya
por un rato
si me tomas de la espalda,
me aprietas suave el cuello
y haces exactamente lo que te diga.
Creo en el deseo,
pero tú eres,
hombre muchacho,
una de esas palabras
que suenan muy bien
pero no dicen nada,
la sílaba que conduce el capricho
a lo celeste
e invoca al dios que de tan omnipotente
no existe siquiera.
En una ira tenue y azul creo
cenefas de hastío,
de hambre,
la pereza de ser tu café de las 4
y el allí
allí
allí
de la medianoche donde todo se resume
en dormirse pronto,
llena de hollín,
cenicienta,
en pensarle a un dios que de tantas cualidades
se queda con ninguna.
A nosotros también se nos negó la existencia.
Mi casa posbarroca
Mi casa es el recuerdo del pecho de mi amante:
una casa posbarroca
que juega con el espacio difuso
entre el exterior y el interior.
Mi casa es un patio Mies van der Rohe:
nunca sabes cuando estás dentro
ni cuando estás fuera.
Y, sin embargo, la húmeda hierba negra
que se extiende a lo largo del llano extenso
conduce siempre al deseo caliginoso de la pertenencia,
como si al voltear la cabeza noventa grados
y al apoyarla en las raíces de aquel césped
en un único gesto
pudieras sentir lo más hondo de la tierra.
Y puedes.
También de la tierra parece brotar un corazón de armazón de cielo
y empaparse el cráneo de escalofríos.
Remei González Manzanero nació en Barcelona en 1990. Graduada en Filología Hispánica con Premio Extraordinario de Fin de Carrera, cursó el máster de Ciencia Cognitiva y Lenguaje y el de Formación del Profesorado en la Universidad de Barcelona, donde cursa actualmente un doctorado de Didáctica de la Lengua. Ha trabajado como profesora de instituto de lengua castellana y literatura y recientemente como profesora de español en la Universidad del Witwatersrand de Johannesburgo. Como poeta, ha autoeditado el fotopoemario Puzzle berliniano y los cuadernos de poesía La confesión de la carne: desdenes del vacío y El mundo de las almohadas. Ha participado en la organización de varios recitales y en proyectos poéticos, de los que destaca Cuentos a domicilio. Parte de su trabajo ha sido publicado en revistas como Fábula u Oculta Lit e incluido en diversas antologías. Sus poemarios han sido finalistas en varios certámenes literarios.
Poemas © Remei Manzanero
Fotografía © Dani Alvarez Fotografía