Literatura Narrativa Serie - Hablemos de ellas

Un viaje al espacio – Valentina Tereshkova

Valentina Tereshkova

“Los que han estado tan cerca de las estrellas
dejan un trozo de su alma allí arriba.”

Pegado a la televisión observaba con diligencia a una de las mujeres que portaba la bandera olímpica en la inauguración de los juegos de invierno de Rusia. Hacía años que no la veía, pero mi admiración hacia ella permanecía intacta. Eché la vista atrás y con mis 75 años recién cumplidos, me di cuenta de cuán valiosa había sido lo que Valentina Tereshkova me había enseñado sin ella ser consciente.

Valentina había nacido en un hogar humilde. Su padre había muerto en la II Guerra Mundial y como resultado, se metió a trabajar en la fábrica textil de mi abuela para poder sobrevivir y dar de comer a sus hermanos. Sin embargo, no fue allí donde realmente la conocí.

Por aquel entonces yo solo era un chaval que ayudaba a repartir los encargos de la fábrica y en uno de ellos llegué a la agencia de paracaidismo con un pedido de telas. Fue allí donde me fijé en ella por primera vez, de una manera muy diferente a cómo lo hacía en la fábrica cuando paseaba entre todas las empleadas molestándolas y siendo un niño travieso. Cuando la vi enfundada con el uniforme de paracaidista me quedé rezagado en un rincón observando la serenidad de su cara, el porte recto y su amplia sonrisa a pesar de que iba a lanzarse por los aires. Me atrajo la idea de continuar allí puesto que nunca antes había visto a una mujer haciendo aquella actividad. En un giro que hizo antes de montarse en el aeroplano me vio y me hizo un gesto con la mano, tal vez me hubiese reconocido, yo la saludé alegremente y salí de mi escondrijo para verlo todo mucho mejor.

Fue a partir de ese momento cuando la buscaba con la mirada cada vez que entraba a la fábrica textil. Era dos años mayor que yo pero siempre me mostraba respeto con una leve sonrisa, un gesto o llamándome incluso por mi nombre, cosa que el resto de las empleadas no solían recordar. Yo, por supuesto, me enamoré enseguida de ella, un amor platónico que se basaba únicamente en esos escuetos saludos y en no cruzar más de dos palabras seguidas.

Un buen día la vi cuando entraba al taller eufórica y con un periódico en sus manos, se lo enseñaba al resto de las chicas, clamando la gran noticia del día: Serguéi Koroliov quería realizar un vuelo llevando a una mujer al espacio.

No pude contener la risa, un tanto exagerada, al imaginar a una mujer con el casco de cosmonauta, estaba seguro de que ni existían trajes expresamente para ellas. Expresé mi opinión en voz alta en un intento de hacerles ver que era el que más entendía de la situación y así demostrar mi pragmatismo, y por tanto mi madurez, ante Valentina. Pero lo único que conseguí fue que todas las mujeres que allí había se volvieran para mirarme con desaprobación. Desde ese momento, la actitud de simpatía, que era apenas perceptible entre Valentina y yo, desapareció del todo.

Fueron cuatrocientas personas las aspirantes, quedando solo cinco seleccionadas, entre ellas Valentina. Yo seguí minuto a minuto las duras pruebas por las que tuvo que pasar a través de los comentarios de las empleadas que hacían corrillo cada mañana y de lo poco que entendía en los periódicos que encontraba tirados por la calle. Estaba claro que la habían considerado como una de las candidatas más dignas debido a su unión al proletariado, al liderazgo de su padre durante la guerra, pero sobre todo, a su gran experiencia en el paracaidismo.

Valentina Tereshkova solo tenía 26 años cuando se convirtió en la primera mujer en viajar al espacio. El Vostok 6 sería lanzado el 16 de junio de 1963 y sería solo pilotado por ella. No podía sentirme más orgulloso, a pesar de mi escepticismo inicial de que una mujer pudiera llevar a cabo tal tarea. En su aventura registró más tiempo de vuelo que la suma de todos los astronautas estadounidenses hasta la fecha; durante todo ese tiempo estuvo tomando fotos del horizonte espacial y mantuvo el cuaderno de Bitácora a punto. Escuché que el vuelo había comenzado de manera excelente pero ya en órbita había tenido serios problemas para orientar la nave, añadiéndole además las náuseas y mareos que sintió durante casi los tres días que duró la expedición.

Cuando supe de su vuelta, quise ser el primero en aparecer por la fábrica ya que intuía que Valentina pasaría a visitar a sus excompañeras. Sin embargo, cuando yo llegué, ella ya era el centro de atención de todas y apenas percibió mi presencia. Contaba su experiencia ante la cara de expectación de las otras mujeres.

—…Y el aterrizaje tuve que hacerlo en paracaídas ya que la nave carecía de sistema de aterrizaje —explicó ante la cara de atónito de las demás.

—¿Volverás al espacio? —dije levantando mi voz para que me viera tras todos esos cuerpos que la rodeaban y que le quitaban visibilidad.

Alzó la cabeza y sin todavía poder verme respondió:

—Espero que sí. Ya formo parte de la Fuerza Aérea Soviética, seguiré formándome para llegar a lo más lejos.

—¡¡¿Más?!! —dijo una de las compañeras soltando un bufido de admiración.

—Sí, no me importaría volar a Marte… —contestó Valentina con una seguridad aplastante.

Y en esa ocasión no me reí, supe que cualquier cosa que esa mujer se propusiera lo conseguiría.
Se despidió afablemente de todas pero al pasar a mi lado me echó una de las sonrisas más bonitas que había visto nunca, fue su manera de hacerme ver cuán equivocado había estado en mis reticencias sobre las mujeres cosmonautas, ¡y cuánta razón había tenido ella!

Yo la seguí con la mirada hasta que se perdió en el horizonte, fue la última vez que la vi.

Y de nuevo volvía a verla, siendo una de las protagonistas de la gala de apertura de esas Olimpiadas. Ya era una mujer mayor que además de haber subido al espacio se había convertido en un referente y una luchadora de los derechos femeninos y de la paz. Por todo ello se había ganado esa plaza en el espectáculo de ese día.

Me estaba secando las lágrimas de emoción recordando el pasado cuando entró Irina, mi nieta de 7 años, mi favorita y la única que había aprendido quién era Valentina Tereshkova de tantas veces que le había contado su historia.

—Abuelo, ¿Quién es? —yo sabía que preguntaba por ella.

—La última de la derecha. —E Irina se quedó complacida al verla.

—Abuelo, he decidido que yo quiero ser la primera mujer que viaje a la luna —dijo sin contemplaciones, sin mirarme.

Yo le sonreí, sabiendo de antemano que no podía desconfiar ni mofarme de sus deseos, al igual que hice con los de Valentina en su día. Sin embargo, entristecido, percibía que esa vez la vida no me daría el tiempo suficiente para ver a mi nieta con el traje de cosmonauta.


Texto © Mayte Salmerón Almela
Fotografía © RIA Novosti archive, image #612748 / Alexander Mokletsov / CC-BY-SA 3.0