Desasosiegos Ensayo

El vuelo de la mariposa, por Jorge Pérez Megías

El vuelo de la mariposa

Un texto escrito durante el estado de alarma que confinó a todo el país en sus casas la pasada primavera.

Hace días que cada cual se encuentra inmerso en la quietud de su hogar, recluido, a la espera de que escancie un temporal imperceptible a la mirada pero letal al organismo. Bajo la tempestad de esta pandemia, un cierto espíritu -por lo demás inquietante-, se ha colado a través de esas antenas de las que ahora dispone el ser humano y con las que la información se une a nuestra mesa cada día, animándonos a dar rienda suelta a la creatividad en cualquier habitáculo en que estemos encerrados y no dejar de compartirlo con los demás, de publicarlo. Como si padeciésemos el mal del silencio, de una repentina soledad momentánea. Como si temiese que la actividad, de veras, cesase. Pero a pesar de sus esfuerzos, el cambio ha sido tan drástico que de manera inevitable sí nos hemos visto envueltos en un longevo retiro que obliga a la inacción, empujando a pasar el rato cavilando, recordando, elucubrando. ¿Es esto malo? Pero si fue al dejar el arado, al cubrir la necesidad, cuando de entre los primeros humanos pudo uno al intento pararse a contemplar el ritmo tranquilo de la naturaleza, a observar las estrellas, la tierra y al propio hombre que hasta hace poco la trabajaba, pero que ahora la piensa. La filosofía nace en esa laguna del tiempo que detiene y permite pensar; nos preguntamos entonces, ahora, ¿podrá surgir de esta quietud un movimiento filosófico verdadero?

Vileza y abominables intenciones regurgitan ante esta perspectiva como un nuevo horizonte de conceptualizaciones vacuas y de burbujas construccionistas de pensamiento que no pretenden, en su origen, entender sino erigir. Larvas del poder para el futuro de un mismo status quo. No es ese el filosofar sano y curativo, translúcido al intelecto, al que aquí aludimos. Hablamos de un filosofar radical, de un mero pensar, observar, recordar. Tomar notas y repensar; darle vueltas. Un pensamiento cuya voluntad de fondo es, sencillamente, comprender. No es esta una filosofía predicada por grandes pensadores, sino una que surge en el interior de las casas, en el foro interno de cada cual, una mediante la que cada hombre y mujer puede dar a luz a las ideas que laten en su interior. Y si en la soledad de esta reclusión fruto de la pandemia nos sentamos a pensar, el único material de reflexión posible son nuestros recuerdos, ¡gloriosa neurosis! ¿Qué hemos estado haciendo hasta ahora, cómo nos hemos comportado, cuál era el motivo primero de nuestros impulsos y el último de nuestras metas? De tal hondura surge un fantasma al que no se le quiere ni mirar, pues es bien conocido: la memoria de una larga injusticia. Se puede intentar evitarle, pero una vez invocado desde lo más profundo, es una piedra demasiado brillante como para no reincidir en su visión.

Participa el moderno común como un esclavo de una orquesta global que tanta injusticia, no precisamente encubierta, provoca. Pero nos hemos eximido de responsabilidad, cada cual en su vida concreta, como niño que juega al calor de la tarde y ve como otros son apaleados por los que son como él; «pero si yo no tengo autoridad» se dice, «suficiente suerte tengo de haber podido venir a jugar un rato», y entonces se entrega al fervor del juego y olvida todo cuanto de ingrato acontece a su alrededor. Esta quietud en la que estamos ahora, es en realidad una inquietud constante. Temor. Se teme que acabe el juego, hay incitación a crear historias para que los relatos alarguen la ficción; el miedo más elemental aparece en su vinculación al poder. En la balanza, este juego acumula más diversión que desventajas como para iniciar uno nuevo desde cero. Sin embargo, estos días se ha hecho eco la percepción de una oportunidad, un instante abierto a coger la alternativa y que supondría el rumbo cambiante a tal degradación. Y cierto es que la heroicidad sólo puede surgir al filo del riesgo.

Pues esta es una situación de incertidumbre; una reclusión en el hogar que se ha proyectado como una «hibernación de la economía», ¿es la economía parecida a un oso? El oso es demasiado grande para suponer, en principio, un problema. Se le localiza de lejos, con algo de cautela se le evita de raíz. Es más bien la economía un espacio en el que se hace visible el verdadero conflicto. La metáfora del problema ha de ser otra. Lo realmente peligroso es aquello que rehúye a los ojos, lo veloz e inaprensible, que se escapa continuamente. Es más bien una grácil mariposa cuyo eléctrico vuelo la convierte inasible. Pues el fuerte del capitalismo no es su agresividad, sino su alevosía. Al escaparse se posa oculta; opera camuflado. Y ya sabemos que el efecto de la mariposa puede provocar huracanes. Sin embargo, posada es vulnerable, se la puede cazar por sorpresa, sólo hay que descubrirla, ¿está posada ahora por la pandemia? ¿Yace ese liberalismo que parece imposible sacudirnos de encima en una nueva crisálida, hoy, para emerger pronto como una mariposa más rápida y sutil? ¿Pero no éramos nosotros los que estábamos recluidos en nuestra particular crisálida por la cuarentena? Sé lo que estás pensando, pero no, ¡esa mariposa no hemos sido nosotros, sino nuestra puerilidad!

No y mil veces no: esto no es una mera reprimenda moralizante, ¡por el amor! No es esta una balada por las víctimas o en favor del desafortunado. Es un clamor volver a coger las riendas, antes de que el carro descarrile, reorientar el rumbo. Aún quedan días de cuarentena y alguna política –a menudo, eufemismo de sofista-, ya anda pregonando que la solución a la devastación de la pandemia pasa por la liberalización del suelo de España y por el descontrol del precio de la vivienda. La mariposa comienza a aletear bajo la crisálida. Hemos de preguntarnos, si cuando esto acabe, ¿retendremos en la mente lo pensado, como esa memoria del pasado que sirve de criterio para cuidarse de realizar ciertas prácticas futuras? ¿O acaso volveremos a salir como niños, y peor aún, como niños desenfrenados, que han olvidado las directrices aprendidas y salen descontrolados, en revoloteo aleatorio como el vuelo de la mariposa, hasta que nuestra inconsciencia, ávida de imágenes y colores, provoque otra tragedia? No seré yo quien responda; si lo hiciese me convertiría, precisamente, en el objeto de crítica de este escrito.

 

Texto © Jorge Pérez Megías, 2020
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