Antonio M. Figueras nos presenta ¡Hallelujah!
de Manuel de la Fuente Vidal.
Edita Los libros del Mississippi, 2020.
Con la película Paseo por el amor y la muerte, el director John Huston dedicó su obra a lo que todos los creadores llevan haciendo desde siempre: hablar de lo único que importa. En su filmografía destacan grandes títulos de western, género del que se convirtió en relator de otros tiempos y de la épica de sus gentes. Y de esto levanta testimonio en ¡Hallelujah! el vaquero conocido como Manuel de la Fuente, de amor y muerte, los lados del espejo de Carroll o de Borges, las dos caras de una falsa moneda.
Y en el amor, este poeta es como el lema de César Borgia (Aut Caesar aut nihil). Así lo explica: “…hoy podemos amarnos con la fe, la esperanza y la caridad de una manada de búfalos…” Un amor a lo divino: “…Desde entonces, más de un millón de años, no te has ido de mí, y tu cruz sigue sobre mi frente, como sigue mi lengua acariciando tus encías, como sigo habitando tu república de amor, como sigo entregado a la obstinada tarea de quererte…”
Para el autor todas las guerras son la misma: Little Big Horn, Guerra Civil española, Gettysburg, Lepanto, Austerlitz, Verdún, El Somme, Dunkerque, Normandía… Una muerte que asola ciudades como Hiroshima, Beirut, Sarajevo o Madrid.
Ante el fatal desenlace solo queda el cruel desatino del amor: “…Te he amado en todas las batallas y combates, te he amado en los desastres y los llantos, las facturas de la luz y del teléfono, te amo ahora, cuando llevo las banderas de mi alma hechas jirones, y te amaré siempre, al menos hasta que vuelvan el Bautista y Jesús de entre los muertos…”
El amor y la guerra. Todo un clásico. Como en el poema de Luis Alberto de Cuenca, otro autor de Los Libros del Mississippi, titulado El regreso: Vengo de desertar en Bouvines o de pelear en Midway, / vengo de la victoria o de la cobardía. / No sé si estoy buscando un cuerpo o si necesito un amigo,/ si vengo a provocar un duelo o si vengo a evitarlo. / Puedes recibirme en tus brazos o no reconocerme. / A mi alrededor todo es sombra o un perfil demasiado concreto. / He venido a matarte o a morir en tus manos.
¡Hallelujah! se divide en dos bloques, amor y odio. Otra vez las dos caras del sándwich que siempre cae por el lado de la mantequilla. Como en aquel poema de Catulo: Odi et amo. Quare id faciam, fortasse requiris. / Nescio, sed fieri sentio et excrucior (Odio y amo. Por qué hago esto, quizá preguntas. / No lo sé, pero siento que es así y me torturo). Así son las cosas y así nos las cuenta De la Fuente, periodista en muchas batallas: “…y te cogí al vuelo cuando te lanzaste de lo más alto de las Torres Gemelas, y en Atocha te abracé mientras pensaba que era nuestro último día…”
El escritor bebe de la fuente de la desolación, pero también de Lorca, Cernuda, San Juan de la Cruz, Whitman, Dylan o Jim Morrison. Tradición y modernidad. El mejor cóctel. Dos son los libros donde pueden rastrearse todos los géneros narrativos e incluso líricos, la Biblia y El Quijote. Manuel de la Fuente se muestra, quizá sin pretenderlo, como un quijote del siglo XXI, herido por la nostalgia de una juventud donde conceptos como insurrección o rebeldía todavía significaban algo.
Maneja el poeta el Antiguo Testamento con sabiduría para bordar sus poemas en prosa. Y del Nuevo, como una profecía sobre estos tiempos, le saca todo el partido a la potencia surrealista del Apocalipsis, un libro que se reescribe en estos momentos con los renglones torcidos de la estupidez.
¿Quieres comprar este libro?
Texto © Antonio M. Figueras, 2020
Todos los derechos reservados
Danos tu opinión