Literatura Narrativa Serie - Hablemos de ellas

El camino al colegio

Ruby Bridges

Observo la tan famosa imagen enmarcada que se muestra ante nosotros: una niña afroamericana vestida de blanco andando por la calle y rodeada de unos guardias con un distintivo del gobierno americano en sus mangas. Una imagen que cuenta la historia de mi vida, una imagen que ha sido una parte más de mí.

Aparto la mirada de la pintura y miro hacia el hombre alto, apuesto y de color que se encuentra a mi lado y que empieza a comentar el cuadro colgado en la pared sin mostrar especial interés en los fotógrafos que pululan a nuestro alrededor dispuestos a captar la imagen del día, y tal vez de la década. Me es imposible abandonar la sonrisa perenne que se ha instalado en mi cara debido a lo paradójico de la situación: yo, Ruby Bridges, me encuentro en la Casa Blanca, al lado del primer presidente negro de Estados Unidos y a la vez soy admirada y fotografiada por ello.

Mientras Barack Obama no deja de halagar sin mesura la icónica pintura realizada por Norman Rockwell, empiezo a recordar ese día que le sirvió al autor para inspirarse y realizar tal maravilla de una situación un tanto trágica y que sin duda influyó en lo que hoy me he convertido…

Eran los años sesenta cuando, en plena lucha por los derechos civiles para una mayor igualdad social y política con el fin de eliminar así la segregación racial, fui invitada a formar parte de un proyecto federal que se empezó llevar a cabo en el estado de Louisiana, al sur del país, donde los conflictos eran aún más violentos y donde yo, simplemente, era una niña negra preocupada únicamente por estudiar y jugar.

Era mi primer día en un colegio para blancos, pero para mí lo único importante era que por fin podía ir a uno que estaba mucho más cerca de casa, y me alegraba de poder ir a pie. Sin embargo, cuando ese día de otoño unos delegados federales con unas llamativas bandas amarillas en sus mangas llamaron a mi puerta para acompañarme al colegio en coche empecé a desmoralizarme, si iba a usar igualmente el coche, ¿para qué había tenido que cambiar de escuela? Entonces me vi envuelta en algo que mi razonamiento infantil nunca llegaría a entender. 

Mardi Gras era una fiesta de Carnaval que duraba varios días y en donde toda la ciudad se dedicaba a arrojar collares de colores como tradición, adornando así las calles de Nueva Orleans. Mientras iba montada en ese coche, pensé que todas las aglomeraciones de gente que empezaba a ver, sus pancartas, los gritos y los objetos volando que se posaban cerca del automóvil en el que iba montada eran por esa famosa festividad. ¿Quién podía imaginar que todas esas personas estaba allí apostadas por mí?

Cuando salí del coche los federales continuaron escoltándome hasta el interior del centro, una vez allí me adentré alegremente en sus pasillos pero me encontré con un colegio fantasma. Ningún niño se asomaba por los rincones, ningún profesor me daba la bienvenida pero yo seguí firmemente hacia delante con la esperanza de encontrar mi clase. Los ruidos de fuera seguían oyéndose y la soledad de la estancia hizo que la situación me superase y me estremeciera de súbito. Cuando una señora apareció por el pasillo me acerqué a ella, pero mucho menos decidida que unos segundos antes, notaba que algo estaba pasando en torno a mí y no entendía bien de qué se trataba.

—Hola, soy la señora Henry, seré tu maestra —me dijo dándome la mano mientras me acompañaba a un aula sin ningún alumno, parecía que todos se habían puesto de acuerdo para no acudir ese día.

—¿Y los demás niños? —recuerdo que pregunté con un hilo de voz. Con temor a la respuesta que sabía que iba a darme.

Pero la señora Henry solo miró hacia la ventana donde yo pude ver que cada vez más y más gente se agolpaba al edificio gritando insultos, y cogió como si nada el libro de matemáticas y de historia, que era lo que iba a estudiar ese día.

Lo que más recuerdo de aquel día no fue la amabilidad de la única maestra que quiso darme clase, tampoco el colegio vacío que me encontré, sino cuando a la salida de mi jornada escolar el grito de una mujer hizo que la mirara con atención para seguidamente lanzarme un pequeño ataúd con un muñequito de color negro en su interior, y supe que ese muñequito era yo. 

Hoy me encuentro junto al presidente de Estados Unidos, seguimos charlando amigablemente sobre la pintura que esta frente a nosotros. Veo en ella la sombra de esa niña de trencitas y vestido blanco, que soy yo, rodeada de esos federales que habían sido mandados por el mismísimo gobierno del país para que no fuera dañada en medio de aquel conflicto del que era totalmente ignorante. Mi figura muestra la inocente tranquilidad y el simple deseo de ir a un colegio para aprender, mientras que al resto de la ciudad solo le interesaba mostrar odio ante esa situación.

Por aquel entonces no lo supe, pero fue una realidad el hecho de que todos los padres sacasen a sus hijos de ese colegio para que no coincidiesen conmigo; que todos los maestros, menos la señora Henry, se negaran a darme clase; que hasta mi propia familia sufriera las consecuencias puesto que mi padre perdió su empleo y mis abuelos tuvieron que abandonar sus tierras. ¿Tanto mal había en integrar a una niña de color en una comuna exclusivamente de blancos?

Recuerdo no haber llorado nunca ante aquella injusticia, solo me hizo más fuerte para acabar estudiando lo que más quería: turismo, y trabajar de ello durante quince maravillosos años.

Pero de lo que estaba realmente orgullosa era de la creación de una fundación con mi propio nombre, la fundación Ruby Bridges. A través de ella intentaba por todos los medios que ninguna niña sufriese lo que yo sufrí en silencio, promoviendo los valores de tolerancia y respeto además de mejorar aquellas escuelas locales y nacionales que más necesitaban aprender sobre la apreciación de las diferencias.

—Ruby —me aclamó el presidente sacándome de mi ensimismamiento y volviendo al presente—. ¿Te gusta el título? —me preguntó amablemente señalando de nuevo la imagen de aquella icónica caminata hasta mi nuevo colegio.

—Señor Presidente, creo que “El problema con que todos convivimos” —que era el nombre de la pintura— es un título muy actual, muy presente todavía en nuestra sociedad. No deja en duda de que sigue habiendo problemas raciales y es hoy, más que nunca, cuando debemos unirnos todos para eliminar cualquier barrera que nos impongan por, simplemente, el color de nuestra piel.

—Estoy de acuerdo. 

Y entre los continuos flashes que no dejaron de lanzarse en el rato que estuve con él, salí de mi visita como la mujer más feliz del mundo y con la sensación de que había recibido mi recompensa por todo el calvario que pasé por el simple hecho de ser la primera niña de color en un colegio para blancos.


Texto © Mayte Salmerón, 2020
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