Poesía

De animales y ordalías

Mi animal preferido eres tú

Una reseña del libro de poemas Mi animal preferido eres tú, de José Gabarre (Ed. Los Libros del Mississippi)

Por Antonio M. Figueras

Mi animal preferido eres tú, de José Gabarre
  • Título: Mi animal preferido eres tú
  • Editorial: Los Libros del Mississippi
  • Año: 2019 
  • Autor: José Gabarre

El poeta oscense José Gabarre ha publicado Mi animal preferido eres tú, en la editorial Los Libros del Mississippi, con prólogo de Miguel Carcasona y epílogo de Luisa Miñana. Es su tercer libro de poemas tras La ebriedad de las estatuas (2012) y Mi hambre negra (2016).

Hay poetas que beben de la experiencia como de un botellín de cerveza, a sorbos moderados que confunden con libaciones pantagruélicas, y poetas volcánicos que se zambullen en ella como quien enfrenta una tormenta en el océano. José Gabarre pertenece a esta última especie, la de quien se desangra en sus versos”. Carcasona, en su prólogo,  nos ha dado la clave para abrir las puertas, las de William Blake o las de Jim Morrison. Parafraseando a Bertolt Brecht, “esos son los imprescindibles”. Porque frente a tanto poeta de paja (en todos los sentidos), los versos de Gabarre salen del fondo de la tierra, humeantes todavía, plagados de sugerencias y conocimiento.

De ese viaje a lo hondo regresa el creador cargado de surrealismo, en el mejor sentido de la palabra. Porque no todos los llamados son elegidos. La literatura en nuestra lengua tiene ejemplos de espléndidas obras, alguna actual, que han bebido bien de este movimiento. Pero también podemos toparnos con aprendices de brujo, capaces de convocar un tornado perfecto de metáforas, pero sin sentido. Aunque pueda parecer hermético, Gabarre siembra el camino del enigma con el pan de su alma. Él es un iniciado, a él le está permitido el conjuro de las palabras y las imágenes en espejos de doble fondo. 

La sabiduría se puede hallar en el fondo del vaso, en la memoria de las piedras, en las páginas de la historia. Gabarre ha recorrido océanos de tiempo, cómo Drácula, como tantos otros. Así puede decir cosas como:  “Lo que los coleccionistas no aprendieron / es a mirar en el interior de las radiografías” o “… o llegar a comprender que un paisaje no es más que una / suma de palabras / donde los trenes descarrilan” o “De hecho al doblar las sábanas también permanecemos allí / pues el tiempo no viaja en línea recta”.

Dime a quién citas y te diré quién quieres ser. El poeta invoca a George Dumézil, Rene Char, Arthur Rimbaud, Paul Eluard, Benjamin Péret, Leopoldo María Panero, Virgilio, Ezra Pound, Zbigniew Herbert, Nerval, William Blake o Raúl Herrero. Buenos avales para seguir en la ruta.

Gabarre es músico. Por eso no extrañan las alusiones a Joy Division, Jim Morrison, Héroes del Silencio o Enrique Bunbury. Y se sitúa en la tradición culturalista que viene de los novísimos, ese grupo de poetas que naturalizaron el rock y el pop como material poético y al que cierta manada de envidiosos quiere reducir a escombros y condenar al olvido. Sabe el poeta que los rockeros van al infierno, porque de allá Rimbaud se trajo un excelente libro. Después de una temporada en esos lares te cambia la mirada. Allí se ocultan más secretos que en los confines de mil galaxias, incluso más allá de Orión o en la Puerta de Tannhäuser. Y ya en la superficie, no hay Dios con el que no se atreva. Los rebeldes son así.

Y de muestra un poema:

Sé que todos mis monstruos son de piel
y llevan nombres de personas desaparecidas
por eso entro a los bares para alquilar la piel de otros cuerpos
como una declaración de amor tal, que haga salir de sus tumbas
a todos los vivos.
Sólo espero que cuando amanezca me quede ciego.

Licenciado en Historia por la Universidad de Zaragoza, especialista en mitología céltica, en la actualidad Gabarre ejerce como profesor de Secundaria. A la manera de un demiurgo, el poeta revoluciona el concepto de paradoja temporal. Todos pueden estar al mismo tiempo, como en el poema Ezra Pound reconoce como su señor natural a Alfonso II de Aragón,  donde se dan la mano Amílcar Barca, el Káiser, los herejes cátaros, Enrique V, los trovadores aquitanos, Che Guevara o Stalin. Del poema son estos versos:

así, cuando anochece, mientras alguien se sirve un gin-tonic a dentelladas
a las once o’clock
u ordalías de catedráticos enamorados en el sudeste asiático,
nos sorprendemos contando las pecas en la espalda de alguna camarera.

Poeta personal e intransferible, la lluvia, la nieve o las ciudades son motivos recurrentes de su obra (“Soy testigo de una ciudad breve / a donde llegan otras manos / para concluir la luz”), y se revela como amante del misterio (“Amo por ello a los animales disecados / de la misma manera que hay un caudal de nombres que no usamos / pero que de algún modo son donde nos ha sido dado habitar”).

Así lo explica Luisa Miñana en el epílogo: “Una línea poético-mistérica aparece en el transcurso del libro de José Gabarre: el amor y los cuerpos en torno al amor como rito, la lluvia como ceremonia tántrica de la melancolía histórica que contiene cada átomo que ya el Barroco inoculó en los actos de seducción y amor, el punto cero, (como define Fernández-Mallo), el del vuelo de las tórtolas, en el que nos encontramos si retrocedemos al tiempo anterior a cualquier forma de memoria, que siempre nos mediatiza y también nos sostiene y nos salva”.

Vienen estos versos a reconciliarnos con una poesía alejada del almíbar y la cursilería de otros animales literarios, como ese burro “pequeño, peludo y suave” que tanto daño ha hecho. En este caso se podría llegar a decir, sin ningún pudor, que “mi animal preferido es José Gabarre”.


Texto © Antonio M. Figueras
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