Homenaje a Luis Miguel Madrid

UN FIRMAMENTO EN PUNTO DE FUGA

Luis Miguel Madrid

El sábado 18 de abril, alrededor de las nueve y media de la noche, un firmamento se puso en punto de fuga. El poeta, el agitador cultural, el filólogo implacable, el dramaturgo, el cuentista, el chascarrillero Luis Miguel Madrid moría en la habitación de un hospital reconvertido en fortaleza inexpugnable. Su mirada seguía igual de penetrante, de viva, de audaz, mientras a su vera, cogiéndole de la mano y limpiándole el sudor con un amor entrañable, estaba su compañera y amiga, su siempre fiel y amada Eva. Era una sacudida violenta, la peor de las noticias para el inmenso círculo de amigos que vivíamos pendientes días atrás de su estado de salud. 

El mundo vivía unos días de apocalipsis pandémico. De repente un virus lo inundó todo, nuestra vida, nuestro espacio, nuestra libertad, y ese mismo virus, de forma silente y escurridiza, se fue engullendo muchas vidas. Entre ellas la de Luis Miguel Madrid, el personaje ya legendario del Madrid más auténtico y bohemio, el también director de esta revista, que ahora deja huérfana. Como nos dejó huérfanos a su pléyade de amigos y cómplices, que, como él, retamos a duelo a tantas y tantas madrugadas, sólo abrigados por el calor de una conversación encendida, meláncolica, divertida, ocurrente o quimérica. 

La desazón se vuelve taciturna aflicción. Es como un nombre de cristal lamiendo la sequía en mitad de un bosque brumoso. El origen y el final encorvados, sumidos en los recovecos de la ganzúa que libera el aleteo del silencio infinito. Ese día, en esa habitación de hospital, se escuchaba una de tus piezas favoritas, la Gymnopédie número 1 de Eric Satie, en la que se transpiraba inquietud y hasta frío pero que al mismo tiempo te acompañaba sin hacer ruido, simplemente asustando a los demonios, como cuando Esparta celebraba sus fiestas para honrar a Apolo y a los guerreros muertos en combate.

Luis Miguel Madrid exhumaba un casticismo iconoclasta. Era una especie de lisboeta extraviado en las callejuelas de Madrid buscando al Pessoa de su terruño, por eso su muerte también fracturó a la parte más vivaz, inteligente y elocuente de una ciudad que fue testigo de su andar atribulado. De su infatigable antorcha en mitad de la noche. De su forma de crear palimpsestos, palíndromos o algún oxímoron que sólo pretendía poner en evidencia que la palabra nos nutre de humor y locuacidad. 

El 3 de julio de 1960, es decir hace 60 años, nació Luismi. Ese hombre que con el paso del tiempo le gustaba pensarse y definirse como “poeta, dramaturgo, crítico literario, funambulista, promotor cultural y director de la revista de cultura babab.com”. Porque disfrutaba tanto cuando encontraba la forma de culminar ese pomea que tenía atravesado desde hace días y que no le dejaba de circundar la cabeza, el alma, como cuando estrenaba sus piezas teatrales o daba vida a alguno de los conciertos o recitales que albergaba en su María Pandora, un sitio ya mítico del Madrid contemporáneo. Un lugar de encuentro y de reencuentro. Un refugio para la poesía y la esperanza. Un abrazo siempre fugaz y siempre presente a la implosión de colores de la puesta del Sol. 

Quienes conocimos a Luismi, quienes tuvimos el privilegio de lamer el tiempo entre copas de vino, de compartir risas irónicas ante la absurdez circundante y las miradas perplejas ante la grandilocuencia de la nada, sabemos que él era ante todo un poeta. Y su escritura poética era el reflejo más fidedigno de su personalidad volcánica. De hecho su primer libro publicado, Rua das Janelas Verdes fue, además de su primer gran homenaje a la cultura lusa y a esa ciudad que tanto le cautivaba, Lisboa, una forma de susurrar sus convicciones más rotundas y, al mismo tiempo, inciertas. Ahí está para corrobarlo su poema No era el mar: 

El silencio parecía un relincho de caballos,
Existía la paz, desconocíamos el ruido,
pero por los adentros algo bravo vibraba
que no era el mar.

Ese primer libro también le llevó a ganar el que quizá sea el premio del que más orgulloso estaba, el de Poesía Arcipreste de Hita de 1994, que le permitió además publicar sus poemas por primera vez. De verlos impresos en un libro de papel. Poco tiempo después publicó sus primeros textos teatrales, que también son una invitación a la iconoclastia y a la ironía más feroz. Pero sobre todo escribe y piensa poesía, de ahí que su fecunda creatividad se transformara en un torrente de libros que nos entregó como legado: La caja italiana, que fue finalista en el premio Antonio Machado de Sevilla y publicado en antologías y revistas literarias;

Bomarzo, María de los demonios, El cine de las sábanas blancas, Un gol en la frente, Moscas tres. También es el autor del pliego de cordel número seis de la serie Las Hojas del Baobab, que tituló A la vejez viruelas

Sus poemas han sido  y se siguen publicando en diversas antologías y revistas españolas y de varios países de Latinoamérica como Alpialdelapalabra, Casa de Poesía Silva o Arquitrave. Además, obviamente, de las páginas de Babab.com, donde también han visto la luz algunas de sus obras más relevantes

Sus obras de teatro también han sido representadas, muchas veces en el barrio de su vida, que son: Dulce desazón, Tripa de Guanajo, El día que me hice caca y Coño -estos dos últimos todavía inéditos- además de otros pasajes cabareteros.

Además de su actividad como escritor, Luis Miguel Madrid también fue socio fundador de la Asociación de Revistas Digitales Españolas (ARDE), y ha dirigido en Madrid El Teatro de las Aguas y la Sala Madragoa. Y, por supuesto, su María Pandora. Además, en 2013 participó como actor en la segunda película de Jonás Trueba, Los ilusos, encarnando al entrañable personaje de Perucho. Y en 2017 funda junto a su pareja Eva Contreras la editorial El Blanco de tus Ojos.

Entre sus textos ensayísticos destacan varios, pero sobre todo su profundo conocimiento de Gabriel García Márquez, que vertió en su texto El mundo sin Macondo, que fue un monográfico sobre el Nobel colombiano para el Centro Virtual Cervantes. O los textos sobre Roberto Arlt, Camilo José Cela, Felisberto Hernández y Luis Cernuda, entre otros. 

Luis Miguel Madrid también era el conversador afable, el amigo entrañable a cuyo territorio quieres siempre volver. Era la risa y el lenguaje. Era un estallido de voces. Un sollozo. O la figura retórica de un rostro desnudo. También era la combustión de los libros y las voces. El éxtasis de la idea llegando a tierra firme. La quimera gozando de la nada. La metamorfosis de la ausencia. 

Esta

tarde una tristeza traigo
tan inmensa, tan absurda
como diez barrancos
puestos en la ladera
de tus pensamientos blancos

(Moscas Tres)

Luismi era definitivamente un firmamento. Un espacio infinito en el que se mueven los astros de aquí para allá, sin tregua, en esa bóveda celeste en la que habita la paz y el caos. Y ahora ese firmamento se puso en punto de fuga y ahora está en un sitio incierto del infinito. Y ahí nos aguarda para quizá algún día retomar la conversación del día anterior. O terminar juntos el poema que traía atravesado. O simplemente compartir un par de chascarrillos y reír. Reír a carcajadas.


Texto © Armando G. Tejeda,  2020
Fotografía © Eva Contreras
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