CONOCÍ A LUISMI en 2011, cuando rodamos juntos Los Ilusos.
Llevo varios días pensando que sé muy poco o casi nada de su vida anterior al 2011.
No sé nada de su infancia, ni de su adolescencia, tampoco sé mucho sobre su vida anterior a nuestro primer encuentro. En nueve años de vida hemos compartido teatro, alcohol, tristezas, alegrías, viajes, libros, amigos, cenas… Y todo siempre a partir de las siete de la tarde. Nunca antes. Sólo desayuné con él una vez, en La Laguna, en un hotel, durante un festival de poesía que había organizado y al que me había invitado. Nos conocíamos desde hacía muy poco y nunca antes lo había visto de día.
Luismi sí sabía un poco más de mi vida, de la afectiva sobre todo. Sabía bien quienes eran mis amigos, los viejos y los nuevos y también conocía mis males y bienes de amores.
¿Cómo es posible que sepa tan poco de la vida de alguien que ha sido tan importante para mi y que considero uno de mis amigos más fieles y especiales?
Con Luismi hablaba muy poco del pasado y del futuro.
Pienso que lo que más me gusta de nuestra amistad es que sabíamos que lo importante no era hace años o mañana.
Lo importante era esa noche. Nada más.
Quizá sea por eso por lo que no recuerdo con claridad la última vez que lo vi.
Luismi nunca me dio un consejo, no me dijo qué debía o no hacer, nunca me regaló los oídos y siempre me miró de igual a igual. Nunca protagonizó las presentaciones de sus libros, se le veía a través de sus poemas, que leíamos los amigos. Y él nos disfrutaba en silencio, desde una silla, con su gorra. Eso no se me olvida.
Había dos cosas que me encantaba que me contara: una cuando me recitaba de memoria el principio de Cien años de soledad, con tanto amor que de tanto en tanto le pedía que me lo volviera a contar.
La otra cuando me contaba la época de Mérida: trabajaba allí durante el festival de teatro y me contaba que Isidra, la que fue su perra muchos años, se colaba en el teatro romano de Mérida vacío y corría por allí. Me conmovían los ojos de Luismi cada vez que me lo contaba.
Pensaba en Isidra feliz en un teatro vacío para tres mil espectadores y pensaba que era una imagen que describía perfectamente a Luismi: libre, y sin necesidad de ser observado por un gran público.
Cuando Isidra murió, vi a Luismi algunos días después.
Fue la única vez que le vi llorar.
Hace dos veranos me enseñó este poema de T.S Eliot y nos reímos mucho juntos:
Debajo del bam
Debajo del bú
Debajo del Bambú.
Intentaré estar a la altura, galgo.
Rodaje de Los Ilusos
Texto © Francesco Carril
Fotografías © Eva Contreras
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