Homenaje a Luis Miguel Madrid

LUISMI Y LA CIUDAD

Luis Miguel Madrid en María Pandora, 30 de diciembre de 2013. Foto: Eva Contreras

He ido tantas veces al María Pandora a lo largo de tanto tiempo que me cuesta pensar cuál fue la primera vez. Calculo que sería en torno al año 2005 o 2006. Me llevó Jonás Trueba. Creo que esa noche conocí a Mariano  Peyrou. No estoy seguro de que fuera aquel día cuando me presentó a Luismi, aunque lo conocí una de las primeras veces que estuve allí.

Es muy probable que lo viese fuera del Pandora o del Cosaco más veces de las que recuerdo, aunque ahora lo asocio sobre todo a acontecimientos más bien sociales, como algún estreno, a su presencia en Los ilusos. Mi hermana y yo nos lo encontramos en el concierto de Woody Allen en el verano de 2019. Solo lo vi en Madrid.

Cuando estuve con él siempre fue cariñoso y discreto al mismo tiempo, con una curiosidad entusiasta y sincera por lo que hacían los demás. También me parecía que donde estaba él se creaba enseguida la posibilidad del encuentro de gente muy distinta y un clima de aceptación natural de la excentricidad. A veces yo -que durante mucho tiempo venía de visita a Madrid y casi siempre que venía iba al Pandora- me sentía casi culpable por un exceso de convencionalismo, pero siempre creía que me acogía esa especie de manto protector. Nunca eras un extraño.

Algunas veces hablamos de su revista o de los libros que estaba escribiendo o iba a publicar pronto. También de otros libros, y me gustaba su criterio tan radical como desprejuiciado, donde había unas tradiciones y una estética pero también muchos juicios singulares e imprevisibles.

De sus poemas me gusta una combinación de culturalismo, vanguardia y costumbrismo, de ingenuidad y melancolía, una especie de tristeza vitalista que a veces puede ser celebratoria o incluso desafiante, una cierta sencillez y autenticidad.

He estado allí muchas veces, con amigos. Y en celebraciones que fueron importantes para mí: fiestas de películas que me marcaron, obras de teatro como Pienso a menudo en ti de Jonás Trueba, presentaciones como la de Trescientos días de sol de Ismael Grasa, las lecturas de Los idiotas prefieren la montaña de Aloma, cumpleaños. He estado con gente decisiva para mí en ese bar. En pocos sitios he estado con tantos amigos y con tantos amigos juntos. A veces, hablando con alguien, descubría que ese lugar o Luismi, por su carácter, por sus libros o por su activismo cultural, también habían sido importantes en su vida. 

En los últimos tiempos el Pandora también se convirtió en el lugar donde presentábamos la revista en la que trabajo, Letras Libres. Era una fiesta mensual. Veíamos a los amigos, hubo momentos geniales y Luismi siempre nos trataba con generosidad y afecto. Eran ocasiones emocionantes y eran así gracias a él.

He estado en las cuatro estaciones, pero siempre lo asocio al buen tiempo. Y, con ese aire de capitán de barco, lo recuerdo también en las fiestas de agosto, fuera del bar, mandando sobre las barras.

Siempre se dice que las presentaciones de libros son un género de difícil arreglo. La de su libro Bomarzo, en diciembre de 2019, fue divertida y especial. Luismi pidió a amigos que leyeran poemas, algunos leyeron traducciones, se hicieron versiones casi teatrales, la gente se animaba a salir a recitar. Había algo asombroso en la forma en que Luismi consiguió ganarse la complicidad de todos, sin que el acto pareciera una frivolidad o una imposición.

Otro de los recuerdos que tengo fue una noche de verano, a finales de julio de 2017. Jonás y yo estábamos agobiados cada uno por problemas distintos. Acabamos allí, con Eva y con Luismi, los cuatro solos, bebiendo una cantidad difícil de determinar de botellas de vino, hablando de otras cosas. Un rato antes Luismi nos describía en la puerta  del Pandora el puesto fronterizo que había habido junto al río, los orígenes de Madrid, hablaba de pasadizos y señalaba el seminario, indicaba un lugar de la ladera y otro hacia la Latina, y la tarde caía y la ciudad en ese momento también parecía más vertical, como si Luismi desde lo alto fuera marcando sitios que eran también capas en el tiempo y que, imagino, muchas veces serían reales y otras rumores o leyendas. En ese momento me pareció una especie de guía mágico de la ciudad y supongo que esa es una de las muchas cosas que era.


Texto © Daniel Gascón
Fotografía © Eva Contreras
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