
—¡Buena suerte! —le deseó la profesora de lengua a Alejandro cuando abrió de golpe la puerta de clase.
Siguió con la mirada a aquella compañera, seguramente feliz de huir por fin de ese curso tan complicado. Mientras pensaba en ello, tomando una bocanada de aire para prepararse a lo que se le venía encima, la joven volvió sobre sus propios pasos con una sonrisa taimada.
—¿Sabes lo que les ocurre a los adolescentes de ahora? ¡Que odian todo lo que esté muerto! —Iba acercándose a Alejandro poco a poco—. ¡Pero es lógico! ¡Ellos están llenos de vida! Necesitan aprender y conocer escritores que todavía vivan, ¿no crees? —Dudando un poco de su observación, Alejandro afirmó con la cabeza sin mucho convencimiento—. Por cierto, mi nombre es Tina —se presentaron con un buen apretón de manos.
Tina miró su reloj, llegaba tarde a la siguiente clase, y sin decir nada más dejó a Alejandro allí solo ante el peligro. Ahora era su turno.
Papeles volaban de un lado a otro, el más grande del grupo iba persiguiendo al más pequeño, pero este último era más veloz; las chicas estaban todas reunidas en una mesa cantando una canción de a saber quién. Solo unos cuatro alumnos tenían el libro de geografía abierto y preparados para empezar la sesión.
—¡Buenos días, chicos! —empezó a decir el novato profesor a la vez que iba abriendo su maletín para sacar el material, sin prestar demasiada atención a sus alumnos, por temor a lo que pudiera encontrarse—. Abrid el libro por la página… ochenta y cuatro, recordad que ayer estuvimos viendo los ríos más importantes del mundo. ¿Quién ha estudiado?
Entonces levantó la mirada: las chicas todavía seguían reunidas en una mesa, pero ya no cantaban; los dos que se perseguían se habían parado, pero eran incapaces de sentarse en su sitio. Por último, miró al suelo ante la cantidad de papeles que se habían lanzado y que no habían sido capaces de recoger. Ni una sola mano se alzó ante la pregunta que había propuesto el maestro.
—Vale, ya preveía que poco o nada habíais repasado, pero vamos a recordar un poco lo de ayer. Veamos. ¿Quién recuerda el río más importante de Egipto?
Como respuesta, el silencio absoluto. Alejandro no podía creerse que no supieran de la existencia del Nilo. Tampoco es que alguno mostrara el principal interés en investigar en el libro, dónde podían ver la respuesta, ¡o al menos saber dónde se encontraba Egipto!
A pesar de la ola de frío de esa segunda semana de enero, las gotas de sudor empezaron a caerle por la sien. ¿Qué podía hacer con aquel grupo? Mirándolos con cierta conmiseración, intentó buscar solución a aquella situación: inspeccionó su maletín, tal vez un mapa o algo más visual les ayudaría a entender y recordar el nombre de uno de los ríos más importantes del mundo. Y entonces vio algo que… podría servir, ¡sí! Ya sabía lo que haría
—Este verano estuve de vacaciones en un crucero por Egipto —comenzó con su historia—. Y pasó algo inaudito, ¡un crimen!
Ya los tenía. Había conseguido captar su interés. Los que no estaban en su sitio empezaron a hacerlo y a prestarle la total atención.
—Allí me encontré con una mujer muy rica, Linnet. Todos la odiaban por… por diferentes razones, en especial una de las pasajeras del barco, Jacqueline. Esta la odiaba a rabiar, pues… la tal Linnet le había quitado a su novio.
“¡Que fuerte!” “¡Menuda bruja!” “¡Estoy flipando!” “¡Qué gentuza!”. Eran los gritos de los alumnos, muy alterados ante los acontecimientos que iba contando el profesor, este decidió proseguir con su historia:
—Pues Linnet fue encontrada con un tiro en la sien, y ya os podéis imaginar el percal. Todos la odiaban y por tanto, todos eran los posibles culpables del crimen…
Alejandro prosiguió con su historia no sin antes poner un poco más en antecedentes a los alumnos, hablando de cada uno de los pasajeros, pero sin querer contar el final ante la decepción de los alumnos.
—¿Dónde dijiste que pasó eso? —preguntó uno de los que tenían el libro abierto
—Egipto, de crucero por su río —contestó otro.
Entonces, inexplicablemente y ante la atónita mirada de Alejandro todos empezaron a abrir sus libros, en silencio, sin mediar palabra con el compañero de al lado. Enfrascados en investigar por sí mismos dónde estaba Egipto y, ¡aún más! el río que pasaba por allí.
“¡Mira! ¡Aquí está Egipto!” “Yo sí sabía que estaba en África” “¡Ya sé que río es!” “¡Yo también!” “¿Nilo? No lo había oído nunca”…
Satisfecho con su pequeña iniciativa, y de su resultado, Alejandro decidió dar un paso más. Empezó a recordar aquello que le había dicho Tina, la profesora de lengua, cuando había salido exhausta de esa clase, casi una hora antes: “los adolescentes necesitan aprender de autores vivos!”. No estaba de acuerdo. La cuestión no es que esos escritores estuvieran vivos, no, sino que los educadores fueran capaces de hacerlos revivir, y Alejandro lo había conseguido contando la historia de una de las más grandes de la literatura.
—Ahora que ya sabéis algo más sobre los ríos del mundo. ¿Queréis que os cuente un secreto? —No necesitó esperar su respuesta, los ojos de los alumnos lo decían todo. Estaban expectantes.
—Os acabo de contar la trama de una novela de Agatha Christie.
“¿Quién?” “¿Agatha qué?”
—¡Agatha Christie! —exclamó el profesor—. Fue una de las escritoras femeninas más importantes de la historia. ¡De las novelistas que más obras ha vendido! Desde muy pequeña jugaba a los detectives con sus dos amigas imaginarias y su perro, de ahí que todos sus libros sean de misterio y en la mayoría es un detective, Hércules Poirot o la señorita Marple, los que resolvían los crímenes. Sus obras se caracterizan por dar pistas falsas y engañar al lector, de tal manera que hasta el final es imposible averiguar quién es el asesino.
—Entonces la historia del crucero por el Nilo no es cierta, ¿no? —Alejandro sonrió para sí.
—Así es. Su novela Muerte en el Nilo es una de las más famosas. Tendréis que leerla para saber quién mató a la joven rica del crucero. En este caso, como ya he dicho, fue un disparo la que la mató, pero la autora también habla en sus novelas de muchos venenos que usan los criminales; y es que Agatha Christie fue enfermera en la I Guerra Mundial y aprendió del efecto de muchos medicamentos, y de la cantidad exacta para provocar la muerte.
A los chicos no se les oía ni respirar.
—Era una enamorada de la arqueología. Además, viajó mucho, estuvo en Sudáfrica, Nueva Zelanda, Canadá… y se inspiró en esos viajes para crear la mayoría de los escenarios de sus historias.
Algunos empezaron a buscar en el libro, sin dejar de prestar atención a Alejandro, un mapa para ubicar esos países que acababa de nombrar su profesor. Sin darse cuenta de la hora que era, la alarma sonó para dar fin a esa clase. Los alumnos refunfuñaron ante la aparición de la maestra de la siguiente asignatura.
—¡Vaya! Has conseguido que esta clase se interese por la geografía. ¡Te felicito! —comentó de mala gana la compañera. Alejandro sin mirarla abrió el maletín y allí estaba aquello que le había dado la inspiración para llevar a cabo esa clase: una de sus novelas preferidas de Agatha Christie, Asesinato en Mesopotamia. Se preguntó, ¿por qué no? La siguiente clase podía estar relacionada con esa parte del planeta y así poder hablar, en esa ocasión, de los ríos Tigris y Éufrates.
Texto © Mayte Salmerón
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Fotografía: National Media Museum @ Flickr Commons