Literatura Poesía

Tan cerca de ningún lugar (tensó) o una aproximación animal a lo desconocido

Por Pilar Verdú del Campo

Se le atribuye a Hemingway una frase llena de belleza y sabiduría que dice: “Estamos todos rotos, así es como entra la luz”. Leonard Cohen cantará algo muy similar en Anthem: “Hay una grieta en todo, así es como entra la luz”.  Todos/todo, estamos/está, rotos/agrietados. Pero es por esas grietas por donde entra la luz. 

Ya desde finales del siglo XV, se conoce una hermosa técnica japonesa, el kintsugi o kintsukuroi, consistente en reparar las piezas de cerámica fracturadas uniendo sus partes con una resina mezclada con polvo de oro, plata o platino, de manera que, lejos de tratar de disimular la rotura, se evidencia y con ello la pieza se embellece, porque ha sobrevivido, porque cuenta -y da cuenta de- la fragilidad. Es lo mismo que, en el mejor de los casos, logra la palabra poética, cuyo parto es un desgarro. Lorca llama duende a ese dolor originario  y sabe que “para buscar al duende no hay mapa ni ejercicio. Solo se sabe que quema la sangre como un tópico de vidrios, que agita, que rechaza toda la dulce geometría aprendida […] ya que “el duende hiere y en la curación de esta herida, que no se cierra nunca, está lo insólito, lo inventado en la obra de un hombre”- dice Federico. Ahí, en la herida que no cierra, está lo insólito, lo tenso, la creación. Como dice Mujica en el fragmento de Poéticas del vacío que abre Tan cerca de ningún lugar, el libro que hoy nos convoca, “desgarro, herida, brecha, fragmento…Apertura donde el poeta habita. Intemperie y abismo que soporta”.

Alberto Cubero y José Luis de la Fuente, forjadores de desplazamientos, son los habitantes de esta intemperie en que han compartido la soledad inherente a su labor de indagación en sí mismos y en el lenguaje para hermanarse en una búsqueda desnortada, sin brújula. Mirarse en el otro, dialogar: “cada noche abro mi ausencia/ busco al otro,/ por si alguien escuchara”. Y qué reconfortante que en la página siguiente el primer verso entregado como respuesta es precisamente la afirmación del encuentro: “Escuchas”. El diálogo, pues, acaso con uno mismo, fructifica.  En tensó. Aunque generalmente la tensó son un subtipo de las cantigas de escarnio y maldecir, aquí encontramos, por suerte, poca maledicencia, pero sí sana crítica a la malversación de la palabra poética o a la hipertrofia del ego. Dirán, en un verso inolvidable, “lejos de la pandemia del yo, del sapo que prostituye la palabra”. Contrapondrán el mundillo lleno de adulaciones y cuchillas con el de quienes hablan de lo real: “pulsión, trazo, inconsciente, contradicción/tu lengua retorciendo las palabras” en el lugar donde “se abren las montañas de lo inhóspito”. El poeta ha de posicionarse “allí, donde el desconocimiento encuentra la respuesta, donde el goce comulga con el espino” (pg.19). Esta idea aparecerá sembrada a lo largo del texto en diferentes ocasiones: “Es tu lugar: estéril goce/matojo de alambre”. (pg.23).  El concepto de goce, clave en el psicoanálisis que tanto tiene que ver también con la poesía-luego hablaremos de ello, Alberto- es también uno de los ejes del libro: “Cómo explicar el goce: servidumbre -entre los límites y la piel vuelta del erizo- que te eleva a los subterráneos manantiales del desconocimiento”.  Y en ese desconocimiento, el lector tiene su espacio; el que le dejan sintagmas inconclusos: “enfermar en el nombre de” (pg.33), “escupo un coágulo de” (pg.34) –que más adelante será “un coágulo de ironía contra el espejo” (pg.34)-, “miedo a, de” (pg.51). El lenguaje fuera del lenguaje; una aproximación animal a lo desconocido (85). Palabras entre guiones, encerradas, yuxtapuestas, separadas, dispersas en el espacio del papel, o prietas, alargadas como en el final del vuelo de Altazor (aaaaaaaaaaaaaasí). Cómo explicar, qué articular, qué decir, hacia dónde. Preguntas sin respuesta que se enlazan a lo largo de los poemas, tanteos que son parte de la constante reflexión sobre la escritura poética que vertebran esta tensó, tensión del lenguaje, retorcimiento del verbo para desautomatizarlo y conseguir su desnudez para acercarnos a la nuestra: “Caminamos desnudos /para que los sicarios de la estupidez se rían” (pg.26). Pero no como el emperador con su traje nuevo: sabemos que estamos desnudos, y nuestra conciencia de ello nos pone los pies en la tierra, tierra desnuda como la de cubierta de este libro, que por dentro tiene en algunos versos arenas movedizas sobre las que no existen certezas, pero en las que no te hundes. Porque es un libro a veces descarnado pero tiene algo de piadoso, porque su dureza no te expulsa, es una intemperie –valga la paradoja –acogedora, como si en medio de la desolación alguien permaneciera a tu lado “sin esperanza, con convencimiento”, que diría Ángel González. Sin esperanza porque sabemos ya que lo inefable es inefable, que todos estamos rotos. Con convencimiento de que es en esa búsqueda en el lenguaje y en el otro es donde radica el arte, la dignidad, lo que nos hace fieramente humanos. Ya lo decía Grosz: “por alguna razón estaba roto en pedazos…En otras palabras: participaba de la vida”. Participemos, pues, -y escribamos- de la vida/desde la vida y sus grietas y encontrémonos –con Alberto, con José Luis, con nosotros mismos- tan cerca de ningún lugar.

TAN CERCA DE NINGÚN LUGAR
Alberto Cubero / José Luis de la Fuente
Prólogo de Arturo Borra
Madrid, abril de 2019
Edición: El Sastre de Apollinaire.
Colección Poesía, nº 31
94 páginas, 14 x 21 cm.
Rústica con solapas
ISBN: 978-84-120174-0-3
Precio: 12 euros (IVA incluido)


Texto © Pilar Verdú del Campo
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