
Texto de Pedro Calderón de la Barca, con versión y dirección de Xavier Albertí, elenco y producción de la CNTC y TNC.
Teatro de la Comedia, Madrid, octubre de 2019
Los versos son los mismos que puso Don Pedro hace tres siglos y medio en esto que llamaron Auto sacramental y que con buen uso de razón, Xavier Albertí ha convertido en comedia festiva, felliniana, cantarina, espectacular.No es fácil hacer de los dídácticos autos algo tan divertido, tan ágil, tan plástico, tan detalladamente rematado de luces, canciones y una maravillosa ruleta de la fortuna donde las alegorías vitales campan como verduleras en plaza de pueblo eterno. El decorado es tan entrañablemente claro que deslumbra en su redondez móvil de carricoches colorines. La sencillez de la feria retrata al mundo, a sus dicotomías, a sus blanduras y certezas. Añade la picardía de los pecados, las dudas y otras pimientas. Pero el verdadero protagonista es el hombre y sus miserias, retratado en sus necesidades a través del poder del dinero, traducido en este caso en un talento por barba y en la habilidad de utilizarlo, es decir en la libertad escasa de los hombres en este mundo materialista e interesado.
Decía Albertí que los autos sacramentales eran una especie de teatro político dedicados a la multitud urbana de su tiempo. De hecho se habla de representaciones con miles de espectadores en la Plaza Mayor. Pero estas creaciones iban más allá de lo político, entrando normalmente de lleno en los terrenos de de la teología, de la metafísica, de la filosofía allegada al comportamiento más coloquialmente humano. Más que pretender convencer, se buscaba la reflexión sobre los límites de la libertad, sobre el poder del albedrío, sobre el valor de la elección.
Calderón bebió de la fuente primigenia de los filósofos pitagóricos, de Platón, de los estoicos, de Séneca y Epicteto que a través del Theatrum Mundi pasaron por el Policratus y aterrizaron en el siglo de oro a través de la Diana enamorada, Guzmán de Alfarache, Mateo Alemán, el Quijote y después Quevedo. La tradición medieval de las Danzas de la muerte o Danzas macabras se huelen en los Autos sacramentales con la precisión que pone el tiempo en marcar sus pasos.
La conclusión calderoniana es espectacular.
La propuesta de Xavier Albertí tiene aires canallas y cabareteros, enlazando la rumba catalana, el cuplé o la melodía italiana con la clasicidad moderna del mundo que gira y gira.
El montaje es sugerente, cercano, de plasticidad cálida y cercana con una aportación actoral maravillosa y equilibrada en sus catorce patas con una Silvia Marsó que supone nuestra debilidad con su gracia culpable y salvadora.
Gran montaje, grande obra en todos sus triángulos.
Texto © Luis Miguel Madrid, 2019
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