Si alguien me preguntara sobre el libro de Antonio M. Figueras “Ni lugar adonde ir”, yo le diría que se trata de un libro que empieza por el final. Lo cierto es que al emprender su lectura, tienes la sensación de que a su autor se le revela, a retazos, una realidad distinta a la cotidiana, realidad que no es otra que la del propio yo, el cual se constituye en un universo que se extiende más allá de la frontera de nuestra piel, de la frontera de nuestras emociones, de nuestra supuesta personalidad, universo siempre virgen y germinativo al que no es posible nombrar porque al hacerlo se le estaría poniendo límites.
El poeta se ajusta su casco de astronauta y se lanza al espacio, entregándose a los vaivenes y revuelos de los vientos cósmicos, arrebatado ante una experiencia que, en rigor, tampoco es tal, porque toda experiencia se produce por mero contraste, por oposición entre la persona y su entorno, o lo que es lo mismo, entre su adentro y su afuera, o sea, de nuevo los límites, la separación, que son dos elementos que se suprimen en buena parte de los poemas del primer capítulo del libro, al que titula “La tarea del astronauta”. Así, el astronauta representa al místico que flota en la nada, una nada que, paradójicamente, lo provee de una mayor conciencia. Pero este viajero de sí mismo no siempre consigue llegar a buen puerto. Por momentos, parece ir dando bandazos de la lucidez a la ofuscación, y cuando ya se ve inevitable la meta, el umbral último, entonces, vuelve a retroceder como si algo le impidiera dar el paso.
En realidad, el autor no quiere renegar de su propia humanidad. En un acto voluntario, aun reconociendo que el final del camino es ineludible y gozoso, insiste en lo terrenal, quizá porque siente más la necesidad de hablar sobre las cosas del mundo, del devenir de los seres que en él pululan, que sobre el espíritu, del que, en realidad, poco o nada puede decirse:
Así que
regresaré a la Tierra
a buscar el material
apropiado
para seguir
aplazando
lo definitivo
De esta manera llegamos al segundo capítulo, “Ciencias sociales”, donde el poeta ahonda no sólo en aquellas experiencias que tanto condicionan nuestro devenir humano, como el amor, la muerte o el dolor ajeno, sino también en las pequeñas mundanidades e incertidumbres que nos asaltan de continuo, en esos insignificantes quehaceres cotidianos que nos definen tanto como los grandes. Acciones, emociones y pensamientos que el autor asocia a lugares concretos de la geografía, resaltando aún más con ello el factor humano, el cual queda trabado, de este modo, tanto en el tiempo como en el espacio. No obstante, el capítulo se cierra con tres preguntas que ponen al poeta en camino de la visión:
¿Para qué seguir?,
¿llegaremos a algún sitio?,
¿existe el final?
Así, en la tercera parte del libro, “Conmigo”, a base de indagar bajo los pliegues de su personalidad, Antonio M. Figueras busca responderse a estas preguntas. Pero las respuestas no llegan, quizá porque pretende que éstas lo satisfagan intelectualmente, y es entonces cuando aparecen el desánimo y la melancolía, que lo terminan por sumir en un profundo agotamiento. Sin embargo, sí se produce un hecho capital que queda reflejado en el título de este último capítulo: Conmigo. ¿A qué se refiere con ello? Quizá ese conmigo sea una toma de conciencia, por parte del poeta, de todas aquellas creencias que condicionan nuestros actos y con las cuales cargamos como las acémilas con su serón, creencias que nos arrastran al interior de un círculo vicioso del que no podemos salir, que nos sumergen en lo que podríamos llamar destino. El siguiente poema, titulado “Heráclito Fournier”, ilustra esto, creo yo, a la perfección:
El río no es el mismo,
pero el cauce tiene memoria
del sabor de la corriente
Esta toma de conciencia lo lleva a instantes de revelación:
He saltado, vestido como
un hombre, del tigre donde intenté
calmar mis ansias
Puede que ese tigre simbolice todo lo que ante los ojos de los demás y ante los nuestros nos define, todo lo que configura nuestra personalidad y de la que a su vez nos nutrimos, un tigre indomable del cual el poeta finalmente se atreve a saltar, yendo a caer, de esta forma, en el primer capítulo del libro.
Enrique Darriba
NI LUGAR ADONDE IR
Antonio M. Figueras
Editorial El sastre de Apollinaire
Texto © Enrique Darriba, 2019
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