“Es más difícil escribir sobre los políticos que sobre los narcos”, nos dice Élmer Mendoza, catedrático, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, que no le teme a las etiquetas ni cuando le dicen que está en la cúpula de la narcoliteratura.
Asegura que a los narcos les gusta verse en las series, pero si un autor escribe una novela llevando a un político como línea narrativa puede pasarlo mal.
El autor está convencido que las novelas negras son el vehículo más efectivo para reflejar la corrupción de una época y de una sociedad, y en América Latina, a diferencia de otras regiones, la novela que cuenta delitos tiene repercusión social. La corrupción es algo muy profundo y podría ser una actitud cultural que hay que cambiar, a pesar del peligro que tiene la denuncia. Dice que en sus creaciones es libre de escribir lo que ve, lo que inventa e imagina, porque si se pone en el lado de la realidad sale perdiendo.
La novela negra ha dejado de ser un género menor ¿cómo ha conseguido este reconocimiento?
El cuidado que están teniendo los escritores de novela negra es extremo, con técnicas narrativas de esta época que son las mismas de escritores de cualquier género. Los que escribimos novela negra o de misterio las incorporamos y tenemos los mismos registros de otros géneros para ser más efectivos, más novedosos y que los lectores lo disfruten de otra manera.
Cuando el número de lectores aumenta, también aumenta la exigencia. Uno de los placeres de escribir es poder compartir experiencias con mucha gente, y eso abre el ánimo para iniciar proyectos de novela negra y la esperanza de aportar trabajo literario para que la escritura quede muy bien y que nuestros lectores no tengan problemas a la hora de leerla.
Usted tiene unas antenas especializada en percepciones. Vive en un barrio en Culiacán y percibe vecinos, vivencias, rutinas, violencia. Y desde su ciudad conecta con una escritura que no reniega de las jergas locales y se entiende en muchas partes ¿cómo se logra esta universalidad?
Sí, pero ¿Qué significa universal? Es una de las imposibilidades más lindas que hay en el arte. Hay una sociedad letrada y aspiramos llegar a ella. Esta población letrada que vive en las distintas regiones del mundo se interesa por ciertas historias. Eso es lo más extenso que se puede lograr. Lo de universal es un término que no debería aplicarse al arte porque vivimos en un mundo muy irregular, muchas veces injusto, con regiones que tienen problemas en educación, y cuando se tienen problemas severos de educación el acceso a la literatura, a los libros, es muy difícil y no se forman hábitos de leer.
Hay la aspiración de estar en la mente de la población letrada, que se compone de personas que viven en centros urbanos, que van a la escuela, que tienen la posibilidad de interesarse por otras cosas además de comer, beber y sobrevivir.
En novela negra los escritores escandinavos como Jo Nesbø o Camilla Läckberg, hablan de sus criminales, de su frío y de su forma de vida. Usted narra la violencia, los narcos y los delitos del norte de México. ¿Hay un puente que hace transitar este género?
Cada quien cuenta lo que pasa en su región. De lo que se trata es de hacerlo bien. Hay unas reglas que caracterizan a la novela negra, pero es solo un marco. Luego hay que intentar escribir con sentido de innovación para dejar una impronta en el trabajo literario. Los autores nórdicos son muy buenos, escriben muy bien y tienen identificados ciertos delitos sobre los que trabajan. En América Latina tenemos otros delitos y tenemos una característica, nuestras novelas se convierten en entes sociales. Son registros sociales por las circunstancias que vivimos en el continente. Esto es un plus inesperado para nuestras obras, esa repercusión que tiene que ver con la vivencia tan nítida, con la posibilidad de constatación, que la literatura enhebra con lo social, pero esto pasa en Latinoamérica, en los escritores nórdicos no existe.
Texto, Copyright © 2018 Óscar Jara.
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