Desasosiegos

Fluir en Marrakech

Marrakech

El minarete de la Mezquita de Koutuobia, visto desde la plaza Jamaa el Fna, bajo la luna de Marrakech.

Hay ciudades, como Marrakech, a donde la gente acude a comprar esperanzas a un precio modesto. Esta ciudad imperial tiene el espíritu de los bereberes, que para los occidentales significaba ser bárbaros, mientras que para los aludidos significaba ser hombres libres. Cuestión de perspectiva.

El macizo montañoso del Atlas es el centinela de Marrakech. Antes de ser una cordillera era un titán, según los griegos, que habitaba en el umbral del mundo, y fue Perseo el que lo convirtió en piedra, utilizando la cabeza de la Medusa, y le condenó a sujetar el firmamento.

Para los bereberes, que se han cobijado con las estrellas, Marrakech es la Tierra de Dios, aunque por el color de las edificaciones, hechas con tierra de este suelo que se hace desierto, se le conoce también como la Ciudad Roja. Fue fundada en 1062 por Youssef Ibn Tachfin, que bajó de las aldeas que cuelgan en las laderas del Atlas y fundó la primera dinastía bereber que gobernó estos lares. Estas dinastías duraban poco y se sucedieron cuatro más hasta que fueron desplazadas en el siglo XVII por una árabe, que es la que rige hasta nuestros días.

Marrakech es la ciudad más cosmopolita de Marruecos, con una comunidad de foráneos que se han ido quedando. Los pioneros fueron millonarios de los años treinta, seguidos por artistas e intelectuales de los sesenta, que extendieron el mito del Marrakech exótico y bohemio que ha hecho de efecto llamada. Ellos vivieron su exotismo y los locales de su ingenio.

Ciudad de vientos sucesivos, Marrakech se ha convertido en destino de los que quieren quedarse y de los que siempre están de viaje, ante la indiferencia del tiempo que se ha enredado en la medina, en la plaza Jamaa el Fna, o en el minarete de la mezquita Koutoubia, que sirvió de modelo para hacer la Giralda de Sevilla.

Marrakech requiere de los dos pies caminando entre rumores de calles veloces y con los sentidos en alerta para cualquier escaramuza con los comerciantes de los zocos, aunque también demanda paciencia, como la que se necesita para cruzar una idea.

La medina

La Medina

Compras en la medina

Marrakech está dividida en dos partes: el centro con la medina y la plaza Jamaa el Fna, que son el núcleo de la parte vieja, con sus presagios antiguos y bastiones amurallados de tierra roja; y, fuera de las murallas, la ville nouvelle o la parte nueva, construida por los franceses en los años del dominio colonial y en continua expansión.

La medina es un organismo en el que florecen tentaciones, sorpresas y retos que te van capturando con sus tentáculos, hasta que se cae en la cuenta que el laberinto que ha fingido doblar en las esquinas te ha fagocitado. Una vez perdidos en la maraña de tiendas, empieza la aventura del descubrimiento de sus secretos.

detalle mercado

La medina de Marrakech ha sido declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco en 1985. Su corazón es la plaza Jamaa el Fna, la cual se abre desde los suks, mercados tradicionales al aire libre, de donde proviene la palabra zoco, que son la antesala de la medina con sus comercios techados.

Las calles principales de los comercios son la rue Semarine y rue Mouassine, con una sucesión ininterrumpida de pequeños bazares que hacen equilibrios. Cada sección del zoco lleva el nombre del principal tipo de mercancías que ofrece: vestidos, especias, pieles, babuchas, alfombras, lana, madera, vajillas; o de los talleres de los artesanos: tintoreros, carpinteros, herreros, zapateros, plateros. El zoco de las alfombras ocupa el área del viejo mercado de los esclavos, el criée berbère.

De las babuchas al argán

 

Argán

La recogida y tratamiento de los frutos de argán ha sido siempre trabajo de mujeres. Las almendras se trituran en un molino de piedra, hasta que el aceite sale en un pequeño goteo.

La globalización ha implantado la idea de repetición, pero cuando se camina en la medina y en los zocos, tras el velo de lo conocido hay historias sin urgencias. Abdul es un vendedor de especias que se comunica en ocho idiomas, aunque no ha salido nunca de su tenderete de la medina. Es políglotas por la necesidad de vender sus especias, aceites, afrodisíacos, jabones, y lo ha conseguido viendo la televisión y abordando a los turistas. Los comerciantes de la medina cortejan a los clientes, preguntando lo que sabes para llevarte a lo que quieres.

El aceite de argán es el producto de moda, aunque su uso gastronómico, medicinal y cosmético es una práctica muy antigua. El árbol de argán es endémico de Marruecos, en especial en la región de la Arganeraie, que ahora es una zona protegida para la preservación de la agricultura tradicional, la extracción del aceite de una manera artesanal y la conservación de la cultura de los bereberes. Se le conoce también como el árbol de las cabras, ya que al no tener que comer, estos animales se subían hasta sus ramas a pastar. Esta práctica y el uso de la madera para leña han puesto en riesgo al argán, hasta que la industria cosmética le ha convertido en el oro de Marruecos.

La plaza de los encantadores.

 

Encantador de serpientes

El autor de esta crónica, Óscar Jara, con un encantador de serpientes.

Jamaa el Fna es una plaza tranquila y somnolienta por la mañana, que se va llenando como si se desperezara, de vendedores ambulantes y mujeres que pintan las manos y pies con henna. Luego hacen su aparición los aguateros, los vendedores de bagatelas, de dentaduras y de afrodisíacos. Al atardecer se ha convertido en un escenario al aire libre, donde una multitud de espectadores pasea y rodea a los malabaristas, músicos, faquires, encantadores de serpientes y juglares. En el centro de la plaza se instalan restaurantes que sirven pinchos y otros platos tradicionales cocinados en el acto. Y sin imponer, como si fuera fortuito, la plaza se ha convertido en un espectáculo de sonidos, olores y colores que se puede contemplar desde uno de los cafés que hay en la plaza o mezclados con la gente que va de corro en corro. Al fondo, la silueta de la mezquita vigila que la vida tenga sus designios.

Halcón

El minarete de la mezquita Koutoubia, que se levantó en el siglo XII, es la construcción más alta de Marrakech. Son 77 metros que elevan sus bordes de historia sobre la medina. La torre de ladrillos, está culminada con esferas de bronce. Desde esta altura los muecines llaman a los fieles a la oración ritual cinco veces al día, y está hecha para ser vista y escuchada desde cualquier parte, para que las cuestiones terrenales tengan horizonte y los que sudan tristeza tengan refugio.

Del esplendor oriental al glamur

 

Nuevas generaciones

Todo lo que fluye en Marrakech pasa por la plaza Jamaa el Fna. Allí está presente la tradición con todas sus expresiones y la modernidad que se pasea en las nuevas generaciones.

La conjunción de llanuras fértiles y desiertos de dunas, han llevado a las culturas a destacar el valor del agua. La vida es un manantial. Marrakech tiene una red de tuberías de barro, que desde su construcción en el siglo XII ha regado a miles de palmeras, convirtiendo la aridez en jardines. Marrakech no es solo la ciudad de las palmeras: hierbas aromáticas, rosas, naranjos y limoneros, están presentes en sus jardines. Es el agua que nombra la vida.

Los jardines de la mezquita de Koutoubia proporcionan sombra fresca de flores, olivos, almendros, rosas, en senderos de tierra roja. A la caída de la tarde, el aroma de las rosas y el azahar empapa el aire.

También la presencia francesa en la ciudad cobró forma de jardín, y contagiada del esplendor oriental dejó muestras del glamur. En los años treinta, el pintor francés Jacques Majorelle diseñó un jardín alrededor de su taller. En los años sesenta la propiedad pasó al modisto Yves Saint Laurent, que hizo construir una nueva villa. Abrió en el antiguo taller de Majoralle una exposición permanente de arte islámico y recuperó el jardín en medio de paredes de un intenso azul cobalto, el llamado bleu majorelle, recreando un universo sensual de formas y colores, con buganvillas, naranjos, plataneros, palmeras enanas, bambús gigantes, cactus y rosales.

Marrakech no defrauda, ni a turistas que corren entre apuros ni a viajeros que indagan en los signos de esta ciudad. Los que han llegado atraídos por el desierto, por la cultura, por el aceite de argán o por la esperanza, se llevarán, si la quieren, una respuesta y habrán regateado un souvenir. Y en el trayecto constatarán la importancia de fluir como el aceite, como el agua, como la vida.


Texto y fotografías © Óscar Jara Albán,  2017
Todos los derechos reservados


 

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