La insigne monja Gerónima se podrá ver a partir del viernes 3 de febrero en la Sala Mirador.
Ser artista, independiente y sobrevivir parece una ardua tarea pero hay quienes lo consiguen sin dejar de hacer lo que les da la gana y además con éxito.
Conocí a Alberto García hace algo más de veinte años, recién llegado a Madrid y comenzando su carrera artística en España. En un espacio de tiempo bastante reducido, hubo tres momentos, ahora descolocados en la cronología de mi frágil memoria, que marcaron el comienzo de mi admiración por su singular trabajo.
El más impactante fue su representación del monólogo Macario de Juan Rulfo en María Pandora, nuestra sede de Babab en Madrid, en una noche de actuaciones casi improvisadas que convocábamos una vez al mes bajo el nombre de Lunes de Lunares. Él dijo que podía participar con esta pieza pero que llegaría cuando cerrara el restaurante en el que trabajaba por entonces. Hacia las dos de la mañana apareció tumbado, desnudo, en el suelo de la sala esperando a que se hiciera el silencio según los asistentes se percataban extrañados de su presencia inmóvil. Ninguno de los que estuvimos allí esa noche podremos olvidar lo que pasó después.
Su personal forma de combinar danza y teatro, me volvió a impactar cuando vi por primera vez su montaje Por una manzana, lleno de sentido del humor y un peculiar sentido de la estética. No me extraña que esta obra se haya seguido representando hasta la actualidad ante un público que repite una y otra vez.
El estreno en Madrid de La insigne monja Gerónima completa esta trilogía catártica en torno a la obra de Alberto. Danza, teatro, y una buena dosis de poesía conformaban una pieza diferente de todo lo que yo había visto antes. Esta obra es la elegida por Alberto para celebrar los 20 años que cumple su compañía, El Curro DT. Casi no puedo esperar a revivir aquella experiencia que tanto me impactó hace ya dos décadas.
Eva Contreras
Recuerdo de La Insigne Monja Gerónima
por Alberto García
Este trabajo comenzó como un acercamiento (más afectivo que otra cosa) con Marla Castillo cuando, por ahí del verano de 1995, nos encerramos en el estudio de la Compañía Nacional de Danza de Costa Rica a trabajar un solo para ella, con la premisa de construir coreográficamente a partir de la huella de la memoria corporal, esto es, evocando cada uno de los movimientos que habían sido significativos en su carrera como intérprete, tal y como su cuerpo los preservaba.
Hay que decir que la Compañía Nacional de Danza de Costa Rica no funcionaba (ni funciona) como una compañía de autor, sino como una estructura con un elenco estable para el que coreógrafos muy diversos de todas partes del mundo montan. Así, a mis 24 añitos, de la mano de la generosidad de la retentiva mental de Marla, conocí de primera mano una importante selección de la historia de la Danza Contemporánea Latinoamericana, porque Marla había bailado piezas de muchos de los coreógrafos más significativos del panorama de la época. No mencionaré cada uno de ellos, pero reconozco que cada vez que veo el desgastado vídeo del trabajo, leo cada uno de los títulos que, en aquel especial momento de intimidad, Marla compartió conmigo.
En esa época yo aún tenía reminiscencias de empollón y, por las tardes, me iba a la Biblioteca Nacional a estudiar el tema que tenía entre manos, Sor Juana Inés de la Cruz, con lo que la obra terminó siendo una investigación sobre aquella insigne monja, que se estrenó en diciembre del mismo año, representando a México en el “XII Festival Internacional de Coreógrafos” en el Teatro Nacional de Costa Rica gracias a la invitación de su directora Doña Graciela Moreno. Para la ocasión, utilizando la convención de un tablado con acompañamiento verbal, escoltaron a Marla en escena Ivonne Durán Orozco, “La Macha” Isabel Saborío Rodríguez y Doña Flory Padilla, la única mujer en todo San José que tocaba las castañuelas, a la que conocíamos porque trabajaba como taquillera en el Teatro 1887.
El trabajo se desarrolló en un segundo acercamiento (también más afectivo que otra cosa) con Natalia Traven. Los dos siguientes meses los pasé en la Ciudad de México y ahí, juntos, en su casa, con la asquerosa confianza que sólo el cariño y la verdadera amistad consiguen, nos pusimos a la tarea dramatúrgica de elaborar el material para estructurar un programa completo y, con un par de huevos, escribimos como coautores una “aventura para actriz, bailarina y bailaora” que estrenamos con el Grupo Calydra (nombre que como compañía utilizábamos hace años) en el inigualable espacio de la Capilla del Centro Cultural Helénico que Otto Minera nos facilitara. Obviamente Natalia fue la actriz (estaba espectacular, debo decirlo) y Mercedes Vaughan, maestra y también amiga y cómplice, fue la bailarina.
Para el montaje Meche y yo repetimos el mismo ejercicio que había hecho con Marla, con un resultado cuanto menos curioso, pues Meche, que años antes también había trabajado en Compañía Nacional de Danza de Costa Rica, había bailado prácticamente los mismos roles que Marla y, casi de dictado, pudimos reconstruir la misma estructura coreográfica del solo. Como bailaora invitamos a Yara Eibenschutz, vieja conocida de la que años antes había aprendido Historia del Arte en el Colegio Madrid. Sólo vi la función del día del estreno porque tenía que volver a San José, pero recuerdo que la experiencia de esa noche fue tan intensa, que terminó en un accidente automovilístico del que aún agradezco haber salido inexplicablemente ileso.
Ya en San José, Marla y yo montamos otra versión, esta vez para cuatro bailarinas y una crotalista, que se estrenó en el Teatro 1887 (gracias al apoyo de Marcela Aguilar y Beatriz Sanchez) y nos acompañaron, además de Doña Flory y sus castañuelas; Ileana Alvarez Pérez, Silvia Laurencich Castro y Carolina Valenzuela. Sólo puedo decir que la experiencia y el resultado fueron deliciosos y, aunque en ese momento no tenía ni idea del por qué, hoy sé que, a mis 24 añitos, estaba dirigiendo a 4 de las más importantes intérpretes de la danza costarricense del momento.
En septiembre de 1996 llegué a vivir a Madrid y pasee el dossier por las Salas Alternativas. Antes de tener un piso alquilado, Juan Muñoz y Raúl Cárdenes ya me habían programado la versión peninsular de la monja novohispana en Madrid en Danza. Y ahí nació El Curro DT, una vez más rodeado de auténticos monstruos de la escena. Mónica García, Maureen Lopez, Nines Martin y Montse Penela, en el Teatro Pradillo estrenaron La Insigne Monja Gerónima en 1997. Meses después, ya en el Teatro Triángulo, tuvimos una segunda temporada, en la que Tania Arias Winogradow y Marivi Hinojosa sustituyeron a Maureen que había marchado a Barcelona a comenzar su larga andadura con Gelabert. El trabajo se convirtió en un clásico para El Curro DT y, para una temporada en 2004, en nuestra sala DT Espacio Escénico ya se lo habían aprendido todas las chicas de la compañía.
En 2007, al celebrar nuestro décimo aniversario en la Sala Cuarta Pared, quedó recogida la versión definitiva de la pieza, con Amelia Callejón Martínez, Olga Fraile, Violeta Frión, Beatriz Navarro y Mª José Utrera como ejecutantes. Diez años después, en El Curro DT, decidimos retomar el trabajo como el primer reestreno para celebrar nuestro vigésimo aniversario dentro del programa +20. Cumpliremos. En esta ocasión, además de que lo bailarán Elena Arandano, Laura Almita Barragán, Inma Janeiro, Miren Muñoz Vitoria y Mª José Utrera, tendremos una versión con elenco masculino y estaremos en escena Carlos A. Alonso, Jose Frión, Miquel Gonzalez Padilla, Chechu Naranjo y yo, Alberto García.
Aunque aún no sé bien a ciencia cierta cuál será el resultado, puedo decir que, en los ensayos, como intérprete, experimento efectos que me cuesta mucho explicar con palabras y que tienen que ver con el extrañamiento del estar dentro de algo que uno conoce perfectamente desde fuera y con la sensación de vivir el tiempo de otros (en este caso otras) metido en el cuerpo. Cuando tengo que decir los textos que en su momento escribiésemos Natalia y yo o cuando tengo que bailar el solo que hace 22 años compusimos Marla y yo, es tal el derroche de imágenes y recuerdos que tiene mi cabeza que, sencillamente, en ese instante, dejo de estar en ese lugar, en ese momento, y me voy a otros, lejanos, en los que soy profundamente feliz.
Textos © Eva Contreras y Alberto García, 2017
Fotografías © El Curro DT
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