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Un martes cualquiera

Marisol

Los días martes de los meses pares de los años que acaban en tres sucede. En realidad hay otros muchos más días en la semana y más meses y años en los que suele suceder pero queda mejor de cara a la venta de entradas esa sibarita exclusividad. Se llama cine y habla concretamente o menos de la realidad. La de los carteles grandes, las luces tenues y el encanto anterior que tienen las taquillas. Cualquier cinéfilo que se precie ha soñado siempre con ser el amante, aunque fuera furtivo, de una taquillera.

No lo podemos remediar, vivimos pegados al ticket, al que llaman entrada, pase o bocamanga y que asociado queda a la ancestral costumbre de la cola, fila o colador… el túnel de los días martes que como los de Sábato nos comunica con ese otro lado que siempre quisimos conocer y que sin remedio nos llevará a cualquier precipicio.

Así somos, nos gusta el cine como gustaba el pasodoble, que se pasaba de pasos, redondeaba las vueltas, evidenciaba lo íntimo, ocultaba lo explícito y soñaba como si le fuera la vida en aquello.

Era otro cine o quizás el mismo, dice quien también sigue bailando los Suspiros de España y sonríe mirando esa añeja compostura de Joselito, la resabiedad de Pablito Calvo o de la guapa Marisol con la contradicción exacta de quien se tapa un ojo para apuntar francotiradoramente con el otro.

Dicen los aficionados al cine español de aquellos años que lo siguen viendo para recordar las calles y plazas jardines madrileños antes de la especulación, cuando los guardias de la circulación eran gordos y amables, había serenos, taxistas castizos, mozas bien plantás y chorizos entrañables. Eso era vida, piensan: las gallinejas, aquellos entresijos, esos torreznos, los pajaritos fritos y las rosquillas azucarás con un chispazo de anís para matar invertebrados y olvidar quebrantos mientras la verbena avanzaba por la noche ingenua del alma y los mozos de edad tardía se crecían como si su tetosterona fuera a servir para algo.

Pero todo cambió tan pronto que daba miedo acudir al cine o a la vida, que es lo mismo. Apareció el cine que algunos llamaron “de provincias” y cualquiera que se preciara buscó lo que había en las pantallas viajando a los hostales sin vistas de San Sebastián o los hoteles con Expedia en Barcelonarebuscando y encontrando esos personajes míticos que estuvieran donde estuvieran, estaban, dando brillo y esplendor a esta España empañada de color rancio y plata que la persigue con razones difíciles de compartir.

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