por Luis Miguel Madrid*
Aracataca-Macondo: Un viaje a la intensidad
Los viajes más largos no salen de su origen, la lejanía está marcada por la intensidad de los sentidos implicados en atravesarla. En ese trasiego de paisajes alrededor de la misma puerta consiste quizás la soledad, que al final no es más que la tristeza que ponen los ojos de los personajes de Gabriel García Márquez ante las prisas de la fatalidad.
Uno de esos viajes largos alrededor del propio sentimiento se inició el seis de marzo de 1927 en Aracataca, un pueblo costeño del departamento de Magdalena, en Colombia, y después de mil esfuerzos, derrotas, ganancias y escarmientos, apareció en los sueños de José Arcadio Buendía otro pueblo costeño situado justamente en los mismos parámetros geográficos de una hojarasca que el mundo entero identifica con el nombre mítico de Macondo. Allí nació aquel día el primero de los once hijos que tuvo el boticario y telegrafista del pueblo con la hija del coronel Nicolás Márquez. Le pusieron de nombre Gabriel José y fue quien desde entonces ha ido rellenando el cuaderno de ese recorrido que a lo largo de estas páginas intentaremos transcribir.
Los primeros nueve años de viaje se realizaron por los pasillos de la casa de los abuelos maternos, descubriendo a muchos de los personajes que luego vivirán en las casas que García Márquez fue construyendo y que ahora se conocen al nombrar sus calles, tan cotidianas ya como los Ojos de perro azul o La Mamá Grande. Otras letras pasaron por Barranquilla, Zipaquirá y Bogotá, configurando con lecturas y escritos las fórmulas de un recorrido redondo que llevará al origen de Macondo. El mapa completo de la aventura quedó descifrado en el momento de manifestar que cada línea escrita era estrictamente colombiana, los senderos habían llegado empaquetados en los cofres que la tradición oral reserva a los juglares que son capaces de transformarlos en pasión, «en un mundo imaginario, fuera de las reglas, que Márquez nos supo regalar»(1). De tal manera, los pequeños detalles crecieron conscientes de ser el centro de la observación, lo cotidiano se hizo general y lo nacional tomó el carácter de universal. El camino inverso, que aparentemente debe convertir la obra magna, totalizadora, universal, en fruto de despensa ha sido fácil; que se cuenten las ediciones e idiomas, que se sumen los libros, los países, que se hable de estudios, de aproximaciones a tan humilde origen y expresión tan cotidiana y se encontrará el predicado expresando una magnitud de leyenda. Los viajes cortos recorren un larguísimo camino y la viceversa existe porque la contradicción es su diccionario.
No fue este autor el único ni nos atrevemos a valorar si el que más creyó en la poesía de su propia historia, la de sus lugares. Muchas obras contemporáneas hay en las que el diseño mítico es un elemento común y la soledad y la angustia vital también son reflejados de manera individualizada o dentro de su microcosmos social. La coincidencia de importantes creadores en representación de variados rincones latinoamericanos, haciendo valer estos y otros elementos propios sin aparentar viejos complejos de país sin madurar, hizo posible la independencia literaria de Europa, el monstruo que imponía las reglas hasta entonces.
Rulfo, Fuentes, Cortázar, Vargas Llosa, Asturias, Sábato…, se trata de una lista impresionante de maestros de la letra impresa con un criterio unificado sin planificar, sin más motivos que la necesidad y multiplicados con la fortuna de la calidad. A esta inmensa generación hispanoamericana, productora de tanta cantidad de letras maestras local-universalistas les llegó el reconocimiento a cambio de una gran parte de los textos que configurarán para siempre la historia de la literatura universal del siglo XX. Al estallido de tanta obra indispensable le llamaron boom y lo cierto es que conmocionó a críticos y lectores como pocas veces ha sucedido. Fue un cúmulo de calidades y acuerdos no acordados para crear una fuerza que arrollara los prejuicios e hiciera algo tan sencillo como un alud de una bola de nieve.
Hoy en día, estamos empapados de una nevada regalada, la libertad estilística y formal ha creado una o múltiples identidades que ignorando nacionalismos ha sacado a la vista una poética nacional, autónoma y honesta, basada evidentemente en la experiencia y desde ese punto, crecedera. El Nobel otorgado a García Márquez ha sido considerado en gran medida como un premio a toda esa gran generación. Cada uno de ellos ha sabido traspasar las fronteras de su continente hablando del continente, marcando la diferencia de su realidad sin explicaciones acobardadas, historicistas o justificativas. Se trataba de exponer la realidad dentro de la lógica vivida y que haya sido etiquetada con el nombre de realismo mágico no es más que una fórmula que silencia la diferencia dentro de la igualdad utilizada, como bien dice Ana Cristina Benavides, «para borrar su carga deconstructiva»(2).
Gabriel García Márquez es quizás quien más claramente configuró su viaje a la semilla(3) a través de un lenguaje propio y unos personajes que mostraban su propia historia dentro de su complejidad social geográfica e histórica. Con Cien años de soledad volvió a la casa(4) de su abuelo el coronel, a las vidas contadas y vividas, narrándolas a través de un realismo que, independiente de la forma que lo llamen, no dejará de ser otra cosa que realismo, eso si, hábilmente trazado en una espiga en la que convergen ideas, entorno y soledades.
En aquel año de 1967, García Márquez sacó a la luz gran parte del subconsciente que le perseguía; Cien años de soledad puso calles, techos y alumbrados a un viaje sin camino. Macondo albergó varias generaciones de personajes y un buen tramo de la historia americana. No es de extrañar que no autorice al cine la disposición de unas imágenes que sólo tienen cabida en las cámaras de la imaginación, en los mismos rollos en los que Aracataca cambia el nombre al abrir un libro mientras el mundo pierde la capacidad de distinguir pasos y pasiones.
Una vez trazados los colores de Macondo y gastados ya más de cuarenta años en un viaje de menos de un centímetro, hemos creído comprobar que el verdadero viaje se ha realizado a través del tiempo: el que actualiza en tantos aspectos el universo hispanoamericano, el que desdobla los sucesos a saltos de ida y vuelta y también el que hace envejecer los mitos y milagros hasta el punto de asumirlos dentro de un terreno de ambigüedades, desprovistos de la relevancia y función que hasta ese momento tenían en la tradición occidental. Los conceptos de magia o fantasía con los que ha sido catalogada esta manera de describir la realidad son correctos en cuanto a que aparecen sucesos y situaciones aparentemente inexplicables, pero al entrar estos tan de lleno en el campo de la indefinición, pierden por momentos esa formal categoría. Tan habituales llegan a ser esos hechos singulares que se identifican sin remedio con la realidad, ya que no existe una diferencia clara entre verdades e ilusiones. Los hechos maravillosos, los milagros, que parecían planificados para conducir ideológicamente al lector, pasan a tener la misma consideración de fábula, mezclándose sin distinción con el resto del relato. En realidad, tal visión maravillada de la realidad americana no deja de ser la manera artística con la que un periodo histórico ha sido reflejado y no es ni más ni menos que una estética circunscrita a un espacio y a un tiempo determinado(5).
La contradicción formada por las dudas espaciales, ideológicas y temporales es las que genera una poética antigua y distinta a la vez, que abraza ese mundo recién creado a fuerza «de invocar los espíritus esquivos de la poesía»(6), presente en cada uno de los libros y expresado con claridad machacona: «Toda buena novela debería ser una transposición poética de la realidad»(7). Con ello es con lo que Gabriel García Márquez ha conseguido llenar las alforjas de escritor tímido, apasionado del periodismo y amante del celuloide. Todo este largo viaje en el que Macondo no hacía más que aparecer tras cada esquina y cada página no era otra cosa más que un paseo por las imágenes hasta encontrar la intensidad de la poesía.
Y allí estaba, entre Aracataca y Macondo, justamente.
Notas
1. Francesco Varanini, Viaje literario por América Latina, Barcelona: El Acantilado, 2000. A pesar de estos y otros reconocimientos, Varanini realiza una interesante crítica a ciertos valores literarios —y también personales— mayoritariamente aceptados y que van desde el oportunismo a la calidad de la escritura de García Márquez.
2. Ana Cristina Benavides González. «García Márquez: rompiendo el laberinto de la soledad» en la revista Anthropos, 187, Barcelona (noviembre-diciembre 1999), p. 58.
3. Viaje a la semilla es el título de la biografía sobre García Márquez de Dasso Saldivar, Alfaguara, Madrid, 1997.
4. «La casa» era el título de la idea y los primeros borradores de Cien años de soledad.
5. Teodosio Fernández, «Entre el mito y la historia» en Quinientos años de soledad, Revista Tropelías, Zaragoza: Universidad de Zaragoza, 1992, p. 47.
6. Gabriel García Márquez, Conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza. El olor de la guayaba, Bogotá: Editorial La Oveja Negra, 1982, p. 35.
7. Op. cit.
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* Este texto fue publicado en la web del Centro Virtual Cervantes en 2001 como presentación del monográfico “Gabriel García Márquez” comisariado por Luis Miguel Madrid
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