Por Mario Saavedra
Lo que dice la piedra
sólo la noche puede descifrarlo…
José Emilio Pacheco
Ismael Guardado (Ojocaliente, Zacatecas, 1942) aparece como uno de los artistas plásticos más prolíficos e interesantes de su generación, que empezó estudios profesionales y su quehacer en la década de los sesenta. Egresado de la Academia de San Carlos donde con otros colegas suyos contribuyó a promover la posibilidad de nuevas alternativas del arte mexicano contemporáneo apuntalado en la búsqueda sin restricciones tanto formales como temáticas, con la imaginación exuberante como sensible hilo conductor, este notable grupo de noveles artistas se caracterizó además por un conocimiento exhaustivo y la aplicación irrestricta de lenguajes, técnicas y materiales, que en sus amplias y nuevas combinaciones proponían de igual modo un espacio ideal para el desarrollo a ultranza de nuevas vías de expresión.
Siempre fiel a esta en él natural estirpe de experimentación gozosa e indómita, el desarrollo estético de este notable artista zacatecano se ha caracterizado por una permanente incursión en distintas áreas de las artes visuales (escultura, gráfica, dibujo, óleo y técnicas mixtas, instalación, etcétera), y si bien su estilo resulta ya inconfundible, como suele suceder en creadores de ese tamaño que han logrado permanecer y trascender, su impronta se ha definido por renunciar constantemente a fórmulas repetitivas y agotadas. “Tradición y originalidad”, escribió el gran polígrafo matritense Pedro Salinas al referirse al iluminado poeta de transición que fue el Jorge Manrique de Coplas a la muerte de mi padre, e Ismael Guardado ha construido su vigorosa traza creativa sobre un conocimiento profundo de todos los instrumentos y herencias a su alcance.
Artista polifacético, este incansable hacedor de sueños y de símbolos ha construido una obra pletórica de contenidos y de referencias múltiples, cuya poética se sostiene sobre todo en el talento imaginativo y la maestría técnica, en su inagotable capacidad creativa y su decantado oficio. Su irrestricta vocación por experimentar y utilizar signos implica a un espectador atento por desentrañar lecturas e interpretaciones múltiples, donde elementos como el erotismo, la caligrafía críptica, los estigmas, los laberintos y las huellas del paso del tiempo –la historia y el presente imbricados y en constante diálogo– sirven al artista para construir auténticas epopeyas y leyendas cotidianas circunscritas a un “eterno inmediato” que las hace nuestras. Viajero infatigable, el eclecticismo del arte de Ismael Guardado parte en principio de fundir lo terreno con lo etéreo, lo distante con lo cercano, el pasado con el presente, propiciando una amplia sucesión de lecturas para un mundo que pareciera no tener explicaciones naturales, pero que en cambio nunca deja de manifestar una indestructible simbiosis con lo que es vital y sensible, con lo terrenal y emotivo. Bien han coincidido varios críticos en insistir que en el arte siempre explosivo y sinestésico de este hacedor de sueños –de una imaginación ilimitada y sin freno– todo tiene una clara y armónica razón de ser, que cada elemento y material utilizado muestra un sentido intransferible dentro del corpus —universo— creativo.
Si tuviéramos que definir en pocas palabras la poética de este visionario artista plástico en cuyas diestras manos la materia se somete y transforma a su antojo, con la evocación ritual y mística que igualmente la nutre como fuente de inspiración –en este sentido, su obra multiforme resulta tan mexicana como universal–, Ismael Guardado cuenta con toda clase de premios y distinciones que bien avalan su elocuente manejo de oficios y técnicas tan variadas –y en él a la vez complementarias– como la pintura, la escultura, el grabado, el dibujo, el mural, el diseño gráfico, el tapiz y el arte objeto. Su obra se encuentra en más de treinta museos e instituciones culturales, así como en numerosas colecciones privadas, y ha participado en múltiples exposiciones individuales y colectivas en México, Estados Unidos y varios países de Europa y Oriente Medio. En su estado natal Zacatecas, por ejemplo, tierra de enorme abolengo artístico y con otros muchos nombres de primera referencia en el acervo plástico nacional, lo hecho sobre todo con la Universidad Autónoma de Zacatecas viene a enriquecer uno de los legados más significativos del país, en su caso, con obra escultórica de gran formato, salas nominales, colecciones y museos colectivos, instalaciones permanentes.
Artista en constante movimiento, Ismael Guardado ha mostrado ser además un maestro generoso y revolucionario, que en sus muchas y constantes visitas a talleres y escuelas del interior del país —como miembro del Sistema Nacional de Creadores— siempre deja una huella imborrable, cuando no es generador de nuevas alternativas que saludablemente vienen a airear el proceso creativo en otras entidades. Con una más bien breve estancia en su pueblo natal Ojocaliente, luego de forzosos y largos periodos en el extranjero y el Distrito Federal (estudió, por ejemplo, técnicas de grabado y diseño gráfico en París), este prestigiado artista mexicano ha decidido montar su taller/estudio permanente de pintura y grabado en Guadalajara, desde donde ahora irradia su talento en constante evolución.
Autor, por ejemplo, de una ya referencial serie de esculturas-arte objeto en metal y madera en torno a la Conquista y el mestizaje, con el tema de la sexualidad y el erotismo sometidos tras el tamiz de la evangelización, de una religión impuesta y dominante, se trata de una suma de actividades varias vinculadas a nuestras tradiciones e idiosincrasia (el tortillero y lo que éste produce, por ejemplo) que nos permite corroborar cómo este además lúcido artista trabaja y combina los materiales, decanta las sustancias, examina y pondera las superficies de su arte cuasi tridimensional, en una obsesiva y alegre exploración que en sus también siempre sorpresivos objetos-espacios vivos de representación incitan a una observación-revelación francamente voyerista. Producto de un acto que es a la vez seductor y violento como la violación, esta reveladora producción fálica nos remite de inmediato al ejercicio mismo de la Inquisición en tierras americanas, en conexión con esos tantos artificios de una imaginación enferma (recordemos la tan vista y comentada exposición precisamente sobre “objetos de tortura”, como una constante más de lo que nuestra depredadora condición es capaz de hacer: “homo homini lupus”, escribió el comediógrafo latino Plauto) que aquí cumplen una doble función complementaria: la concientizadora y la propiamente estética.
Nos queda claro entonces que el arte ecléctico y visionario de Ismael Guardado se ha desplazado, de ida y vuelta, del dibujo sobre papel y la pintura a la escultura, pasando por la instalación, el grabado, los textiles y otras varias técnicas que domina a la perfección. En el grabado, por ejemplo, donde sus aportaciones han sido invaluables y ocupa un lugar preponderante, porque su tenaz instinto de indagación aquí ha alcanzado cotas insospechadas, hay pruebas más que fehacientes de que ha trabajado con maestría sobre la madera, el hierro, la piedra litográfica o el intaglio en cobre. En la idea de lo escrito por Carlos Monsiváis, este artista de la búsqueda permanente, de lo diverso y de lo variado, no le teme a la artesanía ni le rinde culto litúrgico al arte, en el entendido de que su expresión establece las conexiones y los vínculos más insospechados, porque el arte es exploración del yo en permanente contacto con el mundo y todo lo que éste alberga.
En la escultura, campo en el cual acaba de revitalizar su presencia en espacios públicos con una obra monumental en la capital de su estado natal, también ha realizado piezas en madera, con piedras muy disímbolas, en vidrio, en metal, y con no menos frecuencia en fierro. En este terreno merece especial mención de igual modo su peculiar mural en metal Prometeo, imagen adoptiva de la Universidad Autónoma de Zacatecas con la cual Ismael Guardado ha establecido una tan generosa como propositiva complicidad de mutuo provecho; para su Rectoría y Preparatoria realizó también sendos murales que enaltecen la promulgación del conocimiento por parte de una institución académica que casi siempre –y por tradición– se ha mostrado sensible a las materias humanísticas. En esta y otras escuelas del saber zacatecano de igual modo se yerguen portentosos vitrales que revelan su no menos laborioso y perfeccionista trabajo con el vidrio, que en sus diestras manos pareciera cobrar vida e impulsarse –como en las colosales catedrales góticas francesas– al infinito.
Texto © Mario Saavedra 2014
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