Poesía

Belén GD. Canales, poemas

Belén Gd. Canales

spacerLos talleres de escritura suelen resultar tan útiles para los alumnos como para los profesores. Los primeros, ante todo, encuentran un espacio de discusión que no suelen tener y, con suerte, una fuente de estímulos y algunas propuestas interesantes sobre la dirección en que trabajar; los segundos tienen la oportunidad de cuestionar sus ideas y de poner a prueba ciertas cosas que normalmente dan por hechas. Si eso es todo, es más que suficiente para considerar que se trata de una actividad grata y enriquecedora.

Pero en algunos casos pasa algo más. En algunos casos aparece una escritura verdadera. Belén GD. Canales ha asistido unos años a mi taller en la Universidad de Comillas y desde el principio ha estado aportando unos textos de primer nivel. La creación de imágenes estimulantes e imaginativas, el dominio del ritmo del poema, la libertad temática y de vocabulario, el equilibrio de las emociones y la claridad de la dirección de su propuesta hacen que Belén sea, desde estos primeros poemas que publica, una poeta verdadera, es decir, singular.

Mariano Peyrou

 _____________________________________

 

Palabras del mar y de la pecera

 

Las selvajes escamas del verso,
ordenadas como el destino:

(8) Tu cuerpo es la antifrontera:
el espacio descontrolado.
Cuerpo de cuerpo celeste.
Eso que va vestido con mi piel
fuera de mi cuerpo.

(5) Palabras para la única verja
que invita a franquearla,
como todas las barreras.

(1) Así, por ejemplo:
ritmo de rito ido pido.
A ti, pido, pido, ven, ven.

(7) Las líneas hay que dejarlas
abiertas a cal y canto.
No hay diferencia entre la carne
del tornillo y del hueso.

(314) En duchas de impulsos
o baños de poemas,
tiro del tapón y escapo.

Ahí va el pez.

 
 

Huida y variación

 

ALLÁ abajo la hierba soplando entre las azadas que silban, las elásticas espigas que escupen papel de plata. La lluvia escarba bajo los cartones buscando diamantes y la sombra esconde cimitarras y guadañas tras cada tobillo, cada nudillo: ni la flecha escapa a la curva. El fuego trepa, baja y baraja por el sable hasta encontrar una rompiente en la que estallar.

De cuello para abajo, todo es rápida caracola: cuerpos y cuestas enteros se arrojan a las profundidades de las manos, y del atragantarse de las piedras barranco abajo brota un tren rojo y líquido que quisiera quemarse como un martillo en la ventisca, pero la piel le traquetea al llegar a las palabras. Su grito escapa a los dientes rápidos de los raíles con instinto peludo y sudoroso de liebre.

La música son pedazos constantes de evasión, porque la evasión sólo se puede imaginar a pedazos constantes. La estática fuga de las olas, campeonas de la aliteración, se vuelve fecunda en el desierto, donde fuera fuego o eco de hoces ris, ras, rima, recorta, rebosa, redobla.

El bailarín sin contrapunto no sabe qué flecha atravesar, pero de su flauta despuntan serpientes sedientas de saetas. Danza sobre sus velos de nube amortajada; que las vueltas del mantón lo transforman en pañuelo o en paloma.

Hemos convertido a la sorpresa en cuchillo y al cuchillo en mueca para parecernos más a ellos, pero quien espera al cuchillo duerme sobre el tambor, mientras la araña recorre el pecho multiplicándolo por ocho, dieciséis, treintaidós, uno, dos, uno, dos: la pubertad de los tambores tiene un pedazo de inocencia que aún no es suyo.

Los tendones de los ciervos sierran el relente, que se duerme sobre sus músculos, más duros que el cansancio. Cualquier cazador tiene una espada; cualquier venado, una palabra roja que raja. La lucha es inevitable, pues la lontananza es como el chicle, pero tambores y zorros depredadores de tambores se fijan durante un instante para la estampa, donde las orejas blandas de las rosas siguen latiendo como cachorros: oberturas, narices, saltos, puertas, vientre veloz de tiburón, calderas, sobresalto, disparo de luz lejana (agua habitada de los espejos), caída, corte, cáscara de caramillo.

Los barrotes son de quien los rompe.

  

Crecen los limoneros

 

Crecen los limoneros. El manjar
de alba garrapiñada deja pasar la oscuridad translúcida. Su dureza
de espejo coloreado,
interrumpida por el leñador, vierte
un rubor adolescente y pueril.

Saciando la levedad de los
caballos, los velos cabecean
para sacudirse el geométrico dolor. Las paredes
ofrecen una resistencia de lino excavado
a trenzarse con el cabello.
Limones metálicos, rocosos,
esmaltados zambulléndose y reflotando
en el extenuamiento de los brazos
de los leñadores iracundos,
esponjosos, dulces;

voraz estampado desatado.
Si lo encuentra el deseante.

Demasiado largos cabellos de rizomas
retozándose en el aire sobrante,
en la campanada
del aire sobrante, en la hora
de la campanada del aire que sobra.
A cada golpe del hacha la sed se empapa
en el rielar sonoro de abejas burbujeantes.
 

 

Espuma cerrada

 

Las llamas se preparan para entrar en el oído hinchando los acordes
con la espuma de sus volantes, derramándose
como cristal roto que la luz engorda.
El estruendo anguloso de los postes, de las torres en flor, palpita
en las alturas lentas acosado por tábanos repetidos.

La avena siega los campos succionando el bronce pesado de las olas.

Un reo va al patíbulo en alguna parte
su frente limpia se multiplica a cada parpadeo ensabanada en piedra
los tábanos parten su eco reflejado,
el metal estancado se evapora bajo el sol.
Como músculos zumbantes, han tensado el aire lleno de flechas que quieren partirse.
Aguijoneados van tus dedos
delante de tus ojos todos los ríos
que tu piel no puede amarrar más,
le das las Gracias a los tábanos te ensogan te cuelgan, le das las Gracias a la lejanía.
Te zarandea un galope granate atragantado
igualito a los otros ahorcados qué curioso, te zarandean tus clores ebrios
sofocando sus alas de azulejos,
se te escapa de las manos la angustia líquida hecha hielo.

Inquebrantable flamear frondoso de párpados transparentes, atraviesa el aire terroso y soluble,
cuando el siguiente empujón se llene de espera y expirado y ansiado
no logre asir su propia cintura troceada,
borbotones asustados alcanzan a los ciervos hirvientes,
definitivos, cómo se estremecen todas las flechas a su paso
paladeando la corta distancia suplicante
las praderas tañidas por el bostezo
acreciéndose bajo las manos, increíbles, regocijados, haciendo arder los gritos que les atrapaban,
que les desprenden los ritmos alcanzados, desvistiéndolos, deteniéndolos.
¿Goteaste por los ciervos repujados cuando el sol espantaba
la miel de su contorno? Estaríamos gritando que lo cuelguen que lo cuelguen, y,
Dios,
¿no vas a sostenerle?
Es tarde y quiero ver un milagro.

Cómo tiemblas en el polen de nácar los puñados de respiración, de resurrección, que los
continentes de luz saqueada parten y espesan
hasta lo insoportable, su entrega incansable, incuestionada se le incrusta a las paletadas
blancas como un castigo
bocarriba y bebiendo la efervescencia nueva de la cal por los hilos de la camisa,
del ónice mordisqueado,
espuma infinita de las uñas enrojecidas,
ya nunca te vas a parar.
 
 

La Chasse spirituelle

 

Desnudando las ataduras,
de un rasgar de impaciencias perfumadas,
derrota mullida,
inconstancia aparente del goce,
muerte incesante siempre llegando,
espera esponjosa
disolviéndose.
Progresión pasiva del oyente,
en grave ascenso por los tonos más bajos,
vida inconstante siempre amarrando,
deshielo diamantino de la noche mojado en fuego,
como la mar procreando con la tierra,
ardua fecundidad
de la debilidad sonora y opaca, la noche,
pureza sucia.
La vida tiene que ser desbordante;
la procreación, ascética;
los ciervos deben dispararse hacia la cornada de las flechas,
los ciervos en la fuente salada.

 
 

 

Belén Gd. Canales nació en Madrid en 1993. Estudia Literatura Comparada y Filosofía en su ciudad natal

 

 


Poemas © Belén Gd. Canales 2013
Texto presentación © Mariano Peyrou 2013
Todos los derechos reservados.


 

 

Danos tu opinión

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.