Por EGBERTO ALMENAS
Steven Pinker, el león de moda en Harvard, también pone la acuidad de su reinado al alcance del gran público lector. El foco y avance de sus estudios enriquece la ciencia cognoscitiva, y su tomo más reciente en este campo del saber se titula en español Los ángeles que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicaciones (2011).
Justo cuando tanto catastrofismo mediático nos inducía a concluir que nos hundimos en la época más violenta de la humanidad, las ochocientas y tantas páginas de este tomo, repletas de gráficas y remisiones a un acopio colosal de fuentes, demuestran lo contrario. Aquí el autor de la melena felina zarpa a contrapelo y ruge con su habitual deleite esclarecedor. Nunca antes hasta ahora nuestra especie ha convivido en un periodo más pacífico que el nuestro.
¡Cómo! Pues sí, y para comprobarlo Steven Pinker se adhiere a un método del cual no debería prescindir ningún investigador. Tener presente el sentido de las proporciones es un rayo de luz a la hora de desenmarañar hechos que en este caso se remontan a la prehistoria inclusive. Así las pruebas se han encadenado unas con las otras hasta ofrecer una lectura que desmiente impresiones cimentadas por el aturdimiento cuando no por un exceso de cautela o timidez.
El espinazo teórico de Steven Pinker en este nuevo tomo suyo lo suple la obra magna en dos volúmenes titulada The Civilizing Process (1939) de Norbert Elias (1897-1990). Bajo este título, que anduvo en sombras por haberse publicado originalmente en la enrabiada lengua alemana al romper la Segunda Guerra Mundial, el sociólogo de ascendencia judía elabora el concepto de lo que él llama “habitus”, o la expansión de una “segunda naturaleza” en los humanos estilada sobre todo después del medioevo en la Europa occidental (región aventajada por influjo debido al favorecimiento fortuito del medioambiente y no por ninguna inherencia análoga al racismo histórico que Jared Diamond destripa en su libro de 1997, Guns, Germs, and Steel: The Fates of Human Societies).
Sin ánimo reduccionista, Norbert Elias establece más bien a modo de un bloque primario que para aquel entonces y en aquellos pagos de creciente complejidad, a medida que la población también crecía y se aglutinaba en las urbes, debieron refinarse por conveniencia mutua entre sus miembros las cortesías dadas a suprimir todo cuanto irritara o pudiera causar alguna repugnancia. Sean los modales que durante la cena dan vuelo al arte del buen gusto, la templanza en el sexo, el aseo, o las expresiones de disculpa o gratitud, todo ello, sin pensarlo casi, conforma hoy en día esa segunda naturaleza nuestra.
Con todo, a la altura de nuestros tiempos dicha urbanidad requiere superarse, aconsejaba el propio Norbert Elias hacia el final de su vida, y en este apremio eslabona Steven Pinker al defender asimismo “las ideas peligrosas” frente a los enunciados biensonantes, pero ya rancios en el fondo, como los que en nombre de la corrección política vociferan los liberales atravesados por el “sentido trágico de la izquierda”. De un lado y otro se ve a menudo cómo la evidencia, en vez de suscitar una discusión ecuánime, todavía detona la censura, la asechanza, y hasta el atropello físico. Los ángeles que llevamos dentro sienta en el banquillo axiomas como los que a guisa de pequeña muestra componen, en crudo, la siguiente piñata:
—Los países distraídos con la producción de riquezas según los postulados elementales del capitalismo y la libre empresa han afianzado más la democracia y la libertad. —Occidente sigue siendo un agente civilizador cada vez menos proclive a la guerra, y digno por tanto del Premio Nobel de la Paz —Aquellos territorios que lograron libertarse durante el auge descolonizador del siglo XX recularon hacia condiciones más primitivas. —Pese a sus consignas de amor y paz, la era de los hippies registra a demerito de su contagiosa sicodelia protestante un aumento en los índices del crimen. —Las religiones todas han hecho más mal que bien, y cuanto más el uso de la razón bien plantada en el reino de este mundo las rezague, más nos acercaremos a la convivencia pacífica y a la prosperidad. —Los jóvenes de hoy saben mucho más que los de antaño. —In genere, los progresistas son más inteligentes que los conservadores, las mujeres algo menos que los hombres, y los negros menos aun que los blancos.
Y encima, para avalarlo todo el libro en cuestión acude a develamientos propios de un innatismo arraigado en el deseo natural, la tradición y la prudencia en torno al destino imperfectible del ser humano.
A quienes ya se inflaman, por favor bajen los puños. Al autor le sobran atenuantes que amigan esa naturaleza humana con el progreso allí mismo donde, por razones a su vez contrariadas, ha fracasado la izquierda tanto como la derecha. Si en la evolución de la humanidad lastimar al otro por avaricia obedeciera a una función de los genes, el cerebro también tendría programado directrices que propenden a lo angelical, y por lo visto las alas de este factor hereditario han ido ganando terreno en la trayectoria que media entre el cavernícola y nuestro vecino de hoy.
Otro concepto del cual se sirve Steven Pinker para dilucidar los grados menguantes de la violencia resulta de la compenetración que nos sensibiliza hacia el dolor del prójimo por medios imaginativos. Mucho antes de que la “sofistería posmoderna” se empecinara contra semejante afán, las artes y especialmente la literatura en su sentido más amplio, desde el chiste hasta la obra maestra más solemne, aportaba su granito civilizador. En la paráfrasis de Junot Díaz, esa “idiosincrasia granulada”, única de su género, que gracias al lenguaje le imparte poder a través del tiempo y el espacio, “nos permite sortear la más terrible de las barreras, aquellas que separan un alma de la otra”. La unión y la empatía obligan al “habitus”, a la mutación, a los ángeles que llevamos dentro.
En cuanto a las implicaciones no siempre irrebatibles de esta última premisa, no nos llamemos a engaño. El bien no se nos dará gratis, advierte Steven Pinker. La violencia pide sin cesar un careo esmerado con las ideas peligrosas, a todo riesgo, como el que asume el bravo león de moda en este libro suyo que acaba de publicarse en español.
Steven Pinker
Foto: Henry Leutwyler / Harvard University
Texto, Copyright © 2012 Egberto Almenas.
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