
Posfacio de Reynaldo Jiménez (fragmento)
Atzavara, agave acaul, maguey.
L’atzavara només floreix una vegada al llarg del seu cicle vital. (Viquipèdia)
Alusión inequívoca que prende María Rosa Maldonado como vela a derretirnos el seso: vivimos hacia (tal vez para) una eclosión. A la varilla del poema la prende ella, luego acuerda por resonancia evocativa, perfumal: sujeto femenino pero para un desprendimiento. Desasirse para despertar; un despertar de otra índole, que no elude al cíclico corpóreo, incandescente cuando emite haces.
La persona se desprende en la inscripción, deja de ser sujeto homogéneo de un relato de sí (o de no) para eclosionar, umbralicia, en claroscuro. Quizá despertar sea retorno a una percatación; quizá eclosión de andarivel perceptual en andarivel percipiente.
abre a la niña por el plexo
¿Desde cuál sueño hacia su desasimiento se eclosiona? Es que se crece, y da siempre desigual, hacia el sustrato. Las inscripciones del alma-palabra pueden viajar y en efecto viajan. Grabándose en “una piedrecita” (litio) o pasando por la transmigración entre fluidos y sólidos en la shavasana (“postura del cadáver”) que pone al cuerpo de la yogini en disposición estelar, estrellándolo, sin más evidencia, como a un fruto de quietud alcanzable.
Tales imágenes no fungen de ilustraciones que acompañen un desarrollo tópico. Los “temas” en Atzvara se entrecruzan musicalmente (música semántica) bajo el signo-primordio de la emoción. O sea los sentimientos asimilándose macerados en una mezcla que sería una meditación: desde las marcas, pero en pro de lo incondicionado. Del gesto aborigen que las devuelva a su incidir en tanto incisiones a la retina mental.
La emoción habrá de ocurrir inesperada, como claroscuro: condensación de grados y gradientes de incontables momentos, alterados por la escritura y reunidos en tal alteración. Esa alteración que se evidencia en las imágenes exactas, es decir sumamente polivalentes, que hacen al entrelazado-Atzavara, no añadirían “información” a develar o interpretar ni fijarían atributos o atribuciones a la voz escrita. Voz elementalmente transida por el signo, viene a contener (rehilar) en emoción transmutada su maraña originante.
Ciertos vocablos, joyas de ilesa irregularidad que María Rosa encontrara y comparte como señales de viaje, diseminan abundancia referencial. Transportadores imagísticos, disparadores sincrético-sincrónicos, asignifican. Abren la lectura como veros asignificadores. Por ahí pasa, y ya no discurre, la corriente afectiva, amorosa en amplitud de pathos, de la transmisión poética: el sonido que eres.
Pasan por el verbo ciertas entidades infinitamente indefinidas pero actuales, cuya significancia no se completará. La gracia en tanto otro realismo, cuando lo indecible se percibe incorporado. Se diría incluso que lo indecible anima el desplazamiento poético: que, porque exceda o desborde a este o aquel real, no dejaría de ser parte influyente de (y en) la realidad. La cual ¿consiste? una y otra vez en lo que sabemos y lo que no sabemos, podríamos o no podríamos “saber”.
Mientras, se impregnan recíprocamente la “idea” (la imagen verbal de pronto emergida desde su dura condición de desalojo) y el “ojo” (vector de velocidades e irreductible campo no retinal de experimentación de las consistencias, las resistencias, las supervivencias imagísticas). Ése lee escuchando los intersticios del afecto siempre misteriosos, que el poema desentraña y expone. Con una crudeza delicada, delicadeza crudelísima, un pregusto existencial y sin embargo una oración. Un silencio que aturde y un dejar advenir de silencios.
Pero las imágenes verbales, que a su vez observan al que lee leerlas, destilan una inquietud de fondo. La que pone de manifiesto sobre todo, una ignorada exactitud, tentación de lo indecible. Desdice. Conjura.
Las palabras dejan de ser objetos de contemplación, increpan, proponen, desdicientes. Son orejas y pieles. Envolturas y desolladuras. Llagas que son frutos que son joyas que son nombres que son nebulosas que son pieles que son rastros que son rostros. Que son nuestros aun sin un definitivo “nosotros”.
(…)
“Atzavara”, algunos poemas
La madre
I
aparecida pleamar hojas azules
líquidas
en el desasimiento:
alma de dos voces ya perdida
oscuridades
de la noche fuera de la casa
al este del jardín ha crecido una pita
y está llena de flores y morirá
después
de su alta floración su única
después
de dar sus flores amarillo-verdosas
agua guardada que no será deshielo
bálsamo ni aguamiel
el este del jardín no es el oriente del mundo
pero allí se levanta esa pita – avanza por el aire
más alta que la medianera
de perfil de frente contra el cielo
enseñoreada en la luz –
y empuja su rizoma hacia todos los confines de la casa
II
atzavara vara de atzavara
madre de floración reciente que entra por todas las ventanas
con sus muchas cabezas
lo que aparece no viene de esta tierra
donde nunca
hubo planta ni mujer
del tálamo nacen – cerebrales – se enlazan con las regiones
más hondas de la glía:
sueño
hambre
sed
Íntimamente unida la piamadre
blandamente me abraza
sus flores apoyan la mejilla en el cielo gris azulado de las hojas
allí mismo estolones del sostén
de la reparación
pues lo que cuerpo nace
lleva la oscuridad entrelazada
del carbono
vitriolo de la respiración
– el precipicio que se muestra –
es ella y ella
hablamos
ahora puedo decirle:
cómo voy a vivir cerebral en la asfixia
de tantos años bajo tierra?
me responde:
en este aquí nada es de nadie
yo soy el padre soy
la casa aquella devastada y la otra
y ando suelta en el mundo
Noche de las diatomeas: una meditación
I
sílice
en la charca
diminutas mitades cerradas espinescentes
por el azul perfecto del espacio avanza
el humo de los papiros
has estado ahí
migración tras migración
entre los suaves pliegues de lila devorando
esa oscura materia:
tu propio cuerpo cedido a la mutación y el tránsito
vipassana bhavana
vipassana bhavana
lo que ves ahora es la primera noche de los cielos
sus enjambres protistas
noctilucas
girando en torbellino
el hidrógeno de la gran explosión
la nada
abandonada a su luminiscencia
II
hialina oscuridad
en los astrocitos fulgores de berilo
es esto el atman? lo real intangible
agua para el culto
(plancton debajo de la lengua)
la postura
– saber sin oscilaciones –
aparece con el desprendimiento
fosa iliaca derecha:
la resurrección
izquierda:
crecimiento de las diatomeas
cenozoicas cajitas de cristal
su multiplicidad sin límite
manando
en la abisal caída
para el desplazamiento:
nitrógeno de nautilo
– tantos millones de años en el gozo del mundo –
así
hundirse uno buenamente en el océano de eso
III
sumersión dulce – o salada –
el agua es una tisana
donde te meces en suave maceración
un alcohol aromático
desciende por la costa del útero
hipoxia hipoxia anoxia
agua lustral funeral
del amnios a la grieta del deshecho
aquí es donde todo se detiene
en la lejana superficie una pradera de luz
infiltrada de florescencias
manchas de klimt:
cinias amapolas gencianas
malvas lirios
acacias tulipanes
o asterionellas eucampias cymbellas fragilarias
vivos silicios microscópicos vistiendo de lujosa pedrería
tu advenimiento
al reino
qué reino?
a través de la cortina
el sol dibuja flores en el aire del cuarto:
cinias gencianas amapolas
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MARÍA ROSA MALDONADO nació en Barcelona en 1944. En 1949 se radicó con sus padres en Buenos Aires, Argentina, donde reside actualmente. Es profesora en Filosofía, Ciencias de la Educación y Psicología. Coordina talleres de escritura y dicta seminarios y conferencias sobre literatura y filosofía.
Publicó Poemas (Edición de la autora, 1977), Hasta que despertar es imposible (Editorial Último Reino, 1989) —poemario que obtuvo en 1988 el Primer Premio de Poesía del diario “La Nación”— El esplendor ajeno de las cosas (Editorial Último Reino, 1992) y el zumbido de dios (Editorial Tsé=Tsé, colección bikebik, 2002).
Fragmento del Posfacio, Copyright © 2012 Reynaldo Jiménez
Poemas Copyright © 2012 María Rosa Maldonado
Todos los derechos reservados.
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