Viene y es un prado
Por Juan Andrés García Román
Mecina Fondales
octubre de 2011
En términos banales se puede decir que la poesía surge de la pérdida y el afán de relatarla con tal de perdurar, pero que ese primer compromiso con la memoria se topa, en su rigor, con una limitación o problemática lingüística no circunscrita a la recuperación de la vivencia o el pasado, sino a lo existente en su generalidad.
En el caso de Mariano Peyrou, la sospecha de ese abismo de representabilidad así como el afán cognoscitivo que caracterizan grosso modo su voz solían ir de la mano de una cierta retórica del desencanto y se resolvían en el relato de un sujeto irónico y hastiado; un sujeto incapaz de reclamar justicia o valor de cualquier tipo, pues su yo, escritor confeso en algunos poemas («subo y abro la puerta, estoy / muy inspirado»1), se declaraba incómodamente instalado en una equívoca clase media. La difícil aceptación de ese cierto acomodo de clase -puesto de manifiesto por una larga lista de lugares y acciones supuestamente amenos (gimnasios, danza, jardines, clases de canto, bibliotecas)- se unían a la dificultad identitaria y la denigración de los conceptos de individuo, ciencia, humanidad, de repente en verdadero declive. Así que todo ello confería a las palabras una marca de inconsistencia, de no habitar ni el lugar adecuado ni el momento preciso para poder decir algo creíble, algo mejor. El no ser sujeto de la historia, sino objeto de su corrupción llevaba al personaje a una dicción desordenada, ebria, en la que la querencia por un decir hermoso o por el desvelamiento de lo real, se atropellaban en un torrente de conciencia casi sin marcas temporales o lógicas. Si la crítica ha advertido hasta el hartazgo la consanguinidad de la poesía de Peyrou con el ritmo irracional de John Ashbery, en cambio parece no haber caído en la cuenta de que ese universo lúdico, torrencial pero nihilista que es propio del americano se teñía de un cierto dramatismo en el caso del español.
Con el nuevo título de Temperatura voz (2010), uno tiene inicialmente la sensación de que el poeta ha querido dar un golpe sobre la mesa de su poética. Indudablemente asistimos a un cambio de tono e incluso, con versos del tipo “lápiz escribe en el aire / la palabra papel”, uno se aventura a detectar un afán creacionista y el predominio de una mayor exigencia verbal y estética. Podría hasta hablarse de cómo se ha avanzado a un lenguaje en que las palabras naufragan dentro del poema y se asientan (¿y solazan?) en su nivel simbólico («el insecto al fin dentro de la bombilla / deseando salir»). Pero es precisamente eso, el naufragio, lo que nos hace pensar que estamos lejos de una reivindicación artístico-estética, del arte por el arte, por más que éste se vea reivindicado a la postre. Pues, en definitiva, lo que podemos creer un giro hacia un arte más depurado, más -¿se puede decir?- artístico y desprovisto del relato del yo, es en realidad un paso adelante en la inmersión en lo precario, en la herida de toda verdadera poesía hacia una toma de conciencia más veraz de lo real. Es decir, la ironía de aquel flâneur sin aureola era, como cualquier buena ironía, una reacción a la perplejidad, al vértigo; el desgarro emocional de quien finge una mueca para ocultar un rostro. Pero aquel desconcierto se conseguía asentar en una retórica, un estilo que derramaba por doquier su no saber estar en el mundo. Y aun así, era un estilo, un modo de decir. El reto que le quedaba por delante a Peyrou era el de alejar ese no saber estar en el mundo de una retórica que, al empezar a ser la “suya”, se iba convirtiendo en una cárcel: probablemente ningún poeta español actual haya hecho de la incomodidad una virtud tan acuciante.
Y en este nuevo título la incomodidad se traslada, además, al lector que, perplejo, se esfuerza en interpretar poemas con apariencia de soneto u octavilla real pero en los que las palabras logran el difícil reto de hallar una lógica “otra”, una lógica que ancora en otro puerto distinto a la sintaxis. Con apariencia de crucigrama, el poema da cabida a sustantivos que parecen querer escabullirse de sus adjetivos, verbos que encabalgan su complemento directo en el suspense de un último verso inconcluso, estructuras distorsionadas pero que -he ahí el mayor de los logros- antes de romperse, hacen surgir en nuestro intelecto una lógica que los acoge. Y es que el trabajo con el límite es extremo; nunca el vocablo está ahí por estar. Peyrou da rienda suelta a su aventura lingüística sin que la vanguardia desemboque jamás en gratuidad. Tal y como Roman Jakobson nos enseñó a propósito del poema “Les chats” de Baudelaire, hay en un texto literario conexiones que van más allá y son más profundas que las que rige la gramática. Y esas conexiones salen al rescate del sentido en una poesía equilibrista y bella a partes iguales. El vértigo ha cundido en el lenguaje para llevar la voz del poeta a una propuesta estética tan singular como necesaria; léase si no el tan hermoso poema número VI («la definición baile alrededor de la / belleza cercándola cosechando baile»). Y aun a pesar del vértigo, se tiene la sensación, al acabarlo, de haber leído, a decir de su rigor, un libro de sonetos coloristas pero disciplinados. Cuando se ha entrado de lleno en el poemario, uno diría que el desarraigo no ha sido más que una imagen subliminal, un estado intuitivo al que se le ha dado la vuelta como a un telar, haciendo cooperar a nuestra inteligencia para la reconstrucción de una poesía no del silencio, sino “sobre” el silencio: un puente de sentido sobre la posibilidad del sinsentido.
Así el nuevo poemario de Mariano Peyrou es una huida consciente del discurso literario y de sus anclajes, una lucha por el arte y contra lo reconocible. Por eso un poema puede comenzar diciendo: «o algo que no rime // venga si existe hable si no / descompense lo que pueda y duela / se enturbie sol gemelo». Ya era frecuente en Peyrou un tipo de metonimia que sustituía la palabra por su campo semántico o su esfera de realidad, el baile entre niveles de significado, concepto y cosa, causa y consecuencia. Pues bien, aquí lo sigue siendo («ha bailado un pentagrama»), pero se diría que esta técnica se subordina ahora a la tensión entre una fuerza centrífuga -descomposición de la vivencia en fragmentos de conciencia no subjetiva- y una fuerza centrípeta -nueva lógica reivindicada por el poema-. Si antes hablábamos de las isotopías que “tejen” estos poemas en una unidad superior a la sintaxis, quizá no sería frívolo considerar que el yo es en ellos una isotopía más, un topos más del texto y no tanto el lugar desde el que se produce la lógica de la enunciación. No en vano, el yo es tematizado -«toda la cuerda como un antiguo yo»- reivindicando, como diría H-R. Jauss, su apertura desde el individuum al dividuum. Sólo así es posible lo que el propio poeta denomina «fascinación anterior a lo simbólico2» y que se traduce en la posibilidad de contemplar un mundo en perpetuo dinamismo donde las sustancias, las palabras y la visión se entremezclan: «viene y es un prado». De manera que la tautología o la mise en abyme se presenta como una posibilidad de estancia entre el yo, felizmente disuelto en el magma primigenio, y el mundo, libre por fin de una conciencia obcecada y utilitarista: «ha pesado una balanza / ha pinchado un alfiler / ha acariciado una mano / ha dibujado una tiza». Un enunciado en el que además el sujeto está elidido, porque está en marcha, es una fábrica, igual que la palabra de este poeta que es joven no sólo por edad, sino sobre todo por audacia.
1. Mariano Peyrou, Estudio de lo visible, Madrid, Pre-textos, 2007.
2. No es desde luego un descubrimiento de estas notas el señalar la implicación metapoética de los poemas de Mariano Peyrou.
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Emergencia
Mariano Peyrou
qué aspecto de la ausencia
la llave que se saca para salir de casa como si
paredes a sus puestos
hay que pisar el suelo hoy es un día
recuerdo que la piel te cubre todo el cuerpo
cómo se llama el astro
o lo que queda
la memoria del insomnio de las actrices
un resto de indiferencia que permite el movimiento
un ejemplo del asco por los gestos
viento
belleza de lo complejo
lápiz escribe en el aire
la palabra papel
II
viene desde las habitaciones del aire
la forma de una idea avanza hacia los límites
llora al calcular el peso de las cosas
y articula el azar
hemos combatido el viento
con manos húmedas abiertas levantadas
el viento sus colores su dolorosa
tanto por desteñir
este corcho es antiguo pero sigue subiendo
significa algo nuevo habla de antes
una tortuga sola que asoma la cabeza
en los mares del mito
no entiendo lo que dice
pero entiendo que dice la verdad
III
viene desde todas las ideas
también las que no tuve
mi trabajo es mirarlo
pequeño ha recorrido las distancias enormes
ha pesado una balanza
ha pinchado un alfiler
ha acariciado una mano
ha dibujado una tiza
cuáles son las distancias
qué significan
los cristales rotos los dientes las tormentas
protegerlo con la vista y poco más
está ahí mirando todo desde afuera de las ideas
y nadie lo ve
IV
viene trae todas las preguntas
desordenadas todas las respuestas
está solo pero menos que nunca
luz de los otros
luz de los animales indescifrables
baile no baile
el viento en su cuerpo
lleva consigo todo su lenguaje
por todas partes siembra
verbo constante
respira late quema como nada
se apaga y nada más
cuando saluda dice soy
cuando se despide dice estamos
V
viene y es un prado
viene y es los reflejos la quietud
la superficie del agua adolescente
voz riega los líquidos
viene y es la yema de los dedos
pasadizo balcón que lleva al día
voz de otro tacto
viene siempre ha estado ahí
en fuga voz
viene y es una tarde que cruza la mañana
asterisco en el oleaje
viene navega todo su amanecer
VI
alza las manos
voz de su cuerpo
para tocar la luz
cuando dice rojo dice veo
cuando se mueve dice escucho
se abre se cierra
fascinación anterior a lo simbólico
como el baile vital de los objetos
se oculta se muestra
de nuevo sí no
escasez de las manos
causa de todo vuelo
abre los ojos
para tocar la luz
Poemas © 2011 Mariano Peyrou
Presentación © 2011 Juan Andrés García Román
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