VI. LA POESÍA HA MUERTO
En 1986 de los trece suplementos literarios que había en Colombia, sólo uno, el Magazín Dominical de El Espectador, tuvo una página semanal dedicada a la poesía. Para entonces ya habían muerto las revistas dedicadas al género, y sólo una, Golpe de Dados, sobrevivía. Hasta ese año, existió el programa Que hablen los poetas que auspiciaba el Banco de la República. Habían aparecido la llamada Casa Silva y el Festival de Poesía de Medellín y cerca de doscientos libros de poesía se publicaron cada año. Y el más importante diario nacional, El Tiempo, creó su página más consultada: la de ortografía. Colombia era ya el país en ruinas que es hoy, cuando la mafia y el paramilitarismo han elegido más de un presidente y controlado el parlamento. Una nación de analfabetos en la miseria absoluta, donde si alguien grita en la puerta de un café “poeta” todos responden. En 1997 el Presidente Ernesto Samper Pizano y su esposa Jacquin Strouss Lucena crearon el Ministerio de Cultura. Los poetas habían dejado de existir.
(H.A.T.)
En geometría, el camino más directo para ir de un punto a otro es una línea recta. En literatura, el camino más directo para generar controversia intelectual es decir que el trabajo ajeno es una puta mierda. En Colombia, el camino más directo para levantar ampolla en una Antología que se declararía “crítica”, era decir, desde el título, que la poesía en Colombia, estaba muerta. Aunque no lo parezca, el camino directo es el más difícil. Lo difícil en este caso era ver entre las ruinas del panteón, al aproximarse a constatarlo, una brizna de hierba brotar en medio de las grietas. La poesía, que según H.A.T. entró en crisis en el momento en que las élites se apropiaron de sus formas y las privatizaron como se privatizan bancos en el siglo XIX, feneció con el advenimiento de la poesía como espectáculo público en el XX. Y es que si el hipócrita lector sigue en el orden cada viñeta que H.A.T. dedica a cada uno de los movimientos de poesía colombiana durante su siglo y contrasta aquello con el panorama actual, descubrirá, con cierto encanto (iba a escribir espanto), que desde los poetas rimados del XIX (presidentes de república, hijos de presidente y futuros leguleyos) la poesía se fue desclasando hasta ser manoseada por cualquier hijo de vecino dispuesto a venderse al mejor postor por ver su nombre impreso en moldes de letras. Si uno lleva hasta las últimas consecuencias la teoría de Tenorio sobre la poesía como espectáculo, pensaría que hoy el panorama es más desalentador que en el siglo XIX. Hipótesis: la poesía colombiana era mejor en el XIX por tres razones: tenía metro y rima, había poca oferta, y por entonces no se dejaban escribir a los pobres. Hoy, las mafias dominantes están formadas por los últimos herederos de las camorras poéticas del XIX, y por emergentes que se les adhirieron y ganaron un lugar a punta de lisonjas. Desde los poderosos emporios mediáticos contemporáneos, a los que se suman los ministerios y las instituciones culturales, se sigue decretando lo que debe ser la poesía, mientras una multitud amorfa de poetas en ciernes espera a las puertas de la institución una morona del banquete público. Teoría: la poesía en Colombia sigue teniendo estrato, grado de escolaridad, apellido, género y filiación política. Conclusión: Es en la última generación (y no en la primera) donde puede hallarse la clave que ironiza el título de esta Antología: así como el crítico ataca a los decimonónicos por convertir la poesía en un hobbie de la élite hacia finales del XIX, en el final de la antología la rama de olivo será entregada discretamente a un apestado que nació en Cartagena, a un poeta urbano y anarquista perteneciente a un abolengo de antiguos próceres, a una dama de alto vuelo, directora de un museo de poetas y suicida soterrada, y a otros seis poetas de la generación, que el crítico llama, Desencantada. Es una conclusión paradójica, que se aleja del destino decadente manifiesto en el título, y que abre la puerta a ciertas preguntas: ¿Cómo puede haber dejado de existir la poesía cuando hay un poeta con el poder revitalizador de un Raúl Gómez Jattin, o la prosaica conjunción del metro clásico en el verso libre que hace un poeta anarquista de cuna noble como Ignacio Escobar Urdaneta de Brigard, o cuando hay entre sus filas un poeta que a la vez es crítico y al igual que Eliot es capaz de pensar su tradición y reducir a la vida el trasiego poético y político de una nación, como lo hace el propio Alvarado Tenorio, o cuando hay una poesía enclavada en la élite, producida por la élite, pero que se aleja del exclusivismo de la élite para sondear los pliegues del dolor metafísico y de la barbarie colectiva: María Mercedes Carranza? ¿Cómo puede haberse muerto una poesía que arroja al caudal a un poeta como José Manuel Arango?
La antología culmina cuando H.A.T. le pone nombre a su generación, la última registrada: la generación del desencanto, o desencantada, a la cual se filia. Por los nombres y el nivel de las obras que allí se dieron puede concluirse que la poesía en Colombia ha dejado de ser lo que creíamos que era, y sólo en ese sentido ha dejado de existir. Es decir que no hay por qué preocuparse: para la literatura, y para el crítico, un siglo era sólo un chiste, y la poesía en Colombia apenas comenzaba.
Nota. Harold Alvarado Tenorio, ha puesto en venta su biblioteca y tesoros bibliográficos.
* – Stanislaus Bhör* realizó esta reseña especial de La poesía ha dejado de existir: Ajuste de cuentas, una antología crítica de la poesía colombiana, de Harold Alvarado Tenorio, para El Magazín, blog cultural del diario colombiano El Espectador. Bhör es además autor del blog Una hoguera para que arda Goya.
Leer capítulo I. El Canon
Leer capítulo II. El Odio
Leer capítulo III. La Trinchera
Leer capítulo IV. Los Orígenes
Leer capítulo V. Fusilados
Texto © 2011 Stanislaus Bhör
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