Poesía

ALVARADO TENORIO O LA HIDRA TIENE JAQUECA (II)

Juan Manuel Roca

Por Stanislaus Bhör
*

 

II. EL ODIO

Juan Manuel Roca

Pero si en su talante JMR es idéntico a su maestro, un recuento de su vida pareciera indicarnos lo contrario. Mientras aquel conoció la gloria y el dinero fácil, Roca, que recibió de un rector magnífico de la Universidad del Valle, un Doctorado en Literaturas Comprometidas, si bien fue registrado como nacido en Medellín, se ha sabido recientemente, gracias a una investigación de la eminente insidiosa y filóloga de gran altura de la Real Academia Colombiana de la Lengua, Piedad Amalfi, que vino al mundo en el Hospital San Vicent du Paul, de Niuafunké, actual Mauritania, donde Rubayata Roca, su padre, compraba arena del desierto para apaciguar la violencia colombiana de los años cuarentas. Porque Roca, igual que su entrañable amiga difunta, la poetisa Maria Mercedes Carranza, también conoció en su temprana niñez los beneficios de ser hijo de emisarios, y pudo arrastrarse en las pirámides de Teotihuacán, hacer pipó en el Alcázar de Quetzalpapaloti o en las Tullerías y recibir, de boca del cantor del Cóndor de los Andes, el gran escaldo Aurelio Martínez Mutis, su consagración como el Poeta Nacional de la Metáfora

( Sobre Juan Manuel Roca, por HAT)

 

Todo empezó hacia 1980, cuando H.A.T. escribió en una columna de prensa del periódico El Colombiano que la poesía en Colombia era una patraña. Fácil era decirlo, pero desde entonces habría que sostenerlo.

Y sostenerlo con argumentos literarios en un país donde las plataformas mediáticas destierran todo tipo de contradictores a un oasis de silencio en medio de un desierto de futilidad, es predicar a los lagartos y a las zarzas ardientes.

A pesar de que el poeta respaldara su vena crítica con un doctorado en la Complutense de Madrid y otro doctorado honoris causa traduciendo a Eliot y a Kavafis y a media docena de poetas chinos directamente del mandarín, a muchos su crítica pareció algo peor que un exabrupto: un disparate.

No tanto por lo que decía, sino por el modo en que lo decía.

Sin embargo, el poeta no estaba tan loco de remate como creyeron, puesto que la literatura etiquetada bajo el sello colombiano era por entonces una de las más pobres del mundo, de las más engañosas. Lo mismo que su periodismo, su filosofía inexistente, y casi todos los productos del intelecto de una sociedad sin academia, sin científicos y sin artistas.

Bastaba con descarnarla hasta el hueso, tomando directamente las obras y las biografías, para constatarlo. Y eso fue lo que se propuso el poeta metido a crítico: perpetrar una masacre intelectual que empezaría con una nota irónica en un periódico de tercera categoría (y que sería tomada como afrenta por parte de sus contemporáneos). Desde entonces, el repudio y la animadversión alrededor de la figura de H.A.T. se tornó odio cerril.

El mismo odio que llegaron a sentir los franceses por Blóy cuando publicó la biografía de Marchenoir (El desesperado) y acabó con el mundillo intelectual de París. O como odiaron a Sainte-Beuve que pordebajeó a Stendhal y ensalzó a dos ilustres desconocidos. O como odiaron a Eliot cuando excluyó a la mitad de los poetas ingleses de su antología. O como odiamos a Samuel Johnson, que ensalzó a sus amigos y minusvaloró Tristram Shandy y a Henry Fielding. O como odiaron a Bierce que destruía vidas y reputaciones en la Prensa Hearst. O como odió, más de un maltrecho escritor, al gordo Cyril Connolly cuando pontificaba desde Horizon y pulverizaba reputaciones y carreras pujantes de celebridades efímeras. O como odiaron los gringos a Henry Mencken (implacable y cínico) desde las páginas del American Mercury.

Lo odiaron porque se atrevió a decir que la poesía en Colombia estaba muerta.

Para demostrarlo, Harold Alvarado Tenorio decidió pasarle la factura de cobro a cada generación literaria aparecida en este país durante un siglo. Decidió controvertir todo lo que ha sido dicho de bueno sobre la efímera historia de nuestra tradición poética. Y como la tradición de la sociedad del mutuo elogio en que terminó convertida la institución poética colombiana, ya a comienzos del siglo XXI, anquilosó todo sentido crítico y convirtió el arte en gestión y concentró los haberes públicos en pocas manos y bolsillos, a H.A.T. lo odiarían hasta la muerte sus amigos, los profesores, los gestores, los ex presidentes de bancos y repúblicas, los editores de revistas y de libros y todos aquellos que habían contribuido y puesto su grano de arena para esta gran obra de falsificación literaria.

Nota. Hablo en pretérito, porque el poeta ya está con un pie en la tumba y éste, un día, será su obituario.

Nota a los reproches que la nota anterior puede levantar. Es la primera vez en la historia de la literatura que el futuro muerto sabrá lo que dirán de él los periódicos (en este caso los blogs) cuando se muera.

*Stanislaus Bhör* realizó esta reseña especial de La poesía ha dejado de existir: Ajuste de cuentas, una antología crítica de la poesía colombiana, de Harold Alvarado Tenorio, para El Magazín, blog cultural del diario colombiano El Espectador. Bhör es además autor del blog Una hoguera para que arda Goya.

Leer capítulos anteriores:

I. El Canon
II. La Trinchera


Texto © 2011 Stanislaus Bhör
Todos los derechos reservados.


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