Por Stanislaus Bhör*
I. EL CANON
Harold Alvarado Tenorio, hijo y nieto de carniceros, nació en un pueblo del Valle del Cauca, tres
años antes del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán. Protegido por sus tíos maternos aprendió a leer,
escribir, sumar y restar sobre hojas de pizarra en la escuela de una descendiente de esclavos…
(H.A.T. por Umberto Cobo)
Un crítico es un tipo peligrosísimo, capaz de reunir una sarta de gustos malos y venderlos como algo novedoso. T.S Eliot se inventó a los poetas metafísicos ingleses y al hacerlo acuñó los nombres de sus poetas favoritos. Edmund Wilson imaginó el simbolismo narrativo partiendo de la escuela de Mallarmé, trazando un eje desde el Castillo de Axel de Villiers de L’Isle-Adam hasta Ulises de Joyce, pasando por Rimbaud y Yeats, saltando arbitrariamente de Eliot a Proust y mezclando sin guantes ese amasijo explosivo (por controvertido) que es meter a Paul Valéry y a Gertrude Stein, enemigos declarados, en el mismo costal.
Pero un crítico es peligroso no por sus simpatías, sino por sus rechazos. Cuando la mitad de los escritores que excluye del canon siguen vivos, estalla la polémica, los excluidos rasgan las vestiduras, afrentas vuelan en prensa y radio (y en blogs y fanzines), amenazan con enemistad los que aun quedaban de amigos, y una vez más la hidra de siete cabezas no puede dormir porque tiene jaqueca.
Harold Alvarado Tenorio era un tipo más peligroso cuando oficiaba de crítico literario, que cuando fustigaba a la farándula política, o que cuando acometía poesía. Su estilo crítico es la semblanza, la biografía grotesca, la falsa atribución y el dato inmisericorde. Fue por el camino de la infidencia y la recriminación que, durante sus últimos años, fue perdiendo prácticamente la amistad de todo el mundo (además del coqueteo del dinero y del trapo sudado con que reviste la gloria nacional a los poetas colombianos).
Y es que impugnó tanto a la sociedad de su país, una sociedad que él consideró desde muy temprano hipócrita y pacata, que nadie lo quiso tener de su lado. Demasiado sarcasmo de su parte hallaron. Demasiada intransigencia. Demasiada atrabilis de poeta.
Y él, por su parte, hallaba demasiada mezquindad, hipocresía y corrupción en todo lo que le rodeaba de una sociedad que sigue encajando con el mismo rosario de epítetos hoy como en sus comicios: camorrera, chivata, mafiosa, vil.
Pero no sólo le odiaron las camorras. A Harold Alvarado Tenorio lo odiaron tanto los guerrilleros del ELN (que quisieron secuestrarlo, pero desistieron porque accedió a irse con ellos si eran capaces de alzar sus doscientos kilos de peso con una grúa) como lo odiaron los paramilitares (que quisieron hacer una reforma agraria con su propiedad rural).
Lo odió la academia por atreverse a condenar públicamente a las mafias literarias, y por hacer un llamado a la crítica insobornable, a la honestidad y al desenmascaramiento de la caterva intelectual.
Lo odiaron sus compañeros de generación por excluirlos del canon y parodiar sus obras completas (ya resulta fútil recordar la cruzada de los gestores del festival de poesía más grande del mundo, el de Medellín, para minimizar sus embates cuando se sintieron amenazados jurídicamente por las recurrentes denuncia públicas que salían desde la Revista Arquitrave y donde se les acusaba de malversación de recursos del Estado para un evento estéril que le sirvió a la paz como le sirvieron las palomas y las canciones de Michael Jackson.)
A Tenorio lo odiaron porque reía con socarronería, porque a fuerza de humor ácido exponía con desparpajo sus convicciones incómodas. Porque logró hacer una crítica furiosa y hasta grotesca (pero exacta) del estado de decadencia que vivía un país y que se echaba a notar en su literatura esclerótica que se pudría en una sopa de lixiviados.
Su último libelo se promocionó con un lema parco y pugnaz: Ajuste de cuentas.
El título original: La poesía en Colombia ha dejado de existir.
Y llevaba, además, un subtítulo que condicionaba el contenido al ámbito estrictamente poético: Antología crítica de la poesía colombiana.
Nota. Si quiere saber de qué se habla aquí puede seguir el vínculo anterior.
* – Stanislaus Bhör* realizó esta reseña especial de La poesía ha dejado de existir: Ajuste de cuentas, una antología crítica de la poesía colombiana, de Harold Alvarado Tenorio, para El Magazín, blog cultural del diario colombiano El Espectador. Bhör es además autor del blog Una hoguera para que arda Goya.
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