Por José Ramón Otero Roko.
Cualquier muro puede estar de dos lados, de uno, o de ninguno y entonces no hay muro. Si nos fijamos con atención en la geografía peninsular observaremos que no hay cordillera infranqueable que separe España de Portugal, como tampoco la hay infranqueable con las Galias. Cuando los que mueven los hilos en el estado moderno no han encontrado todavía excusa para edificarlo físicamente aún podemos cruzar de un lado al otro y, al hacerlo, que no existan dos vértices opuestos porque son la misma cosa, extensión de tierra rodeada de mar por todas partes excepto por una, que es precisamente la de la cordillera, franqueable, aclaremos, hasta el día en que suspenden el tratado de Schengen. El muro está seguramente de un sólo lado y es imaginario, fruto, como otras tantas cosas, de 40 años de dictadura en este país y de las enseñanzas de los discípulos de los colegios del régimen que despreciaban parte del lugar de la tierra en el que habíamos nacido, la Península Ibérica, porque el franquismo es ese tipo ruin que no se muere nunca y que necesita tener al vecino por debajo de él para sentirse importante.
Portugal no ha tenido esos complejos. Su proyección en el mundo no se basó en la religión, como el imperio español, sino en el viaje marítimo y en el comercio, aunque comparta con el resto de la península la misma fortuna pasada, el negocio de la esclavitud y el reparto del mundo en manos de un Papa corrupto. A historias nacionales como esas se les puede poner punto y aparte con una revolución de los claveles, o punto y seguido con una jefatura de estado hereditaria, pero eso es otra cuestión, al final, de manera oficial, o de facto, a un lado y otro de la frontera artificial, quien pone los puntos sobre las ies, cuando el pueblo no se atreve a ser mundo, es el FMI.
El Festival Indie Lisboa de la ciudad, dicen muchos, más encantadora de Europa, ha tenido este año el detalle de invitarnos a conocer su Festival de Cine, que habla a sus habitantes, que viven en el riesgo permanente de ser masticados por el sistema capitalista, de los riesgos que otros corren en el terreno de la creación artística, más concretamente la cinematográfica, y definitivamente más indigesta para el monstruo. La sección oficial a concurso tiene dos programas, uno de producciones nacionales y otro internacional, reuniendo 6 largometrajes en el primero y 10 en el segundo. América de João Nuno Pinto, una historia sobre una inmigrante rusa casada con un portugués, a la vez divorciado de una española, abre esta primera sección acercando sentimentalidad y simbolismo en el contexto de una Europa que de punta a punta de la línea curva del bienestar aún recogía a los represaliados del otro lado de la línea y no expulsaba a los suyos.
Linha Vermelha de José Filipe Costa revisita uno de los grandes hitos de la Revolución Portuguesa llevado al cine por el documentalista alemán Thomas Harlan. La ocupación en Torre Bela de una finca a nombre del Duque de Lafoes, desde la que se organizó una cooperativa. La película de José Filipe Costa pregunta al público qué queda de aquella experiencia y cual es el impacto de la memoria de la cámara en los ocupantes.
Como si hubiera que revestir de ficción cualquier juicio sobre la realidad más inmediata, The Baron, de Edgar Pêra, es un remake de una película de terror rodada durante la II Guerra Mundial. Prohibida por la dictadura portuguesa, ya que se trata de un retrato de un vampiro, en realidad trashunto de un tirano, la investigación de este camaleón emocional sólo descubre a un siervo de sí mismo donde uno esperaba encontrar al amo de todo.
O Que Há De Novo No Amor? (¿Qué ha de nuevo en el amor?) firmada por la dirección colegiada de un grupo de directores Hugo Alves, Hugo Martins, Mónica Santana Baptista, Patrícia Raposo, Rui Santos y Tiago Nunes, es aparentemente más ligera. Seis amigos se reúnen cada noche en un sótano para hacer música. Lo que pasa es que este tipo de crónicas del bienestar occidental también se pueden volver subversivas cuando la mitad del público puede perder su trabajo mañana, así que si nuestra labor fuera la de censores también recomendaríamos que no se visionara este film, no vaya a ser que a alguien entre el público le dé por pensar la vida que le está siendo hurtada, incluso esa entre las versiones más apaciguadas y más inofensivas al régimen.
Swans, de Hugo Vieira Da Silva tiene un argumento más sensible a ese sentimiento que han sabido construir los portugueses, donde el sueño tiene un hábito, y sus ocho horas son una jornada que hay que cumplir todos los días de la vida. En Swans un padre y su hijo quinceañero cruzan Europa hasta Berlín para ir a encontrarse con la madre en coma en un hospital. En el cine portugués sugerir la metáfora es suficiente para entender una historia.
Por último, entre las de la sección oficial portuguesa a concurso, Viagem a Portugal, de Sérgio Tréfaut, con Maria de Medeiros como protagonista. Conociendo la belleza del rostro de esta actriz se reconoce el lado oscuro del alma humana, por naturaleza buena, pero modelado por todos los placeres y los dolores de la vida. Viagem a Portugal es una historia basada en hechos reales donde, un estado que trata de salvaguardar su imagen, es expuesto en su violencia, pero sobre todo, en su incompetencia. Su propia sinopsis declara: “En el país de las suaves maneras,la violencia se perpetúa a través del triunfo de la ignorancia, y gracias al poder del silencio. Sistemáticamente y con la mejor de las intenciones”. Bajo otras maneras, los portugueses deben de saber que no están sólos en esta denuncia del mundo.
Sobre la Sección Internacional a Concurso, que detallaremos más profundamente en otro artículo, resaltaremos dos, Jean Gentil, la extraordinaria película de República Dominicana y Méjico, dirigida por Israel Cárdenas y Laura Amelia Guzman, que ganó en el Festival de Las Palmas hace menos de un mes y Attemberg del director griego Athina Rachel Tsangari, que cautivó al público en las sutilezas de la deconstrucción lingüística con Canino (2009). Attenberg suaviza ese proceso analítico de la burguesía griega, regresando a un paisaje de una clase media devastada y conceptualmente disléxica, para quien el alcance del rebote de la destrucción de la clase obrera se ha convertido ya en una costumbre que les hace vivir un poquito peor cada día, cada día entender un poquito menos el mundo, pero siempre por encima de otros que han quedado absolutamente indefensos en esa aprehensión de los signos. Así se establecen lenguajes particulares y se comparten experiencias que necesitan ser resignificadas como tabúes para adquirir alguna trascendencia. En Attenberg, de manera simétrica a la película de Hugo Vieira Da Silva, es el padre el que está enfermo y a punto de morir. En Grecia, en Portugal, en España, una generación está siendo despojada del primer mundo que alcanzaron, en el último vagón, sus padres.
José Ramón Otero Roko. © 2011 Creative Commons Compartir-Igual.