por Andreu Navarra Ordoño
Hace diez años abordé en Roma a Manuel Vázquez Montalbán y le pregunté a bocajarro: “¿Qué piensa usted de Fidel Castro?”. Recuerdo que Manuel Vázquez Montalbán no mostró enojo ni sorpresa, sino que miró a aquel chaval temblante con esos dos ojitos inteligentísimos que nunca olvidaré (yo por entonces tenía dieciséis años) y respondió casi al instante, muy serio:
– Hombre, la verdad es que mantiene presos políticos.
Hoy como ayer, me preocupan una serie de cosas. En primer lugar, que en España no puedan escribirse novelas de tema político sin que el texto resultante se convierta en un esqueleto histórico. En segundo lugar, que no pueda defenderse una planificación económica sin mantener presos políticos. En tercer lugar, que no puedan acabar de gustarme las novelas de Belén Gopegui.
Recompongamos el esquema. Acaba de salir publicada una curiosa novela de Manual Vilas titulada España (Barcelona, DVD, 2008). Se trata de un texto que considero muy relevante, un texto del que me gustaría hablar por extenso, pero no tengo tiempo y además nadie me publicaría el trabajo, así que me limitaré a localizar su puesto en el revoltijo que estoy tratando de amalgamar. España es una visión panorámica de lo que es hoy nuestro país: un retrato de las generaciones que lo pueblan, de los derrotados que la habitan, de su asqueroso mundillo literario, y también un antídoto necesario contra la literatura quejumbrosa.
Es un texto que yo compararía a un buen revuelto de huevos: lo componen elementos variopintos y heterogéneos, y la ligazón entre ellos es mínima o, más bien, inexistente.
En un buen revuelto, si cuaja la tortilla no podemos apreciar tanto las judías y los champiñones.
No sé si me explico. Si no, vale más que vayamos al grano sin marear la perdiz.
También hablaré de la novela de Belén Gopegui El lado frío de la almohada (Barcelona, Anagrama, 2004), cuyo tema central es Cuba y no España, la novela suya que más me ha gustado de entre las que he leído. Se tata de un texto escrito con puño firme, que sabe muy bien mantener la tensión entre equilibrios y ambigüedades lacerantes.
Mi problema es que lo que me exaspera de la prosa de Belén Gopegui es lo que estoy obligado a defender moralmente. Como integrante de la secta benetista, no puedo escribir sin remordimientos la siguiente frase: me fastidian los interludios líricos que la autora intercala entre la acción. También es verdad que sin estos interludios, El lado frío de la almohada no sería más que una novela de espías, una buena novela de espías sin más. Es decir, que Belén Gopegui no puede acabar de ser ella sin estos interludios líricos, estén dentro o no de la trama, vengan a cuento o no. Y su novela me parece buena, bien trabada, fuerte, con un tema necesario.
Pero Laura Bahía, la heroína de la novela de Gopegui, me parece demasiado romántica, no puedo asimilarla, no me convence. Es poderosa pero me hace sentir escéptico. Quizá soy un monstruo. Puede que haya leído demasiada basura. Sin embargo, apruebo que en su diseño se tenga en cuenta la siguiente idea, la idea que es como el meollo espiritual de Laura Bahía: creo en la planificación económica. La novela de Manuel Vilas es más expeditiva cuando aborda el problema cubano en relación con lo que es España: en la página 106, el propio Manuel Vilas va a visitar a Fidel (ignoro si es verdad lo que el autor presenta como biográficamente verídico, un día le pondré un mail si averiguo su dirección para preguntárselo (si una vez abordé a Vázquez Montalbán también podré abordar a Vilas), de hecho importa un bledo si es verdad o no, lo que importan son las ideas expresadas mediante este recurso de la irrupción súbita de la autobiografía, elemento que, de hecho, es como el champiñón del revuelto vilasiano, puesto que lo utiliza con frecuencia: Manuel Vilas va metamorfoseándose a través del texto, y aparece como policía inquieto, como acompañante del también escritor José María Pérez Álvarez, entre otras máscaras o no).
¿Por qué estas dos novelas entrelazan Cuba y España, una mezclando a Cuba para hablar de España y la otra mezclando a España para hablar de Cuba? Es una pregunta que lanzo al aire. Hoy no me apetece escribir en tono sentencioso.
Vilas no defiende a Fidel, sino que nos lo presenta como lo que es: un ser humano. Una de las partículas en las que se divide su libro es el discurso final de Fidel, una pieza maestra en la que el comandante mezcla toda la historia de Occidente y viene a expresar una idea central que completa muy bien el meollo-creencia que vertebraba a Laura Bahía: todo el mundo escupe a los pobres y a los hispanos, sólo el Che y la revolución les dio visibilidad. Sólo gracias a él el castellano es algo, el espalda mojada o el español embrutecido o emputecido es alguien. En la novela ce Vilas, las parejas en crisis españolas van a arreglar sus problemillas a Cuba. Los españoles son los perdedores, los que han fracasado en algo, los que carecen de identidad. “El imperialismo —escribe Fidel/Vilas— es la negación de la conciencia. El imperialismo es la sustitución de la conciencia por un electrodoméstico o un coche. No quise que mis hijos fueran coches”.
Belén Gopegui me preocupa, su prosa es un problema serio para mí. Cuando escribe con puño firme, cuando maneja su novela con seguridad, la felicitaría, le daría la mano emocionado, la animaría a seguir y, sobre todo, a pasar olímpicamente de los críticos que dicen idioteces contra ella. Pero, ay, a la vez no puedo evitar impacientarme muchas veces. Me gustaría poder forzarla a escribir una novela que me fascinase. O por lo menos poder hipnotizarla para que escribiera lo que yo no sé escribir.
He contado por qué me preocupaban las novelas de Belén Gopegui como problema moral. También hay muchas otras cosas que me preocupan. Y no precisamente Fidel, sino otro tipo que vive relativamente cerca, no se larga nunca y que tiene ojitos de mono. De momento estoy poniendo muchas velas para que gane Obama.
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